11 November 2009

Yo deseo mucho y lo mucho que deseo, lo deseo mucho

Es una de las más grandes y crueles contradicciones de la vida que aquello que uno más anhela es lo que más se les escapa de las manos. Desde los inicios de mi adolescencia comencé a leer libros sobre espiritualidad, autoayuda o como se les prefiera llamar y a pesar de aprender a la perfección sus conceptos, enseñanzas o consejos, es casi seguro decir que en la práctica me he convertido justamente en la criatura que todos esos manuales describen como el humano imperfecto que hay que trascender. Es muy probable que en mis intentos de mejorarme haya tenido un atisbo de lo mundano que uno puede llegar a ser y que de forma inconsciente las buenas intenciones hayan degenerado en resultados atroces. Pero creo que tiene mucho que ver con la contradicción misma de esos libros espirituales. Básicamente se puede resumir en: “Eres imperfecto pero no hay nada que puedas hacer sobre ello más que ser consciente. La consciencia te hará libre.“ Heme aquí consciente y más atorada que nunca.

El propósito de la espiritualidad sería llevarte a un estado donde los deseos no se conviertan en obsesiones, que las carencias materiales se esfumen y que la brecha entre todo lo que se anhela y su realización sea tan corta que se perciba como instantánea. También tiene mucho que ver con liberarse de esa constante ansiedad, de siempre estar en búsqueda de algo nuevo, de tener cosas en vez de saberlas, de siempre sentirse insatisfecho y fuera de lugar. Yo siempre he dicho que quiero ser parte de mi cultura, de mi generación; conocerlas y disfrutarlas, y es entonces que supongo que no me puedo quejar. Me he sumergido tanto en un mundo de consumismo y novedades que he perdido contacto con lo que debería ser mi esencia.

Pero tengo conflictos con esa noción también. Hay tanta gente vanidosa, vacía y, al mismo tiempo, exitosa que realmente no sé qué pensar. Están aquellos que como seres humanos son lacras andantes pero que logran ser exageradamente talentosos y reconocidos por ello. Otros que no son particularmente malos, pero tampoco trabajan en pro de su consciencia: las cosas mágicamente llegan a sus manos. Y estoy yo, que creyendo en el concepto de karma no reclamé varios puntos en mi último examen de Concreto, esperando que el profesor fuera a pagarme esa deuda más adelante en la última y más difícil clase de Estructuras. En aquellos días en los que estaba segura que iba a aplazarme no podía creerlo: él me debía y no sólo no estaba reponiendo esos puntos, estaba perjudicándome abiertamente.

Es igual con la cuestión de la carrera: han sido años tan largos, tan difíciles y tan espantosos que yo realmente creí que la vida o el Universo iban a compadecerse y finalmente poner las cosas más fáciles una vez que ya tuviera el cartón en mis manos. Por lo menos que me recompensara con un pequeño viaje o con alguna buena noticia, pero todo indica que tengo que seguir pagando quién sabe qué cosas de posibles vidas pasadas.

Y el concepto de desapego me confunde: ¿cómo distinguir entre desapego e indiferencia? Se supone que uno debe querer las cosas y trabajar con ellas, sin perder la concentración, con la absoluta certeza de que son posibles, pero después uno debe desapegarse del resultado y dejar que las cosas se den o no, según los caprichos de las divinidades. Hay tantas cosas que quiero, que siempre he querido y que no se dan o se están tardando tanto, que en vez de desapegarme sólo me estoy desilusionando.

¿Y qué pasa si no puedo meditar? ¿Voy a ser castigada o no voy a obtener lo que quiero por no poder estar en silencio 30 minutos por la mañana y 30 minutos por la noche? Me aburro horriblemente, me muero de la inquietud y me pongo a pensar en todo lo que tengo que hacer o podría estar aprovechando para avanzar.

¿Cómo se trasciende entonces? Las religiones tradicionales no funcionan para mí y el New Age es perfecto en teoría, terrible en su aplicación. El Samsara ha de tenerme esclavizada unas cuantas reencarnaciones más. Dios sabe que si por mí fuera esto se acabaría en este momento para nunca más volverlo a intentar.

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