Hoy estaba haciendo mi limpieza semanal del cuarto y encontré a Mama Lu, súper coqueta con su vestido recién lavado. Esta muñeca mis papás la compraron en un restaurante, la noche antes que yo naciera. Me encanta pensar que ella formó parte de mi vida aún antes de que yo estuviera aquí.Pero la verdad es que antes de los peluches tenía otras acompañanates: las minas. Las minas eran almohadas a las que mi mamá les hacía forros y con las que yo dormía. Tenía un montón y según me cuentan, no podía dormir sin ellas. Aún todavía duermo con un montón de almohadas, pero ya no son personalizadas. Luego está este negrito, que según los registros fotográficos tiene 24 años (!!). Es un poco duro por lo que no duermo con él, pero todavía lo tengo en mi cuarto. Tommy es de esos peluches tecnológicos que traían una cajita de música dentro de su espalda. Su nombre estaba estampado en su camisa y por la música que tocaba supe que el peluche era un pianista. Irónicamente se ve más maltratado que sus colegas mayores.
Minnie me la regalaron a los tres años. Recuerdo que estaba con ella el día que nos mudamos a la casa en la que vivo ahora. Me encantan sus grandes zapatos amarillos, y siempre era la coqueta de todos los peluches.
Bertha me regaló a Bruno para uno de mis cumpleaños. Con él supe que se llamaba así desde el momento en que lo vi. Es delgado y muy maduro para su edad.
Félix el gato es uno de esos juguetes que ponen en los menús infantiles de restaurantes de hamburguesas, pero este Félix está a años luz de los juguetes que dan ahora. Para la época en que lo conseguí no teníamos perro y me moría por tener uno, así que le puse una correa y lo andaba arrastrando como si fuera mi mascota. Tuvo algún efecto porque a los meses nos regalaron a Laika. Este ratoncito no tiene nombre pero sí tiene una historia interesante. Resulta que es un ratón que en un accidente de carro perdió su cola. Lo llevaron al hospital para ponerle un reemplazo y la mañana siguiente, cuando el ratón despertó se dio cuenta que su nueva cola era un gusano vivo que había sido implantado por error. Por suerte el gusano y el ratón se llevaron bien y se dedicaron a viajar juntos por el mundo. Tofi fue un regalo de mi madre cuando estaba en quinto grado. Desde entonces duermo con él y generalmente cuando viajo lo llevo, así que Tofi conoce Juticalpa, Guatemala, el lago de Yojoa, el parque Azul Meámbar, Ceiba, Amapala, entre otros lugares. De hecho, la queja cuando viajo con mis amigos es que Moisés lo termina cargando durante el trayecto y yo sólo disfruto dormir con él. Me doy cuenta que soy una muchacha de 25 años que duerme con un peluche, pero si sirve de consuelo a veces ni siquiera lo abrazo, tal vez hasta está al otro lado de la cama, pero duermo tranquila sabiendo que está allí. Este Snoopy navideño fue un regalo de Moisés. No me molesto en guardarlo el resto del año, es demasiado bonito para sólo sacarlo en diciembre. La mamá de Moisés me regaló este precioso conejito con sandalias de conejo. Toca una canción bien bonita cuando le apretan la panza. Luego de graduarnos de la universidad, Deysi me regaló este perrito con birrete. Venía en un súper arreglo, con dulces y un globo. Me recuerda los buenos tiempos del estudio. Este Hello Kitty es de una serie de peluchitos para cada mes del año. La hermana de Yanis me la regaló para mi cumpleaños del año pasado, con todo y un cuaderno de la gatita. Luego vienen los peluches que me ha regalado Yanis. Los primeros fueron Hoops y Yoyo. Yo tuve una etapa en que pasaba encantada con ellos y sus tarjetas electrónicas, así que Yanis me regaló las figuritas y su disco navideño (que pongo todos los años)
Resulta que estos bichos al ser extremadamente fotogénicos, tienen una sección especial en su página donde publican las mejores imágenes que envía la gente. Envié varias para que fueran tomadas en consideración.
Degustando comida rusa:
Posando en una piñata mexicana:
Haciendo alarde de su natural intelectualidad:
Y de paseo por el Lago de Yojoa.
Pero esta fue la elegida para ser publicada en la página:
El César era otro regalo de las comidas rápidas; por la compra de una pizza te daban un peluche. El pobre Yanis cada vez que va al mall sufre conmigo, un día le toca abrazar al tipo vestido del pollo de Church's, y otro le toca comer pizza para que me den un juguete. Pero vale la pena ;)
Paco Rabanne es un coqueto flamingo que vino directo directo desde Miami:
Y mi más reciente adición es un wind rider cub. Este extraño animalito es el medio de transporte áereo que usan los hordas en WoW. Pues ahora venden los peluches en versión bebé, junto con una mascota en el juego.

Me doy cuenta que todos estos bichos me van a seguir adonde vaya. :P
Esta página analiza un texto que uno haya escrito para determinar con qué autor famoso tenemos similaridades estilísticas. Estos son mis resultados:
I write like
H. P. Lovecraft

I Write Like by Mémoires, Mac journal software. Analyze your writing!



