A dos semanas de retomar las riendas de una vida responsable y económicamente sostenible es justo que recuerde con un poco de nostalgia el sabroso modus vivendi que dejé atrás. He aquí lo mejor de ser una arquitecta desempleada, ejem… independiente. Primero, mi día empezaba a las 9 de la mañana, con “Felicity” en Sony, yogurt y frutas cortadas por mi madre que comía en cama mientras miraba la tele. ¡Qué serie tan buena! No puedo creer que no la haya visto cuando estaba de moda, aunque claro, pasaba tan enamorada del rubio cabezón de “Dawson’s creek” que consideraba cualquier otro programa de la época como puro relleno antes de un nuevo episodio. Me acuerdo que Bertha se burlaba de mí… Tan sabia la niña, no sé cómo me aguantó en esa época y en la de Backstreet boys, realmente que la amistad no conoce barreras.

Después de ese saludable desayuno generalmente me bañaba. Era lo usual, pero si las 9 horas de sueño no habían sido suficientes y seguía cansada, me quedaba viendo la primera media hora de “The View”. Si me pongo a pensarlo bien el concepto es brillante: un grupo de doñas discutiendo tópicos de la cultura pop y de las noticias. “Sex and the city” es básicamente “The View” con mejores ropas, pero los buenos conceptos no son suficientes si la ejecución es pobre. Estas tipas son tan clichés que lo divertido es escucharlas hablar de las noticias de celebridades desde sus puntos de vista trillados. Las entrevistas son intolerables. De todas formas sólo puedo soportarlas por media hora.

A las 11 de la mañana ya estaba bañada y en mis semanas de estudiante a esa hora empezaban mis repasos intensivos. Sólo que a las 11 y media se estaba yendo mi madre al trabajo por lo que yo quedaba asignada a la cocina, apagando hornos, haciendo ensaladas, o cuando yo estaba de buen humor y muy aburrida, preparando el almuerzo por completo. Encargarme de la comida a esa hora me permitía estar libre para mi nuevo programa favorito: “Real housewives…”. La franquicia del canal Bravo se centraba originalmente en unas señoras ricas de Orange County, un derivado de “the O.C.” mezclado con “Desperate housewives”, pero que al tener éxito empezó a expandirse a Nueva York, otro de mis favoritos, New Jersey y Atlanta, al que jamás me pude acostumbrar. Así que lo más divertido de mi almuerzo era ver a todas esas señoras que tenían tanto que hacer como yo, pero con muchos años más. De hecho, no he logrado desprenderme de sus aventuras, así que mi VHS está programado para grabar los 5 episodios de la semana para ser disfrutados el viernes por la noche.

Mis tardes eran de estudio… hasta las 3 y media más o menos. Esa era la hora de alistarme para ir al gimnasio. Como Tegucigalpa es una gran cola de tráfico encerrada entre algunos edificios feos siempre era necesario salir de mi casa media hora antes, como mínimo. Y la mejor hora para ir al gimnasio era a las 4 de la tarde porque había parqueo y poca gente en la clase de spinning. Desafortunadamente le subieron a la mensualidad al punto que me tuve que retirar porque otra característica de la libertad es que no es remunerada. Y ahora me muero por regresar: paso apachurrada todo el día y me siento culpable cada vez que como pollo frito.

Después del ejercicio regresaba a mi casa a bañarme y a empezar mi sesión diaria de World of Warcraft, donde tengo muchos progresos que reportar. Para empezar, mi personaje 80 se ha equipado de algunos ítems morados PvE, gracias al nuevo dungeon finder, que no ha sido una experiencia tan satisfactoria después de todo. Las primeras semanas la gente era muy educada y servicial y ahora son todos cortantes, pasan apurados y te botan porque no tenés buen gear porque sí tenés vida. Ya casi completo el nuevo gear PvP, pero como desactivé la cuenta seguramente se va a desactualizar. Y por mientras no hay planes de regresar, así que me voy a tener que consolar con el peluche de Wind rider que mágicamente va a llegar a mí de una generosa fuente desconocida.

Y bueno, cinco horas se van volando, así que después de un rato de lectura y mi dosis diaria de E! News a medianoche, era hora de recargar energías para mi exigente rutina del día siguiente.

