Hace unas semanas, por una milagrosa alineación cósmica, logré escabullirme fuera de la oficina antes de las seis de la tarde para ir al gimnasio. Generalmente voy con cierto acompañante y eso significa que para no sentir que le hago perder tiempo y dinero arrastrándolo a hacer ejercicio dedico media hora a cualquier máquina de cardio que esté disponible por los buitres con pisto que se amontonan en ese lugar, para luego irme por mi cuenta a cualquier clase de aeróbicos que esté programada en el salón principal. Pero ese día en particular andaba por mi cuenta y mi motivación sólo alcanzaba para una clase nada más. Entré al salón y vi en la pizarra de los horarios que justo en ese momento estaba por empezar la clase de yoga, a la cual nunca antes había podido llegar porque he perdido la costumbre de salir al mundo antes del anochecer. Ni siquiera podía poner como pretexto no tener una de esas alfombras flaquitas y acolchonadas que se usan en esas clases: en el gimnasio están disponibles para el público. Así que me atreví y fui a mi primera clase de yoga.

Entré pensando que esta clase iba a ser calmada y tranquila como recordaba la última que recibí –hace más de 15 años-, pero a los cinco minutos me di cuenta que estaba totalmente equivocada. Desde un inicio comenzamos con unos ejercicios de respiración y estiramiento todos agitados que me hicieron sudar como cuando me quedo en las caminadoras que tienen televisor individual. La clase estaba atiborrada de gente y entre la música espantosa y estridente de la clase de spinning de al lado y la música lenta que teníamos nosotros era un poco difícil escuchar lo que estaba diciendo el profesor. No tuve más remedio que seguir a mis compañeros que parecían unos expertos en la materia. El instructor es un señor muy agradable, de aspecto muy feliz, tal vez por la barba que tiene o porque da unas indicaciones en un tono de voz que inspira relajarse. Además que sus órdenes son todas positivas: “inhalen salud y energía, exhalen enfermedades y tensiones físicas y psicológicas”.

Pude acostumbrarme al calentamiento. La idea es controlar la respiración y preparar los músculos para lo que viene, que es como una especie de rutina que todos parecían conocer perfectamente. Allí es donde están todos esos movimientos que se ven en las películas: “perro ascendente”, “lomo de gato”, “postura de guerrero”, etc. Mentalmente entendía que esa era una serie de movimientos repetitivos pero por más que lo intenté jamás pude emularlos en la forma y en el orden que debían ser. Pero lo peor fue cuando teníamos que conservar una postura. El día anterior tuve la brillante idea de hacer ejercicios con pesas para, según yo, tonificar brazos. Por supuesto, sin supervisión de ninguno de los entrenadores disponibles porque me cae mal estar corriendo detrás de la gente para que me digan qué hacer. Y ese día sentía todas las dolorosas secuelas en mis brazos, totalmente incapaces de dejar de temblar en cualquiera de las posturas que nos decía el maestro. Me imagino que me identificó como nueva o como inútil, porque no dejaba de llegar a corregirme, pero lo peor fue que en cierto momento tenía que sostener mi cuerpo inclinado con un brazo en el piso, las piernas estiradas en diagonal y el otro brazo estirado hacia el techo. Parecía que tenía mal de Parkinson, meneándome como una hoja. El pobre hombre ni pudo contener su risa.

Mi elasticidad es nula. Y quisiera decir que es un mal propio de la edad, pero la verdad es que ni siquiera en mis clases de gimnasia olímpica, cuando era una niña de 7 años con los huesos a medio formar, fui capaz de alcanzar mis pies sin doblar las rodillas. El profesor dice que el propósito de la clase es crear flexibilidad en el cuerpo, que por deseos de protegerse contra amenazas externas se va endureciendo y cerrándose en sí mismo. Basándome en las enseñanzas que determinan que el cuerpo es el reflejo directo del espíritu, las implicaciones de mi dureza física me resultan preocupantes. Cuando me pongo a analizar mis decisiones pasadas, mis aspiraciones y actitudes me veo como la criatura mandona, testaruda, cruel y crítica que soy. Tengo la convicción de obrar con la mejor de las intenciones, pero eso no evita que no tolere y exprese mi repudio hacia las mediocridades ajenas o hacia todo aquello que yo considero que las personas hacen en detrimento de su potencial.