Jajajajajajajajajaja, qué miedo...
Esta noche el blog se complace en celebrar el cumpleaños de nuestra querida Ana. Para esto nos reunimos en un restaurante donde la llenamos de regalos:
Herminio le regaló un súper combo de soporte para laptop (morado y con florecitas!),
y otro regalo que hasta tuvo que ser abierto con un cuchillo...
una cartera!! También recibió otros detallitos,
como un juego de incienso y un súper incensario felino:
Y otra lindísima cartera:
Definitivamente fue una buena noche:
(Y yo me tengo que comprar otra cámara :P )
En mi profesión la norma es que la gente tenga una eterna ansia de libertad mezclada con un toque de rebeldía, lo que los hace preferir automáticamente la vida en la construcción, donde la ropa es informal, los horarios son flexibles y la gente tiene permitido decir boconadas. Yo detesto la construcción y huyendo del sol y los albañiles, lo natural es que prefiera una oficina coqueta y una silla cómoda para ejercer mi extraño talento para permanecer por horas frente a una computadora y jamás aburrirme. Sin embargo, hasta ahora mi experiencia de oficina se limitaba a dos meses en una oficina gubernamental, que a estas alturas entiendo, es un universo paralelo donde las leyes y reglas de las oficinas estándar, no aplican.

Lo primero que me impactó de trabajar en confinamiento es que hay que permanecer sentado todo el día. Y me refiero a TODO el día. El sistema está específicamente diseñado con teléfonos y correos para que no se tenga que perder tiempo haciendo circular sangre por las piernas. Pude soportar dos meses con la paranoia constante de que mis venas se estaban endureciendo y saliendo a la superficie, antes de que volviera al gimnasio, que por cierto cumple otra función, la de excusa para salir –no temprano, sólo salir de la oficina. Porque esto es otro de mis descubrimientos con respecto a la vida adulta: todos asumen que no tenés nada mejor que hacer aparte de trabajar, así que hallarán la forma de clavarte con tareas para seguir desconectado de tus amigos, novio y familia, como si todavía estuvieras rogando por una buena nota en el sistema educativo público. No existen los fines de semana, no existe el tiempo previo y posterior al horario, de ahora en adelante todos los días son de servicio, de disponibilidad, de tener una agenda y un lápiz a la mano.

Resulta que la temperatura ambiente es un tema controversial y el tópico en torno al cual giran las discordancias en una oficina. Me imagino que ahora lo que está de moda es tener oficinas abiertas, con cubículos bajos, donde todo mundo puede ver lo que estás haciendo en tu computadora para que te dé pena abrir el facebook (que de paso es una de las tantas páginas bloqueadas en la red de la empresa) y para que todos se vean forzados a convivir unos con otros. Pero resulta que unos tenemos más o menos grasa inmediatamente debajo de la piel que los demás, y no disfrutamos del aire acondicionado a toda potencia y con aspas giratorias que botan papeles a su paso como otras personas. Otras personas que a propósito esconden el control remoto del aire y que mágicamente pueden detectar cuando alguien ha subido o bajado un grado a la temperatura y se enojan y reclaman y al final a todos nos terminan moviendo a otro lugar donde ya no tengamos que pelear más por el aire acondicionado.

Convivir es un término subjetivo también. En algunos lados del planeta ha de significar tener modales, ser discreto y prudente en tu comportamiento. En otros ha de referirse a esas conductas como hablar a todo volumen en lenguaje que sólo sería aceptado en una construcción –ver párrafo 1-, tener conversaciones con amigos y familiares cuando deberías estar trabajando y todo mundo te está escuchando y divulgar tu vida privada a los cuatro vientos. Podría hacer posts, libros enteros de los pintorescos personajes a los cuales les conozco su vida, la de sus hijos y esposos, porque ellos mismos se encargan de hacerla saber. Al principio me parecía extraño y hasta de mal gusto, pero la verdad es que pasar más de 10 horas en un lugar te hace añorar lo que tienes lejos y todas las cosas que uno siente que se está perdiendo. Lo aprendí los días que estaba Arquímedes en casa y yo sólo quería pasar llamando para saber cómo estaba. Así que es natural.