Hace 2 semanas no hubiera creído que me tendría que acostumbrar a levantarme a las 6 y media de la mañana otra vez… y tener sueño a las 9pm… ¿Quién me manda?
No es el mejor, ni el más fácil, pero Autocad sigue siendo uno de los programas de dibujo arquitectónico en computadora más populares en el medio. Es un software extremadamente versátil y bastante extenso que permite crear desde los dibujos más básicos en dos dimensiones, pasando por volúmenes tridimensionales, hasta llegar a renders con aspiraciones casi fotográficas. Sin embargo, es un animal que hay que aprender a domesticar: así como se puede tener una técnica impecable en un dibujo, se pueden cometer atrocidades que arruinarán la vida y dejarán sin dormir a todos aquellos que se enfrenten a él. La importancia de saber lo que distingue a una simple línea de una polilínea tiene un impacto significativo en el tamaño del archivo y la manejabilidad del mismo, ya que algo plagados de errores inconscientes puede significar un dibujo lento, con tendencias a provocar fallos que se tragarían miles de horas de trabajo en un reinicio de la computadora. Así que el Autocad es un instrumento muy poderoso que puede ser utilizado tanto para el bien como para el mal, pero en todo caso es un reflejo fidedigno de la persona frente a la pantalla ya que el programa no piensa, no calcula y no puede completar detalles constructivos mal hechos.

De todo esto deriva nuestro primer concepto: un dibujante es aquel que sabe trazar líneas en Autocad y sabe, de una u otra manera, traducir lo que ve en un papel hasta una computadora. En principio un dibujante no está obligado a entender cómo funciona lo que está trazando y no se molesta en cuestionar la lógica de lo que tiene entre sus manos. Esto se aleja del concepto de arquitecto, del griego “arkhitekton” que significa desvelado y mal pagado, alguien que por definición debería saber dibujar ya que tiene habilidades plásticas, unas cuantas nociones de composición y una masoquista preferencia por permanecer sentado durante varias horas. Pero un verdadero arquitecto posee algo más valioso que la capacidad de hacer bonitas letras en molde; tiene criterio.

Un arquitecto es el jefe de orquesta que dirige a varias personas hacia una misma meta: que a la hora de construir lo que se ve en el papel la cantidad de insultos por parte del contratista sea la menor. Esto implica prever dilemas, anticipar necesidades y saber cómo funcionan las cosas. La intención es pensar de antemano para que aquellos que hayan de venir después no tengan más remedio que obedecer, sin la posibilidad de inventar. Esto significa que al tener un plano en sus manos un arquitecto tiene no sólo la oportunidad de vanagloriarse de sus extensos conocimientos sino también la responsabilidad de mostrar iniciativa y resolver los problemas que otros hayan arrastrado. Cuando un arquitecto dibuja debe pensar en si esto funciona, si se entiende fácilmente, si tiene lógica y si se ve bien. Con el título en la mano uno jamás vuelve a ser dibujante… en teoría.

¿Por qué entonces es permitido que a uno le paguen por plano, como a cualquier bachiller en delineación industrial? Porque a veces la actitud te hace bajar de escalón. (Eso y que el mercado del trabajo es cruel.) Cuando un graduado de semejante escuela de tortura reniega de su capacidades y se conforma con un trabajo pasable, argumentando que si no se lo dieron no lo va a hacer en vez de preguntarlo o exigirlo para cumplir con su deber, entonces le han de quedar muchos años en esas condiciones antes de ver ampliarse sus posibilidades. Y a veces uno es el pobre diablo que tiene que recordárselo a sus colegas, un trabajo desagradable, pero alguien tiene que hacerlo.
Estoy de regreso, pero apenas. Por un instante casi me perdí, casi tiro por la borda todos mis valores, los principios que he nutrido tan pacientemente a lo largo de estos años y todo por un cuarto con walking-closet y una tina en el baño. Estuve a punto de dejarme seducir por el espejismo de unos acabados preciosos, un porcelanato de 60x60, una piedra del Zamorano en la pared y unos tops de granito que quedarían tan bien en mis posts de cocina. El enganche ocurre cuando se ve la casa una vez que ha sido transformada por un decorador de interiores: las cortinas de telas lujosas y los muebles suavecitos provocan ideas extrañas, como qué sería vivir aquí, en dónde pondría los libreros, este patio me dejaría tener un perro mediano…

Lo peor es que yo no podría tener una excusa válida: después de todas mis despotricadas en contra de las casas en serie y del concepto de crear una caja cliché que no aporta ninguna riqueza artística a la experiencia de vivir en un espacio, sería el colmo que terminara viviendo en una.