No soy una mala persona, pero mis acercamientos carecen de gentileza, docilidad; es como si me estuviera enfriando y endureciendo por dentro. Me encuentro entre un grupo de gente sin saber de qué platicar con ellos, a pesar de que no nos conocemos y por ello tenemos mucho por descubrir y muchos temas en los cuales indagar. Temo que empiecen a interrogarme sobre mi vida, la cual ahora resguardo cautelosamente por miedo a que hablar de mis planes siente la pauta para que no se realicen. Las ofensas y desaires, aunque sean de amigos muy cercanos, me hieren profundamente y me cuesta dejarlos pasar. Siento que si han mostrado esas facetas una vez no hay nada que impida que continúen con ese comportamiento y hago una ruptura unilateral de relaciones. Pero lo que más me preocupa es que ahora veo a otros en etapas difíciles, donde debería de mostrar mayor compasión y bondad y me desespero ante su debilidad, ante su anhelo por consuelo, aunque en el pasado yo he sido una campeona en ese juego de inspirar lástima.

Y es por eso que mi cuerpo es de piedra, porque mi corazón desde hace tiempo está muerto. ¿Qué puede hacer el yoga por alguien así?
Al puro estilo de P. Diddy, estos 25 años se celebraron durante todo el fin de semana, empezando desde el viernes con sushi del fallecido Bubble Tea, el sábado con pizza con los alianzas, boliche y Ruby's con mis amigas del trabajo y el domingo con los aleros!

La idea era de hacer un almuerzo de sushi, pero para poder complacer a los gustos verdaderamente exigentes tuvimos que hacer costillas de cerdo asadas también. Una extraña combinación en teoría, pero muy buena en la práctica. Sólo pregúntenle a Herminio:
Recibí muchos regalos! Entre ellos la camisa para estrenar la nueva edad, el libro para el décimo aniversario de Calvin and Hobbes, mi propio wind rider cub (que me obligará a activar la cuenta muy pronto... viene con mensaje subliminal incluído). Lindísimas joyas, entre ellas el adorno para celular personalizado que derretiría de la envidia a cualquier rapero :P
Y una nueva adición a la familia: Perejil!!
Súper coqueta la tortuga!
Y desde luego se partió pastel, que este año tuvo que tener una candela improvisada.
Resulta que no hay suficiente cera para condensar 25 años...
Todo estuvo muy rico y divertido!!! Buena forma de empezar el próximo cuarto de siglo ;)
Hace unos días Sheldon vino a tomar unas vacaciones de las constantes repeticiones de los dvds extendidos de la trilogía del "Señor de los Anillos".
Estuve feliz de recibirlo y de jugar con él y con todos los nuevos artefactos que ahora tiene.
El primero de ellos es una pelota con la que recorre el piso como contorsionista de circo:

Sin embargo, uno de ellos es particularmente chistoso, pero requiere de la participación de un profesional. ¡Es una correa para hámsters!!
¿Se imaginan ir al mall con este peludito en el piso?La correa permite una movilidad un poquito más amplia pero requiere de mucha paciencia y comprensión porque el hámster es el que decide por donde ir.
Pero hay que aceptarlo: ningún artilugio será capaz de reemplazar el contacto humano!Y después de tanto juego era hora de cenar:
Pues Sheldon está con una ligera enfermedad en la piel, pero es totalmente curable y estoy segura que pronto estará bien para continuar con su carrera de modelaje. ¡Te queremos Sheldon! ¡Qué te mejores!
Hay muy pocas ocasiones en que el gusto del público y el disfrute de la mente se alinean, pero el cosmos nos ha sonreído esta vez con el enorme éxito de Glee, la serie más reciente de Ryan Murphy, creador de la ya desaparecida Nip/Tuck. Una observación superficial haría creer que ambos programas son diametralmente opuestos, pero tengo la sospecha de que Murphy no pudo soportar la muerte de su primera serie y quiso continuarla, inteligentemente disfrazada con adolescentes, dándole de esta manera un atractivo aún mayor, disfrutable por una audiencia más amplia.

