07 March 2009

129 hombres

La única mujer que veo en el proyecto es doña María, la señora que limpia las oficinas. Como generalmente soy la primera del clan en llegar (siempre soy la primera en llegar a todas partes), ella me recibe y se queda platicando un ratito mientras trato de levantarme con café. A estas alturas ya he reportado mi presencia ante los segundos al mando, a los que ya puedo identificar correctamente pero por si acaso continúo repitiendo sus nombres mentalmente mientras platicamos, para no confundirlos. Es extraño, pero todos se parecen (algunos son familia). Sin embargo no conozco al resto de los muchachos, a la gran manada de machos responsables de que se estén levantando todas esas paredes, pero a algunos he aprendido a distinguirlos por razones muy particulares. Uno de los primeros días en que yo había empezado la práctica regresaba de almorzar por mi cuenta, y de repente un tipo frente al proyecto empezó a decirme tonteras. No le dije nada y continué caminando, pero por lo menos lo vi para saber quién era, cuando se dio cuenta de su error: “Si es la arquitecta que acaba de empezar a trabajar!” y todavía quería que yo reconociera su presencia diciendo: “pero es que no habla la arquitecta”. Días después me di cuenta que su nombre es Jaime y es el conserje de la constructora (otro Jaime en moto, qué original). Es el único fichado en mi lista, los demás son más tranquilos. Por ejemplo, frente a las oficinas está el centro de operaciones de los armadores y uno de ellos es el único que me saluda por iniciativa propia. Lo hace como si estuviera ofendido porque no lo había visto hasta entonces, lo que me da mucha risa porque apenas he aprendido a moverme entre tanta gente; muchos de ellos nuevos con respecto al tiempo en el que empecé. En ese centro de operaciones que menciono se forman montañas gigantescas de anillos, un escondite ideal para fumar marihuana. Generalmente yo sentía el olor dentro del proyecto, pero un día creí que me estaba volviendo paranoica sintiéndolo afuera también, cuando entre todos los anillos veo salir humo y al rato a dos tipos que saltaron sospechosamente rápido de allí. Uno de ellos –con aspecto peligroso- está armando las vigas de la primera losa y pasa subido a 4 metros de altura de la superficie plana más cercana. Creo que esto es lo único que me asusta de estar allí, que la gente consuma drogas. Lo digo porque ellos están haciendo un trabajo extenuante, es cierto, pero riesgoso en el sentido que se pueden caer, tropezar, golpear con martillos o bloques o clavarse objetos en cualquier parte del cuerpo. No estoy segura de qué tanto afecte su desempeño y comprensión de la realidad estar bajo la influencia, además de que no sé qué tanto controlen su comportamiento en esos casos; yo no quiero pensar mal de la gente pero no quiero confiarme tampoco.

Tengo tendencia a relacionar a los muchachos según la maquinaria que manejan: hay uno que se encarga de la mezcladora de concreto. Hasta hace poco que bajaron el ritmo a las fundiciones pude ver cómo era su cara porque generalmente siempre está cubierto de cemento como todo un mimo. Otro es el que dirige las fundiciones, llamado Saúl, mejor conocido como “Mozote”. Hace dos días se rasuró y me tardé un buen rato en reconocerlo, se miraba tan joven. Un chavo conduce la retroexcavadora, al que le estábamos platicando el otro día y supimos que después de 10 años de haberse alejado de la iglesia se está reincorporando a los cultos otra vez. (Supuestamente otro de los albañiles es seguidor del puertorriqueño que se hace llamar el Mesías, pero todavía no he sabido quién es, qué miedo.) Otro maneja la mini cargadora, y anda siempre con audífonos; me pregunto qué es lo que escucha entre tanto escándalo. Uno sabe que el topógrafo está trabajando cuando entre todo el ruido de la mezcladora, la retro, la cargadora y los martilleos se escucha a alguien gritando que más a la derecha, más a la izquierda, arriba o abajo. El topógrafo le está hablando a su cadenero, Memo, que recorre todo el proyecto todos los días sosteniendo una cuerdecita con el plomo, marcando puntos. Todavía no tengo muy claro qué es lo que hace Roy: a veces anda con los carpinteros, a veces con los armadores, pero siempre que se necesita corregir algo se le puede pedir a él que se asegure que lo hagan.