Entré a la comunidad enrejada y me sentí como en Coto de Caza, esperando encontrarme a una Real Housewive en su carro último modelo. Lo que no muestran en el programa es que estos complejos habitacionales tienen su propia área social, con gimnasio, piscina y centro de convenciones. No hay muros entre las casas y si no fuera porque todas son iguales uno se sentiría en el verdadero Orange County. Todo es tan idílico: unas pocas cuadras donde todas las esposas cocinarían para sus maridos que regresan del trabajo, mientras los niños juegan en la calle de enfrente con los vecinos. De hecho, la primera familia se estaba mudando y tuve que resistir la tentación de pedir permiso para ver cómo estaban decorando su nuevo hogar.

Por unos momentos había olvidado por completo “El insectario”, la exposición de Arzú que vi hace unos días en el Centro Cultural de España, donde el artista comienza el recorrido con un ensayo sobre el estilo de vida hondureño recluido detrás de los muros, paranoico hacia los extraños, con un falso delirio de seguridad en el aislamiento. Esta cárcel estaba demasiado bonita para no desear permanecer en ella.

Pero después viene la pregunta obligada, ¿a qué tipo de gente están dirigidas estas construcciones? ¿Hay suficientes personas adineradas para habitarlas y hacer todo esto rentable? La cuestión es que si yo tuviera tanto dinero probablemente no querría tener tantos vecinos y también podría costear algo que fuera diseñado exclusivamente para mí, con todos los cuartos convertidos en bibliotecas temáticas según la función del espacio a la que pertenecen. Así que esta vida sería la ideal para alguien que está empezando a vivir, recién casado, lleno de esperanzas para el futuro… Hasta que supe el precio y recuperé la cordura.

Y heme de vuelta, en la tierra idealista de la clase media que sueña con un hogar que tenga integridad artística, a un buen precio.
Quisiera tener una razón toda existencialista para ausentarme tanto tiempo del blog, algún tormento interior que pudiera impresionar a todo el mundo, pero la verdad es que tenía activa la cuenta de WoW y le estaba dando rienda suelta a la obsesiva-compulsiva que hay en mí. Si a eso le agrego el peso de un examen que cuesta tres cuartas partes de un salario mínimo, que me obligó a repasar todo lo que alguna vez supe de matemáticas y a aprenderme más vocabulario antiguo en inglés de lo que conozco en español, es casi natural que no haya estado disponible ni dispuesta para nada. Pero todo eso quedó atrás, este es un tiempo de nuevos comienzos.

Debo empezar agradeciéndole a Pedro Palao Pons porque su libro “Trucos para encontrar trabajo” acaba de rendir frutos. Aunque, si algo he aprendido en la vida es a no cantar victoria porque todo es temporal, así que estoy tomando cada día como si este fuera el último de mi vida –laboral-. La transición de estudiante a profesional ha sido completamente extraña. A veces me preocupo porque no sólo tengo mala memoria sino que tampoco tengo idea de lo que se supone que tiene que ser el futuro. Siempre vi a mis amigas que terminaban la universidad deslizarse suavemente y sin esfuerzo hacia la nueva etapa de sus vidas y aunque tengo que confesar que sus ejemplos me resultan casi advertencias, admiro su madurez para asumir nuevos retos. Es como si sabían de antemano lo que ya tenían que hacer, mientras que yo caigo por una pendiente rocosa con los ojos vendados.