Las similitudes son evidentes cuando uno lo mira mejor. Nip/Tuck seguía la historia de dos cirujanos plásticos muy exitosos en la ciudad de Miami, mientras que Glee se concentra en el coro de una escuela pública de un pueblo de Ohio, pero las dos tramas tienen como componente esencial la importancia que tiene la apariencia en nuestra cultura. Para los cirujanos es obvio y cada episodio trataba una disfunción diferente en distintos personajes, pero para los estudiantes de la secundaria William McKinley es ser categorizado por la forma en que se presentan a los demás. Ser gordo, negro, asiático, gay o discapacitado son características excluyentes y poco atractivas, merecedoras del repudio de los exitosos y guapísimos jugadores de fútbol y porristas.
Otro tema central de ambas series es el sexo y las complejas relaciones que se forman antes y después de él. En Nip/Tuck un embarazo no deseado es el que obliga a Sean y a Julia a casarse y a hacer que esta última abandone su futuro prometedor como doctora, así como en Glee la porrista popular Quinn se ve destronada y humillada cuando queda embarazada por accidente. Está la búsqueda insaciable (Christian y los jugadores de fútbol), pero se muestra también la privación absoluta con la maestra Emma que en su madurez todavía es virgen, y la imagen que se desea proyectar pero que nunca se cumple, con todas esas historias del club de celibato que es una fachada para hacer lo que sea cuando nadie está viendo.

En ambas series el matrimonio principal se derrumba a causa de una mentira acerca de los hijos y más que un cuestionamiento a las instituciones del matrimonio y la familia creo que es una advertencia a las consecuencias de la falta de honestidad y de la traición a la confianza. El personaje central es visto como una víctima inocente de la cruel mujer, pero en contraposición al hombre común que decidió casarse y es castigado por ello están los solitarios ambiciosos, encarnados por Christian y Sue respectivamente, que sólo viven para acumular mujeres, dinero y/o trofeos. Los hijos que viven sin sus padres, por muerte, adopción o negligencia son tratados de forma muy similar. Christian fue puesto en adopción y puesto bajo el cuidado de un pederasta que abusó de él por muchos años, convirtiéndolo en un ser desalmado que ninguna cantidad de éxito podría llegar a satisfacer. Pero a pesar de que Rachel es adoptada por una pareja de hombres homosexuales que la quieren mucho ella también vive atormentada por el hecho de crecer sin una figura materna y trata de compensarlo luchando por convertirse en una estrella. Sin olvidar a Kurt que sin madre tiene dificultades para aceptarse y Finn que sin su padre no tiene modelo a seguir.

La amistad teóricamente inquebrantable de Sean y Christian es la de Puck y Finn, ambas puestas a prueba por una nena, que bien puede ser Julia como puede ser Quinn, las dos buscando estabilidad con el hombre honesto y sensible pero hipnotizadas sin remedio por el rebelde.

Otro eje de ambas tramas es la vocación, que si bien en una de ellas toma la forma de cirugía y en la otra es el canto, en las dos se cuestiona cómo reconciliar ese llamado con la vida cotidiana. En el aislamiento el camino a seguir es satisfactorio y poderoso, pero puesto en el contexto de una vida con otras personas no deja de entrar en conflicto con ellas.

A pesar de todo lo mencionado anteriormente, Glee no es una copia al carbón de su predecesora. Introduce componentes muy interesantes gracias al hecho de centrarse en adolescentes, que por definición están plagados de clichés. Empezando por la homosexualidad. Por un lado se discute la problemática de ser hijo de un matrimonio homosexual con Rachel y la búsqueda de su madre. Y por otro lado está Kurt, un muchacho estereotipado al 100% e hijo de un viudo cavernícola que no lo entiende muy bien pero lo quiere lo suficiente para amarlo y protegerlo de todo tipo de amenazas. Muchos de los momentos más emotivos de la serie involucran a Kurt, que primero no es capaz de aceptarse y cree estar enamorado de Rachel y hacerse pasar por jugador de fútbol. Pero luego al entender lo irrevocable de su condición confiesa y descubre que su padre no tiene objeciones, aunque eso no garantiza una fácil convivencia entre ellos y con los demás.

