
Todo esto se agrava con la ineludible fiebre del fútbol en Honduras, que se siente que lleva años enteros aunque sólo han sido unos cuantos meses del año pasado y lo que llevamos del presente. Nuestra “milagrosa” –en palabras de Univisión, no las mías- clasificación al mundial han hecho entrar a la población en un trance ridículo donde hasta empresas que solían ser serias ahora quieren que uno “se la ponga” (la camiseta que ellos convenientemente ofrecen para este acontecimiento) cada viernes, como una extraña forma de hacer peticiones al cielo con moda. Me sorprende que seres pensantes caigan en todas estas estrategias comerciales especialmente diseñadas para hacerlos gastar mientras estén ahogados en esa agitación inducida. Todo mundo está promocionando camisetas, suéteres, relojes de lujo o ropa interior con emblemas de la selección, pero creo que la cúspide se la lleva el kiosco en cierto centro comercial completamente dedicado a artículos promocionales del mundial y del equipo nacional. Me pareció simpático cuando hace muchos años David Suazo hacía anuncios para Aguazul, pero no me imaginaba que era sólo el primero en una larga lista de patrocinios que hacen ahora los jugadores para artículos que van desde bombas de agua, celulares y campañas contra la violencia hacia las mujeres.
Cuando se trata de fútbol pareciera que todo mundo pierde la cordura, entran en un delirio. Los días que hay partidos de la selección se suspenden las clases, las calles son intransitables por el tráfico, no se puede salir a comer en paz. No puedo describir la sensación que produce ver a gente de casi o más de treinta años coleccionando vistas para un álbum como mi hermano cuando sólo tenía diez, aunque ahora que él no las colecciona prefiere obligarme a salir de la casa pagándome 100 lempiras para traer a sus amigotes a hacer relajo en mi sala de televisión. Estas últimas semanas nuestro Congreso Nacional ha debatido intensamente el dilema de si deberían de ser trasladados los feriados de octubre para los días en los que se juega en Sudáfrica. La moción ha sido rechazada por algunos diputados porque si llegáramos a clasificar a la siguiente ronda no habrían más días libres reminiscentes de próceres nacionales que podrían ser desplazados a los nuevos días de juego. La estupidez toma proporciones gubernamentales tan fácilmente en este país. Y todavía estoy buscando a alguien que pueda ser capaz de construir un argumento convincente a favor del fanatismo que siente mucha gente por equipos de la liga española, que se sienten heridos en su orgullo cuando pierden ante sus rivales y que experimentan la dicha más grande cuando ganan. Me parece hasta de mala educación hacerles la pequeña observación de que no son españoles para tomárselo tan en serio.
En fin, mi repudio parecía no tener límites, hasta que tuve la casualidad de ver “Invictus”, la última película que ha dirigido Clint Eastwood. En ella se narra la historia del equipo nacional de rugby de Sudáfrica luego de la elección de Nelson Mandela como presidente. El equipo era pésimo pero más que eso era de jugadores blancos con los que se identificaba la población blanca del país. Mandela vio en el deporte una forma de crear un cambio e ideó una campaña para hacer que el resto de la población se identificara con la selección. Empezó tratando de manera personal al capitán del equipo, mejorando sus habilidades como líder y a los demás jugadores, discutió y logró convencer a la asociación nacional del deporte de no desintegrar al equipo e intentó integrar a los jugadores con la comunidad.
La raíz del asunto nunca fue el deporte en sí, sino usarlo como una herramienta para acercar a la gente, olvidar el pasado y que los heridos perdonaran a los agresores. El rugby era tan sólo un símbolo, una forma más convincente que las palabras de hacerle sentir al pueblo que ese era un nuevo país, que las expectativas podía ser superadas y que juntos iban a ser capaces de lograr cualquier cosa que se propusieran. Mandela quería crear identidad y pertenencia a través del rugby.
Pues se plantea el asunto de si en Honduras se puede seguir ese mismo camino, crear identidad a través de nuestra representación en el mundial. Para empezar, no tenemos un líder con un ápice de honestidad, mucho menos de carisma, como lo tiene Nelson Mandela, quien sólo quería encaminar a la gente con el deporte, pero sabía que sus iniciativas y cambios eran muchas más que sólo eso. Nosotros no tenemos nada detrás de nuestro fútbol, ningún desarrollo real, ninguna directriz que nos haga creer que las cosas han cambiado o cambiarán en algún momento. Políticamente no se logró ninguna mejora, de hecho todo se siente como un vergonzoso retroceso y una humillante ceguera ante los mismos mediocres en diferentes puestos, ante un presidente risible e inútil y difícilmente tres partidos va a lograr cohesión entre sectores que parecen ser irreconciliables y enemigos a muerte. Todo se siente como un extraño período donde la bestia sólo duerme pero no se ha ido realmente. Hace poco un amigo me decía que cierto jugador de la selección de Honduras había sido votado como el más popular en el mundo según una página de internet. Le respondí con que esa mañana se publicó en el periódico que Honduras había sido catalogado como el país con menos oportunidades en América Latina. Y eso es lo que creo que me molesta más del fútbol, el falso sentido de patriotismo que la gente parece sentir. Tratan de decir que ese es su escape, su forma de relajarse por los problemas del país. ¿Acaso vivir en un eterno estado de negación no es un escape? Cuando se trata de defender al país como se debe la gente piensa que rayando en paredes o cambiando su estatus en facebook están cumpliendo su deber. Deberíamos sentir vergüenza porque sólo fútbol es lo único que podemos ofrecer, porque no defendemos con la misma pasión nuestra cultura o nuestro patrimonio como damos la cara por esos once tipos. Cuando dejen de usar la bandera de la selección para los eventos en los que debería de aparecer la bandera de Honduras creo que me van a dar menos ganas de vomitar.
Teníamos todo para empezar de nuevo, para hacer que este mundial fuera nuestro equipo de rugby de Sudáfrica en el 95. Pero desde luego, volvimos a fallar.