02 November 2009

“Silly things do cease to be silly if they are done by sensible people in an impudent way.”


Emma es una joven de 21 años que vive con su padre hipocondríaco, sobreprotector pero adorable en un pueblo inglés en el siglo XIX. Es guapa, simpática y tiene dinero. Su vida es apacible y agradable, por lo que es su obligación moral que las vidas de los demás sean tan bendecidas como la suya. Ya ha tenido experiencias positivas en el reino de emparentar conocidos, como sucedió con su antigua niñera e institutriz, la ahora señora de Weston, así que es natural que quiera emparentar a su amiga Harriet, una pobre huérfana, de orígenes desconocidos, con el señor Elton. Pero las buenas intenciones no le atribuyeron habilidades de observación a nuestra heroína y resulta que el señor Elton en realidad está enamorado de ella y jamás se fijaría en una hija de nadie como Harriet. Desde luego que Emma lo rechaza, pero el señor Elton no perdió el tiempo y a los pocos meses regresa con una esposa totalmente opuesta a su candidata anterior: la señora Elton es altanera, ridícula y snob, cualidades que comparte con su esposo pero que nunca había mostrado antes.

En esos pueblos pequeños los eventos más notorios son las fiestas, las cenas, las visitas o todo aquello que pueda generar una buena conversación a la hora de tomar el té. Frank Churchill es el hijo del señor Weston que vive con unos tíos que se encargaron de su crianza, y después de una espera muy comentada finalmente llega de visita para rendir honores a su nueva madrastra. El otro suceso que altera el panorama es el regreso de Jane Fairfax, una muchacha de origen humilde que vive con su parlanchina tía y su abuela, que a pesar de haber recibido una educación de calidad por haber sido criada por unos amigos de dinero, tiene que prepararse mentalmente para su terrible condición de futura institutriz ya que sus medios no le permiten vivir sin trabajar. Jane es tan reservada como Emma es jovial y es natural que no sean grandes amigas. Pero nada puede opacar a Frank que resulta ser tan inteligente y agradable como todos se lo imaginaban. Es incluso probable que tenga los méritos suficientes para hacerle pensar a Emma que podría romper la promesa de nunca casarse y abandonar a su padre. Pero a su buen amigo, el señor Knightley, nunca le ha caído bien Frank, le parece falso y sospechoso, a pesar de que no tiene una idea clara de por qué.

Entre bailes, caminatas y reuniones se van desgranando los días, hasta que Frank es arrebatado de las manos de sus amigos debido a que su tía enferma y se ve acechada por la muerte. Emma debe regresar a su rutina habitual. Sólo que ahora todo ha cambiado, y el mundo se desmorona: secretos quedan expuestos, amistades cambian y sentimientos son confesados.

Jane Austen tiene un estilo impecable, divertido y deliciosamente elegante. Ella logra convertir un idioma tan simplón que ni siquiera tiene tildes en un espectáculo de refinamiento. Sus personajes están construidos de una manera que logra convencernos que son reales, que sus problemas son importantes y que nuestra vida gira alrededor de la de ellos. Uno logra sentir auténtico cariño por una muchacha consentida que nunca ha tenido que trabajar en su vida y a la cual nada le ha costado y que además se siente con el derecho de manipular a las personas a su alrededor. Todavía no logro recuperarme de mi indignación hacia Frank, a quien si lo veo en alguna película le voy a lanzar algo a la pantalla del televisor, y entiendo perfectamente por qué se desconfía de las personas como Jane, que en su aparente perfección y prudencia en realidad esconden oscuros secretos e intenciones.

Creo que el gran mérito de Austen reside en describir la vida diaria y los sentimientos de sus personajes como si de cuestiones trascendentales para la humanidad se trataran. Se convierten en importantes bajo su lente, y uno empieza a pensar que su vida también puede ser tan emocionante y divertida aunque se desarrolle en un pequeño pueblo, o lo que es igual, en la capital de Honduras. Las personas brillantes hablan de los demás, que nadie se engañe.

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