El tratamiento del tema de la discapacidad es uno que particularmente me encanta, primero porque no muchas series lo tratan. No logro recordar una serie donde una persona con discapacidad sea un protagonista y donde el tema no se convierta en un tabú sino que se enfrente sin ninguna reserva. Artie es un joven en silla de ruedas que secretamente sueña con volver a caminar y convertirse en bailarín. Todos lo quieren y lo consideran uno del grupo, pero en ciertas circunstancias queda claro que no lo consideran igual que ellos. Uno de los mejores episodios es cuando Mr. Schuester obliga a todos los alumnos a usar silla de ruedas para que entiendan por lo que Artie tiene que pasar. En esa misma ocasión tienen que competir contra un coro de muchachos sordo mudos que también colabora en quitar varios de sus delirios de superioridad, y se descubre que la malvada entrenadora que quiere acabar con ellos tiene una hermana con síndrome de Down.

Pero desde luego, además de la apariencia, el sexo, la familia y los amigos, Glee y Nip/Tuck están concebidas con música y para la música. En Nip/Tuck la operación empezaba hasta que se ponía el disco con la canción alusiva a la condición del paciente; en Glee se arranca con un tema, se buscan las canciones y se encuentran ocasiones para cantarlas. Esto favorece el uso de temas viejos, rebuscados y a veces hasta unos muy malos, pero siempre se trata de balancear con canciones contemporáneas y de moda para no perder el interés de la gente. Santa Madonna tuvo su famoso episodio dedicado completamente a su carrera, así como Lady Gaga, aunque esta última se ve opacada fácilmente por cualquiera de las canciones de musicales de Broadway que aparecen con regularidad (y de hecho, en su episodio no sólo tocan canciones de su autoría). La variedad de canciones es muy interesante y a veces se escuchan cosas que en su forma original no tienen valor de ningún tipo pero transformadas se convierten en la canción perfecta para el momento perfecto. Aunque a veces ese contexto es un poco forzado y al ver la serie uno tiene que conceder muchas licencias poéticas cuando los personajes empiezan a cantar de la nada y la realidad se trastorna por tres minutos. Pero todo eso se olvida y uno se termina acostumbrando; después de todo, lo que se quiere mostrar es la dicha de cantar, de perderse en algo más grande que uno y de sentir que se puede llegar más lejos de lo que uno alguna vez pensó.

Cuando Ryan Murphy subió al estrado, junto a todo el elenco, a aceptar el Golden Globe por mejor serie de comedia, explicó que el programa es sobre la importancia de la educación artística en los jóvenes. El coro de una escuela de un pueblo en medio de la nada, con gente que no logra sus aspiraciones y que probablemente esté condenada a vivir allí para siempre es simbólico de cómo la música, o cualquier arte, es una forma para buscar y expresar la identidad, para desahogarse, para crear disciplina, dirección y motivación. Pero también para unir a personas que aparentemente son tan diferentes. El arte es aquello que nos hace ser mejores, porque al final de cuentas, cualquier creatividad que tengamos en él es creatividad que tengamos para la vida.
Dejo 3 canciones que son de mis favoritas del extenso repertorio que tienen. La primera es con Kristin Chenoweth, que canta a dúo con Lea Michele en "Maybe this time", de "Cabaret":
Luego, del dramático mitad de temporada, el solo de Lea Michele de "Funny girl": "Don't rain on my parade":
Su versión de "Like a virgin", porque nunca se escucha lo suficiente esta canción:
Y como el tufoso youtube no deja poner videos de la serie sólo voy a poner este trailer de Kurt ensayando para el coro, cuando debería ensayar para el equipo de fútbol.
A aquellos que se sientan intimidados por las 558 páginas de Dietrich Schwanitz y su promesa de atiborrarlos con todo aquello que deberían haber aprendido en la escuela pero que el sistema educativo en deterioro falló en transmitir y que se sienten muy avergonzados en reconocer, les digo: no teman. La cultura es divertida y es fácil de leer… algunas veces. Schwanitz se da a la ardua tarea de condensar los conocimientos esenciales sobre la cultura occidental, desde un punto de vista descaradamente euro-centrista, de manera que sea comprensible por un extranjero, o por alguien que en el pasado ha tenido intereses más concentrados en una sola área. Este es un curso intensivo en historia universal, historia del arte, música y filosofía, así como en literatura y el debate entre los sexos. Pero sus aspiraciones van más allá de sólo ser un boletín informativo de los último 5 000 años: pretende también instruir sobre las reglas de etiqueta de la persona culta del siglo XXI. Y esto es lo que lo separa de una clase general de la universidad.