Una de las primeras cosas desconcertantes de esta época es darte cuenta de la brecha gigantesca entre las aspiraciones que uno puede tener y la realidad de las cosas. Recuerdo que cuando tomé la decisión de estudiar arquitectura no es porque yo albergaba la ilusión de algún día diseñar un edificio que tuviera una plaquita con mi nombre, sino porque me daría la oportunidad de ampliar mis horizontes en materias artísticas, tanto en teoría como en práctica. Jamás pensé en que los estudios se iban a terminar, de hecho, desde la escuela tengo la noción de que mi propósito es continuar más allá de la licenciatura, vivir estudiando. Mi prioridad siempre ha sido saber y no tanto hacer, tener una vocación en lugar de una plaza permanente. Pero un pedazo de cartón de repente cambia todo: la pregunta de turno cuando se encuentra a los conocidos es adónde trabajás, los amigos adaptados tienen sus nuevas vidas, novios y anécdotas que rara vez se desvían del trabajo, y todo mundo parece haberse resignado a convertirse en un autómata que nunca tiene tiempo de nada, que no lee y no hace nada más que trabajar, pensar en el trabajo y salir con la gente del trabajo. Se vuelven malhumorados porque nunca duermen lo suficiente, ganan peso porque pasan comiendo afuera y no tienen tiempo libre para hacer ejercicio, y lo peor es que caminan con un aire de grandeza como que si su situación fuera envidiable.
De allí está todo el asunto del mercado laboral en sí. Es cierto, haber estudiado arquitectura abre muchas puertas, especialmente a las del abuso y la sobre explotación. Que agradezcan aquellos que sus padres son arquitectos, ya que tienen el comienzo asegurado; también todos los que poseen conexiones políticas o de afinidad que les garantizan un lugar para adquirir experiencia: todos aquellos que somos hijos de nadie y conocidos de ninguno tenemos que salir a la calle a tocar puertas que no sabemos que existen. Los afortunados encontrarán un puesto que se apegue al código del trabajo, es decir con derechos laborales. Pero la mayoría serán dibujantes independientes para cualquier empresa que les quiera pagar sus planos. Otros serán empleados por contratos que se renovarán ad infinitum, lo suficiente para no dejar brechas entre ellos. Lo más triste es que esa situación es ideal porque por lo menos tiene un poco de estabilidad; uno aprende a conformarse con mucho menos porque hay tantos que no tienen ni eso.

Mi "amplio" espectro de intereses me llevó a coquetear con la posibilidad de trabajar en museos o en centros culturales. Por un tiempo eso parecía tener futuro, pero me olvido que en Honduras los museos no tienen departamento de recursos humanos y por ende son los administradores lo que se encargan de dirigirlos. De allí que un guía pueda maltratar a los visitantes una y otra vez pero que sea el cumplimiento del horario el que lo salve de un despido justificado. La paga es aún peor y si ni siquiera la persona más enamorada del arte puede soportar esa situación no creo que quisiera exponerme a eso.

Hasta ahora el trabajo que parece ser más satisfactorio es aquel en que uno es su propio jefe y trabaja con sus amigos. Recuerdo que en los primeros años con unas amigas decíamos que íbamos a fundar nuestra propia empresa de arquitectas, sólo mujeres. Es muy inspirador ver que sí hay gente que ha logrado hacer algo así.

Al final me pregunto cuál es la urgencia por trabajar. Es cierto que tengo mis crisis y que me gustaría ser independiente, pero la vida de mantenida tiene enormes ventajas. La juventud es tan corta, el tiempo pasa tan rápido y las delicias del sueño no pueden describirse en estas pocas líneas. Pero siento que he andado divagando por mucho tiempo, quiero intentar encaminarme, hacia algún destino desconocido, pero ir hacia adelante.

Veremos qué pasa.
Desde tiempos inmemorables las rivalidades fraternales han plagado todas las ramas de la narrativa literaria, fílmica y televisiva. Es que hay algo de fascinante en ver cómo dos seres de la misma especie, con los mismos orígenes, pueden tener diferencias tan marcadas. Este fenómeno no es exclusivo de los seres humanos; se han observado casos en ciertos animales:

Todo comienza cuando al entrar en escena un hermano menor, los primogénitos ven amenazado su dominio: Muchos de ellos deben desarrollar una aguda inteligencia para contrarrestar la ternura de la pequeña y adorable criatura indefensa que acaba de llegar.
Otras veces sólo son sencillamente más tranquilos y moderados que su rival:
Sin embargo, muchas veces los mayores entran en una extraña etapa de rebeldía y es la función de los hermanos pequeños portarse bien y sacar buenas notas para demostrar que sí hay buenos genes en la familia.
A medida que van creciendo, los hermanos van desarrollando personalidades distintas, a veces totalmente opuestas: Con dificultades para llevarse bien:
Y sabotéandose entre ellos:
La vida termina llevándolos por caminos distintos. Pero por más que intenten separarse, la voz de la sangre es demasiado fuerte y los hermanos terminan encontrándose después de muchos años: A veces hasta terminan conviviendo en un mismo techo por muchos años más, durante su adultez.
En todo caso, el nexo fraternal dura toda la vida y es innegable:

Y es un tema tan explorado en la ficción porque lo encontramos en el mundo real, -todos los días literalmente- con personas cercanas, que no dejan de discutir aunque todos sabemos que sí se quieren.
Así que no disimulen su aprecio debajo de todas esas peleas: los hermanos son lo mejor!