Es mi deber hacer notar que no es necesario ser extravagante y exhibicionista para que todo mundo sepa de tu vida. En la oficina todo mundo sabe quién sos, aunque no te saluden por las mañanas porque pertenecen a departamentos diferentes. Es como vivir en un eterno episodio de “Gossip girl” sin la ropa bonita; todo mundo sabe con quién andás, qué hacés y porqué te vas a ir de la oficina, cuando llegue tu turno. Por cierto que generalmente para esa transición se organizan cenas y almuerzos de despedida, en restaurantes para jóvenes profesionales. Las cenas no son recomendables: no hay excusa para irse temprano, y al final del día socializar forzadamente se siente como una extensión del trabajo. Pero los almuerzos son brillantes, son dos horas en vez de la media hora reglamentaria, para comer en paz, comer algo recién hecho que no viene en paila de plástico y para relajarse, aunque sea hablando del trabajo. Sin embargo las despedidas tienen un componente adicional. Hay que hablar en público… Si en la comitiva que organizó el evento hay uno de esos seres extrovertidos al 100% que no temen dar discursos, automáticamente pasan la batuta a todos los demás que se ven obligados a inventar cualquier cosa que pueda decirse en un promedio de tres frases para no sonar escueto, pero tampoco cursi y mucho menos falso porque uno no lleva tanto tiempo como para conocer a la persona que se está despidiendo. En ese sentido son mejores las celebraciones de cumpleaños, sólo hay que atravesar el momento incómodo de la brecha generacional para cantar al unísono que ya se quiere pastel para acabar con esto.

A pesar de todo, trabajar en oficina tiene las tres grandes ventajas de la vida adulta: los tacones, la ropa y las ventas por catálogo. Aunque de la primera estoy empezando a dudar porque ahora paso todos los días con un dolor de espalda que me hace cuestionar seriamente si sólo tengo 25 años o si de veras el cuerpo envejece más rápido que uno. Y no, la almohada ortopédica para la espalda no funciona. La ropa es lo mejor: por fin tengo dinero para ir a los descuentos en las tiendas y comprarme las chaquetas preciosas de botones gigantes que nunca voy a usar porque aquí no hace frío pero siempre quise tener. Me compro pantalones de tela, camisas y vestidos, como si no hubiera mañana. (Trato de no actualizar mi cuenta de banco hasta que es realmente necesario.) Y quien no ha comprado todavía de un catálogo de Avon y Oriflame se pierde de los mejores delineadores que en el supermercado no se pueden encontrar.
Estos últimos días he estado en tantas despedidas –y se vienen muchas más-, que no puedo evitar preguntarme cómo me comportaría y qué le diría a la gente si yo supiera que no los volvería a ver nunca más, que no necesito nada de ellos y que sus reacciones y opiniones jamás podrán tener ninguna influencia en el nuevo camino que estoy por emprender.

Primero, dejaría de quedarme tan tarde en la oficina. Tardé demasiado tiempo en darme cuenta que nadie valora eso; que por estar como obsesiva-compulsiva a las 7 de la noche terminando un plano y atrasando al vigilante que ya se quiere ir a su casa no te conviertes mágicamente en un empleado indispensable a quien se mueren en convertir a permanente –o siquiera pagarle a tiempo-. Me viven dejando más trabajo para que no salga los fines de semana o para que no deje de pensar en tareas pendientes durante mis noches, porque quieren ver hasta dónde puedo aguantar y mientras más sea eso, mejor para ellos. Ningún beneficio para mí. Ahora que nadie me moleste, los martes y los jueves tengo yoga a las 6 y 15, y la gente se pelea por poner su alfombrita en el suelo, así que déjenme en paz.

Desecharía de una vez por todas la ansiedad por el trabajo que se sigue acumulando aunque nunca cambien las fechas de entregas. Si yo no puedo hacerlo sola entonces que me asignen a alguien que me ayude, hasta ahora no he aprendido a partirme en dos. Y siempre que termino justo a tiempo cualquier babosada, aunque me haya desvelado o aunque haya tenido que almorzar en veinte minutos, mi gran recompensa es que vuelven a hacerme lo mismo. Es un ciclo de nunca acabar y nunca aprender de él.

Aceptaría que sencillamente hay personas con quienes no se puede ser amigos, con quienes las conversaciones son de los temas que nos conciernen, pero no de los que nos interesan. La confianza y las confidencias se ganan, no son obligatorias con nadie.

Saber que uno se va deja libertad para disfrutar el presente y hacer las cosas con más tranquilidad y hasta -¿será posible?- ¿disfrutarlas?

¿Pero abrirá también una caja de Pandora de resentimientos y reclamos pendientes con resultados catastróficos e irremediables?

Como decirle al patán que hizo sufrir a mi amiga que se pasa de descarado al tratar de reconectarse con sus antiguos amigos que desde luego, estamos siendo solidarios con ella. Que él y su novia se merecen el uno al otro, pero que justamente por eso nunca debió de haber engañado a mi amiga. Patán.
El amigo de un compañero de la facultad le envió las siguientes imágenes de Arquímedes durante su estadía en el departamento de Biología - donde su cuidadora lo apodó "Nunu" ¬¬: Las fotos no son muy reconfortantes, pero la buena noticia es que fue liberado hace más o menos un mes, según la información que le habían dado a mi papá, en El Paraíso. Ojalá que Arquímedes esté muy bien y se vuelva a reintegrar a su ambiente natural.

La historia de mi búho me recordó a una serie de tiras de Calvin and Hobbes donde Calvin encontró a un pequeño mapache en su jardín. Desgraciadamente su mapache tuvo un final totalmente distinto a mi pájaro, pero entiendo su sentimiento. Mi búho se fue allá afuera, pero todavía lo siento por dentro :(