En ninguna otra parte encontrarán ustedes recomendaciones sobre no presumir de sus conocimientos, ya que fanfarronear es demostrar ignorancia, ni la explicación de por qué es de mal gusto interrogar a los demás en materias históricas o científicas, sin por ello justificar una actitud de inferioridad ante el mundo. El libro es un interesante compendio de las reglas tácitas del juego de póker que es el mundo de los intelectuales: todos creen que el otro sabe lo que todos deberían saber, pero lo más seguro es que no sea así, aunque todos se comportan como si así fuera. Esto automáticamente anula los que el autor caracteriza como hábitos femeninos: ver televisión o leer noticias de celebridades o realeza; pero también señala a los hombres con sus obsesiones con los deportes y sus costumbres raras de hablar de tipos, marcas o partes de carros como si la gente normal fuera versada en ese tema.

Sobre la televisión se explica de una vez por todas el porqué no es un instrumento eficaz para crear cultura. Es casi un requisito de los que tienen delirios de neuronas denigrar a la televisión sin saber de lo que hablan, pero Schwanitz explica que ver un programa no desarrolla las habilidades de redacción, razonamiento, imaginación, paciencia, comprensión del lenguaje y capacidad para recibir una recompensa posteriormente que sí se adquieren con la lectura. Leer permite construir una historia desde un punto de vista único –el del lector-, que a su propio ritmo y gracias a su auto impuesta disciplina, va deshilachando los componentes de un relato que al verse en pantalla plana no deja nada a ser construido por el espectador. (Sin embargo, cabe mencionar que el mismo autor reconoce que sólo los iniciados son aquellos que pueden disfrutar de los placeres inferiores ya que saben distinguir aquello que es rescatable en ellos.) Los libros son el componente fundamental de la cultura, de la inteligencia y del disfrute de la vida y los capítulos dedicados a los libros que cambiaron el mundo y la bibliografía recomendada sólo dejan una angustia sobre tantos temas y tan poco tiempo disponible.

El libro es valiosísimo ya que da un panorama general de muchas cosas que están destinadas en convertirse en sujetos de estudio más adelante. Son muy pocos los temas en los que uno no desearía que se tratara de forma más extensa y profunda, pero entonces se perdería su propósito. Se ensalza la Historia como la base de toda la comprensión de nuestra sociedad y pensamiento actual, así como una forma para cuestionar nuestro presente y para intentar cambiarlo. De igual manera ayuda a entender la manifestación contemporánea de un arte como el resultado de una experimentación progresiva de nuestros antepasados.

Sin embargo, por muy ameno y entretenido que es “Todo lo que hay que saber” no está exento de cosas de las cuales se podría prescindir. Para empezar, está el previamente mencionado punto de vista del libro. Entiendo que la intención era que un autor alemán intentara educar a un público alemán, pero eso hace justamente que la visión sea limitada y llena de prejuicios. Al leer este libro el autor se expresa de Alemania de una forma que uno pensaría que se trata de un país tercermundista recién salido de una dictadura: lo hace ver como un país todavía consumido por sus culpas históricas; como la nación más atrasada de Europa en comparación a sus vecinos que sí tuvieron el período de la Ilustración; como unos ilusos, bárbaros y neandertales.

Para variar, según los europeos, de América Latina no hay nada importante que saber. Luego de su descubrimiento no hay nada que merezca una mención en este tomo. De hecho, sólo los norteamericanos comparten protagonismo aquí. El capítulo de “Geopolítica para el hombre de mundo” se anunciaba como una forma de anclarnos a los puntos de vista de los acontecimientos actuales y resultó ser una descripción de clichés sobre los franceses, españoles, ingleses, austríacos, holandeses… y alemanes.