Doña María una vez me dijo que estuvo hablando con un muchacho que le dijo que él era periodista. Cuando mencionó que es nicaragüense supe de quién hablaba porque había visto a alguien con una camiseta de Nicaragua y me pareció curioso. Se ve tan buena gente, y tan humilde. Doña María no le creía que fuera periodista, ¿qué está haciendo allí entonces? Lo mejor que pude responder es que tal vez está trabajando encubierto para un reportaje. Hay un “Chele” pero es que realmente lo es: es tan blanquito que todo el sol le deja la cara roja como un tomate, o como si siempre estuviera enojado. Anda serio la mayoría del tiempo, lo que no ayuda, y yo creía que no tenía amigos porque siempre lo miraba solo, pero ayer estaba platicando con varias personas a la hora del café. Así como siempre hay un chele, siempre hay un chino, y aquí es un niño que se ve tan chistoso e hiperactivo. Otro muchacho, probablemente menor que yo, también se ve todo serio todo el tiempo, pero un día que se estaban haciendo pruebas de cilindro al concreto se me acercó a preguntarme para qué servían. Fue la primera vez que uno de ellos me habló. He visto a dos muchachos más, muy jovencitos y muy parecidos pero que no son hermanos porque no se van juntos: uno tiene los ojos claros, muy bonitos; se ve tan inocente, y el otro se ve un poco mayor y escucha música todo el tiempo.

Algunas veces se nos han acercado muchachos a la oficina: el primero fue para que le cargáramos el celular, un joven que sólo usa una camisa del Motagua y se ve tan frágil, como si estuviera asustado todo el tiempo. Otro llegó a ofrecernos unas pinturas y muebles que vende su papá. Las pinturas estaban tan buenas; me dio pesar no poder ayudarle porque la práctica no es pagada en mi caso.

Supuestamente a partir de esta semana van a dejar ir a un montón de gente porque por un tiempo sólo va a haber trabajo para los armadores y los carpinteros en el armado de la losa. No sé qué va a pasar con todos ellos en esos días en que no lleguen a trabajar, me da mucha tristeza. Ojalá tengan algo que hacer y con qué sobrevivir esos días.

3 comments

  1. Qué bonito el post Marcela, supongo que no todos se fijan en cada una de las personas con las que trabajan, menos de la manera que vos lo hacés. A ver si traés fotos del lugar más adelante.

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  2. oime con esa sensibilidad a las personas, y ese nivel de observacion... te has puesto a pensar en las familias de cada uno de ellos?

    pregunta... base a ese contexto ¿cual es tu opinion con lo del salario minimo?

    el otro dia me tenia un debate con el esposo de un amigo, que tienen una constructora... sobre el impacto y lo injusto del aumento... (que no lo niego) pero cada historia se cuenta desde un punto de vista... ¿cual seria el tuyo como arquitecta?

    no es para crear debate, sino mas bien porque admiro tu analisis de la realidad y talvez me pongas alguna nueva luz en esto, o talvez reafirmes lo que creo...

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  3. Mirá la cuestión en este caso en particular es la siguiente: el proyecto se cotizó antes del aumento al salario mínimo y en el contrato al parecer no habían arreglos de cláusula escalatoria. Esto significa que el aumento puede repercutir en el proyecto de forma que se podría cancelar por completo, dejando a todo mundo sin trabajo, en caso de que no encuentren una solución; también podría quedar el edificio incompleto o se usaría dinero destinado a otros proyectos.
    El aumento al salario fue una medida arbitraria e irracional en el contexto de la economía en crisis que se tiene actualmente. Mientras otros países están buscando la manera de reducir el impacto de esa crisis pareciera que en Honduras se le está fomentando. Este no era el momento y esa no era la proporción correcta para el aumento. Además, de nada sirve que suban el sueldo si los precios suben, o si van a tener que ser despedidas cientos de personas porque ya no se les puede pagar. Estos muchachos trabajan tanto y tengo un enorme respeto por lo que hacen para vivir, pero la vida tan difícil que llevan es justamente el producto de políticas irresponsables como la del actual presidente, que dice que los quiere beneficiar cuando no se ha puesto a pensar en todo el panorama.
    Yo he escuchado de casos en los que a los muchachos los hacen firmar papeles en los que renuncian a sus derechos laborales sólo para seguir trabajando, y aunque esos papeles no cuenten según el Ministerio del Trabajo, ellos ya tienen el temor de meterse a problemas si pelean por sus prestaciones, además que nadie los va a querer contratar después. Esto tiene que ver con la codicia de muchos empleadores, es cierto, pero también la imposibilidad de cubrir con todas esas exigencias de salario. Esta situación es injusta, pero es injusta para todos, profesionales y trabajadores por igual, porque la verdad es que nos necesitamos mutuamente y ambos merecemos ser pagados por lo que hacemos.

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