14 February 2011

Art is in the eye of the beholder

El libro “El imperio del kitsch” de Valérie Arrault, más que una tarea para una clase, resultó una llave para comprender el arte contemporáneo, el estudio de las definiciones de kitsch con ejemplos del siglo XX y XXI, además de un vistazo al preocupante panorama de nuestra sociedad actual y los valores que imperan en ella.
Arrault declara que vivimos en una época postmoderna que comenzó inocentemente como una forma de oponerse al modernismo posterior a la Segunda Guerra Mundial que tenía como objetivo una reconstrucción rápida y económica con nuevos cánones estéticos. El modernismo era el emblema de un período de grandes ideales, “grandes historias” como le gusta llamarlas a ella, en que los artistas buscaban a través de su trabajo el progreso, la construcción de un mundo nuevo y mejor, se tenía fe en el futuro y en el humano. Se creía que la Historia tenía un sentido y que justamente por eso las formas que hacían referencia al pasado eran obsoletas y era el objetivo de los creadores de inventar aquellas que correspondieran a ese presente. Pero el Modernismo idealista de Le Corbusier se empezó a propagar y con su expansión se corría el peligro de convertir las ciudades en esos depósitos de cajas vacías y planas color blanco como las que anhelaba Adolf Loos; se venía encima un mundo frío e inhumano, sin cabida para la identidad o la espontaneidad. Por otra parte, en plena Guerra Fría, la nueva potencia americana tenía que encontrar nuevas formas de combatir los ideales socialistas de austeridad, heroísmo, disciplina y colectividad que promulgaban y no hubo mejores instrumentos que Hollywood como constructor de mitos y las Vegas como lugar donde todos los sueños capitalistas se hacían realidad. La sociedad empezó a transformarse dejando libre curso al liberalismo económico y junto con este, al cultural. Las guerras mundiales dejarían no sólo un mundo arrasado pero un espíritu fragmentado y con la pérdida del sentido de la historia se irían al caño todos los ideales y el culto a la Razón para dar inicio a la “época del vacío”, del individualismo, el narcisismo, de la búsqueda indiscriminada de entretenimiento y placer, de la apertura a la diversidad, de la fobia a los regímenes autoritarios, dogmáticos y doctrinarios, a la censura y por ende a la tolerancia, a la aceptación de absolutamente todo, a la desaparición de cualquier valor estético.
Hace su entrada triunfal el kitsch, bandera de la hegemonía estadounidense, ese arsenal de imágenes, objetos, lugares pero también prácticas o actividades que copian objetos de la alta cultura en contextos que los desacralizan, que promulgan el sentimentalismo, los pequeños placeres, en aras de un disfrute inmediato y superficial. Pero si bien los eruditos de los 70s y 80s denunciaron su mal gusto, su ostentación y sus anacronismos hasta el agotamiento, Arrault se pregunta si esas críticas pueden seguir siendo válidas en nuestro mundo actual, donde ahora no sólo el arte, pero la vida en general, parece haberse convertido en kitsch. Para ello explica que ciudades como Las Vegas o Disneyland son polos, no sólo de escape de las cargas del terrible mundo laboral moderno, sino también de aprendizaje de lo que son los nuevos valores por los que nos regimos: el azar y la suerte como substitutos al trabajo arduo para conseguir fortuna, la renovación constante, el desaprendizaje de cualquier noción artística, la mezcla indiscriminada de estilos y copias, el hedonismo, el entumecimiento de los sentidos, una lenta autodestrucción y decadencia que encuentra su paralelo en el espectáculo ofrecido por la destrucción de casinos, el consumismo.
Lo mismo aplica para el arte contemporáneo: “El valor de una obra ya no se mide con su índice de belleza o de verdad metafísica –en el sentido clásico- ni al de progreso –en el sentido del modernismo- pero a aquel que le atribuya el individuo obedeciendo únicamente a su estado narcisista. Es estético aquello que le guste. Punto y es todo. ¿Quién se atrevería hoy en día a contestar ese derecho? ¿Quién se aventuraría a invocar reglas que se ha visto son desastrosas en los Estados autoritarios?”. El arte contemporáneo ya no tiene una función normativa, ya no es la expresión de ningún ideal y no se tiene derecho a criticarlo o a censurarlo. Es por eso que artistas como Jeff Koons no sólo son tolerados, sino que se les recompensa con exposiciones en Versalles o en el Guggenheim de Bilbao. Encarna el arquetipo del artista kitsch/contemporáneo: no sólo es estadounidense, algo que de por sí es muy conveniente para esta descripción, sino que además es un artista que no conoce límites ni de temas ni de medios. Se desplaza entre la pintura, la escultura, la instalación o la fotografía, con la misma comodidad como lo hace entre temas pornográficos, infantiles, de la cultura popular o de crítica histórica. Sus obras son divertidas, fáciles de digerir, provocativas, en todo caso es imposible que pasen desapercibidas.
Yo nunca me he hecho ilusiones con respecto al mundo moderno y estoy completamente de acuerdo con que esta es una época donde todo se vale, nada importa, y sólo se debe vivir para el presente, pero creo que Arrault me ha hecho sentir más miedo, más tristeza y desesperanza que Houellebecq. Sin embargo es gracias a este libro que ahora voy a poder ir a exposiciones de arte contemporáneo y no sentirme intimidada o fuera de lugar. Nuestra única esperanza ahora es que el kitsch y el postmodernismo son condiciones propagadas por el imperio americano, que todos sabemos está en decadencia. Después de la crisis financiera e inmobiliaria del 2008 todo es irremediablemente cuesta abajo para los Estados Unidos y su modelo cultural, así que nos queda como esperanza para el futuro ver lo que está por suceder cuando las nuevas potencias asiáticas entren en vigor. Pero aparte de eso creo que una secuela inevitable del libro va a ser tratar de encontrar lo kitsch en cada cosa que sea popular: la validación del facebook por Hollywood, la decadencia de Mtv, etc, etc.

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