Y al final uno se pregunta cuál es la verdadera utilidad de este libro. No hay ningún comité de intelectuales que premie los conocimientos que uno pueda tener sobre la biografía de Napoleón desde el punto de vista hegeliano de la progresión de la Historia y hasta donde he podido observar, saber más no te hace conocer a más gente, de hecho, no te hace entenderte muy bien con ellos. La alta cultura –en contraposición a la cultura de masas que tan deliciosamente defiende Eco- es una cima solitaria. Supongo que los escaladores y escaladoras sociales han encontrado el manual para hacerse pasar por alguien que ha recibido educación de calidad y que ha aprendido buenos modales, pero para el resto de nosotros sólo es un recordatorio de todo lo que no sabemos, queremos aprender y esperamos que la vida nos dé tiempo para cultivar.
Una tarde de ocio es la excusa perfecta para finalmente ordenar mis libros según otro sistema que no sea: "libros que me llevaré cuando me vaya", "libros que negaré haber leído" y "libros por leer cuando tenga tiempo". Y qué mejor manera de organizar que con un método que existe desde 1876, gracias a Melvil Dewey, basado en números en los que los libros se categorizan según 10 grandes temas:

000 - Ciencias de computación, información y obras generales
100 - Filosofía y psicología
200 - Religión
300 - Ciencias sociales
400 - Lenguaje
500 - Ciencia
600 - Tecnología
700 - Artes y recreación
800 - Literatura
900 - Historia y geografía

Luego de quedar establecidos en una de las categorías siguientes, los subtemas se van haciendo cada vez más especializados, llegando a un punto en que se genera un código único para cada libro. Establecer ese número es más complicado de lo que yo creía, ya que ahora el Online Computer Library Center se encarga de distribuir guías y software para ayudar a los bibliotecarios de todo el mundo a ordenar sus libros, por un precio por supuesto.

Así que usando su lista hasta el tercer nivel, disponible en su página oficial, traté de hacer lo mejor posible con esta gran pila de cosas:
La primera separación mostró que sin lugar a dudas la ficción es lo que predomina en mis gustos. Pero tiene sentido considerando que es lo que más tiempo tengo de leer, en comparación a libros de arquitectura que tengo muy pocos todavía.
La "Obra general" que mejor se me ocurrió es "1001 libros que leer antes de morir", ya que es un libro sobre libros. La segunda categoría es la de Filosofía. Es muy curioso encontrar los libros de astrología, numerología y tarot de Marsella (del que todavía me hace falta la baraja), en esta sección. Pero es porque pertenecen a la parapsicología, ocultismo y sus métodos. Cuando tomé esta foto había colocado erróneamente un libro de ensayos de Umberto Eco allí, pero después fue desplazado a su lugar correspondiente a ensayos italianos.
Religión no es un tema predilecto aquí. Quitando la Biblia (que fue un regalo de mi abuelo que se asustó de que no la tenía, aunque él no era creyente) mis únicos libros que se acercan a teología son los de Deepak Chopra bajo el tema de renovación espiritual, y dos tomos sobre Cábala, que están en "Judaísmo". El ensayo de Bertrand Russell "Por qué no soy un cristiano" fue luego colocado en Filosofía. En cuanto a Ciencias sociales he aquí lo existente: "Una historia cultural del lipstick", justificable únicamente porque estaba a 9 lempiras en una venta de descuento de Metromedia, "La estrategia del sexo" un súper buen libro de Helen Fisher sobre cómo el contrato sexual entre los hombres y las mujeres; Dale Carnegie vendría a ser "Factores afectando comportamientos sociales", mi único libro de economía es "Freakonomics" y en la sección Educación puse "Cómo desarrollar la investigación de un tema".
Sobre "Lenguaje" tengo tan poco que ni siquiera valió la pena fotografiar. Hay un diccionario inglés-español, otro italiano-español y "La estructura ausente" de Eco, que mejor se fue también a ensayos italianos.

Casi en el mismo nivel de pobreza se encuentra la categoría de Ciencias: "Aventuras matemáticas", un libro de juegos matemáticos de los cuales resolví dos y al no poder resolver el tercero lo dejé en el olvido. "Animales de nuestro entorno" fue un regalo de cumpleaños de una compañera de la escuela en quinto grado. Y ese panfleto lastimero se llama "Poder atómico". Qué depresión.
La siguiente categoría es "Tecnología", de la cual no tengo absolutamente ningún libro. A menos que "Cómo leer un libro" y "A classical guide to better writing" puedan estar allí.

Me reinvindico en la categoría de Artes y recreación, la segunda más grande después de literatura. Creo que todavía tengo más libros sobre pintura que sobre arquitectura, pero no será por mucho tiempo. Allí se encuentra mi enciclopedia del rock, desactualizada desde 1998, que fue con la que aprendí una buena parte de lo que sé de grupos que ahora nadie escucha. Finalmente llegamos a Literatura. Aquí, como en todo en este continente, se empieza con lo norteamericano: literatura, poesía, drama, ficción, ensayos y humor. Supongo que a estas alturas Ayn Rand es considerada literatura americana, ya que me imagino que se revolcaría en la tumba si dijeran que es rusa. Sobresale en esta parte una recopilación de poesía de Sylvia Plath, y un libro de ensayos de Woody Allen. (Después de esta foto me enteré que sí hay una sección de biografías en la última parte de Historia y Geografía, así que Madonna y Hillary Clinton deberían moverse.)
Literatura inglesa: Jane Austen, Charlotte Brontë, Roald Dahl, Agatha Christie, Bram Stoker, Daniel Defoe y James Joyce. (Me acabo de dar cuenta que Nathaniel Hawthorne nació en Estados Unidos...)
Supongo que Kafka no entra en literatura alemana, pero está allí para ser solidario. Tengo 2 libros de Herman Hesse, "Las afinidades electivas" de Goethe, donde se encuentra el discurso más elocuente y exquisito que un albañil alguna vez haya pronunciado, y el "Fausto" del mismo autor, que encontré en un supermercado hace muchos años.
En la parte francesa hay menos de lo que se podría creer. Sobresalen "Cándido" y "Zadig", un combo que le agarré a mi padre, "Les fleurs du mal" y "Le comte de Monte Cristo", que no regresará nunca a su dueño.
Irónicamente los tres primeros tomos de la autobiografía de Simone, dos tomos sin censura del diario de Anaïs Nin, así como sus diarios de infancia, los tengo en español. Eco e Ítalo Calvino son lo único italiano a parte del diccionario que tengo.
Con respecto a la literatura española per se no tengo nada, así que la reemplacé por la latinoamericana, donde hay mucho de García Márquez, el clásico de Allende y un libro de Abilio Estévez que compré en un impulso y nunca entendí. Hondureño tengo cuatro: "El caracol de cristal" que son unos cuentos de Rubén Berríos que me encantan, unas fábulas de Luis Andrés Zúniga, "Angelina" y "Prisión verde", otro regalo de mi abuelo que trabajó en plantaciones de banano en Tela y quería que supiera algo de su historia. Saramago está solo como el único representante de los portugueses en este listado.
La literatura de otros países no está clasificada con tanto detalle. Así que supongo que Milan Kundera entra en "literatura en otros idiomas". Me extrañó que no hubiera una sección para los rusos únicamente. Hay una categoría para literatura asiática donde pertenecen Yukio Mishima con su autobiografía y una autobiografía de una geisha japonesa demasiado engreída para ser disfrutada.Y ya establecimos que en historia sólo hay unas biografías de las que no debería hablar en público, así que eso concluye el listado.
A pesar de su excelente método, el sistema decimal Dewey no es infalible: nunca supe adónde van mis cómics de Mafalda y Calvin and Hobbes. Y una guía de bistros en París se quedó en la sección de recreación porque nunca encontré libros de viajes. En uno de esos fenómenos inexplicables después de ordenar los libros cabían menos de los que había sacado originalmente, a pesar de que tuve que recurrir a poner libros frente a libros para que hubiera suficiente espacio. Pero por lo menos aproveché a sacudir los muebles. Este fue el resultado final:
Mañana me dedico a clasificar ropa, pero creo que allí sí me voy a ahorrar el post.