Mi primera molar superior izquierda ha cobrado un extraño protagonismo a lo largo de este año en este blog. Ha tenido muchas historias que contar, y el miércoles pasado volvió a agarrarme del cuello para exigirme atención. Tomaron una radiografía y a pesar de que el dolor ha disminuido a un nivel 1 de 10, los nervios están inflamados: no hay nada que hacer, es necesaria una endodoncia. Seguramente me acostumbré al sufrimiento que me indicaba sus últimos momentos, así como en el resto de mi vida tolero las cosas por pura costumbre nada más. Muchos se han de preguntar cuál es el problema con quitarse unos cuantos pedazos de carne del interior de un diente si uno tiene que convivir con la muerte y sus advertencias a mayor escala en el mundo cotidiano, pero cada célula es un reflejo del todo y me preocupa bastante saber que es necesario mutilar una parte de mi cuerpo para continuar funcionando con normalidad. No tengo problema con reconocerlo: la agresividad mal dirigida está deshaciéndose de cada parte de mí. Mi pelo, mis dientes, todo se muere, es el suicidio más lento que la humanidad ha presenciado. No estoy diciendo que si diera rienda suelta a toda la rabia recobraría la vida y estaría feliz, pero por lo menos no sentiría que el letargo es una forma natural de existir.

Tengo pequeños atisbos de la persona que duerme debajo de toda esa conformidad, “no ha fallecido, sólo duerme”, y me emociono al pensar que todo es temporal. Cada noche es una muerte, cada mañana es un renacer. Empiezo dentro de poco otro semestre -el último-, y es un nuevo ciclo, el último de esos ciclos. Me he preparado toda esta semana para recibirlo: lijé, pinté y barnicé unos muebles de mi cuarto (con ayuda por supuesto); ordené mi armario, compré útiles, tengo nuevo calzado, nuevo corte de pelo y espero que nueva actitud para aprender no sólo a sobrevivir sino que al fin disfrutar cuatro meses de mi vida de estudiante. Pero por otro lado recibí la noticia del diente, y no tengo idea qué va a suceder, cómo voy a combinar llegar tarde a la casa todos los días de ahora en adelante con sesiones semanales con un doctor. Es una lástima que uno tenga que empezar lo nuevo arrastrando el bagaje pasado, pero como dije antes, es parte de aprender a convivir con la muerte y sus advertencias en el mundo cotidiano.
I'm the hunter.

Umberto Eco dice que cada época tiene sus mitos: su generación tenía el mito del Hombre de Estado y la actual tiene el mito del Hombre de Televisión. Yo siempre he creído firmemente en dos cosas: la primera es la necesidad no sólo de estar enterado del acontecer presente, sino además de estar anclado en él, comprenderlo, compartirlo hasta donde nuestros valores lo permitan; dejar de idolatrar el pasado y ver las cosas como son, ahora. La segunda es que la única forma de superar un gusto que se ha degenerado en adicción es sucumbiendo a él en su máxima expresión. El control sólo genera más deseo y anticipación; es necesario atiborrarse de eso para dejarlo ir, empalagarse, sumergirse y llegar al punto en que mueres (y Darwin te puede decir que nunca fuiste apto en primer lugar) o te aburres y pasas a otra cosa. Así que mis dos convicciones se han mezclado enfermizamente en esa droga que llamamos televisión, y que no logro dejar desde hace muchos años por más que lo intente y sin importar la cantidad de tareas importantes que tenga que realizar. De hecho, esas tareas sólo me han dado razones para justificar mi vicio: “Como trabajo tanto merezco algo de descanso y distracción”, “Como mi trabajo es mecánico el ruido del televisor ayuda a que no me aburra o me duerma”.

En todo este tiempo, especialmente de universidad, las profundidades más tenebrosas que he alcanzado son, sin lugar a dudas, los programas de “realidad”. Los hay de todo tipo y podría dar una cátedra al respecto, pero esto no es una apología de este hábito. Los críticos más feroces de este género muchas veces no se han molestado en explorarlo correctamente y no puedo hacer otra cosa que no sea felicitarlos y exhortarlos a que sigan con sus vidas mientras puedan. Este es un trabajo sucio, alguien tiene que hacerlo y es mejor que sea alguien con horizontes amplios, nervios de acero y un alto umbral de asco y disgusto. Este escabroso tema no es para cualquiera. Sin embargo, el día de hoy no voy a glorificar los reality shows por el escapismo que representan o por su capacidad de elevar al estrellato al más mundano de los mortales. Por una vez tengo que decir que tengo miedo de verlos.

Aquellos que crecimos con programación que todavía requería del uso de escritores creativos y con algo de ingenio estamos acostumbrados a los diferentes matices y escenarios que puede tomar la eterna lucha entre el bien y el mal. El villano de cualquier tipo, ya sea Moon Ra, Gargamel o el lobo desempleado de la aldea del Arce, era siempre un individuo feo, detestable, evidentemente maligno, pero al final de cuentas inofensivo porque las deidades favorecían inevitablemente a su contraparte. El mundo se desequilibraba por 27 minutos pero regresaba a su estado natural en los últimos 3, y por eso dormíamos tranquilos esa noche sabiendo que mañana iba a ser otro día lleno de aventuras y alegrías. Pero si algo nos enseñó la pasada huelga del sindicato de escritores de Hollywood es que ahora el mundo es un lugar tenebroso todo el tiempo, donde nuevo valores reptan sigilosamente en la psique del televidente. Me disculpo por sonar como una anciana apocalíptica pero le doy la razón a Andre cuando en la final de “America’s most smartest model” dijo que no quería pensar en lo que significaba si VJ ganaba el concurso, en el mensaje que se iba a transmitir. VJ era un modelo que para ganarse los 100 mil dólares que lo acreditaban como el más inteligente de los modelos hizo trampa todo el tiempo, mentía, espiaba y usaba o perjudicaba a las personas a su antojo, con la plena conciencia de que lo estaba haciendo, que estaba siendo filmado mientras tanto y que la humanidad entera vería ese material después. La jueza principal del concurso no sólo estaba enterada de todo lo sucedido, de hecho premió al individuo con el primer lugar y lo felicitó por su “inteligencia”. Estaría desviándome del tema si cuestiono que la noción de inteligencia que ellos tenían era la de cuánto conocimiento de cultura general tenían sus participantes, que es sólo una mezcla de buena memoria y sentido común, pero ni siquiera pueden alegar que VJ hizo gala de su adaptación al medio porque para conseguir sus fines no se adaptó a él, lo destruyó por completo. Yo tampoco pude creer que él ganó y sólo por eso nunca usaría shampoo VO5, que él patrocina.

Como he dicho antes, yo veo “The Hills” y me encanta. Pero yo soy una mujer de 23 años que ha superado en su mayoría sus problemas de auto imagen. Gracias a documentales tétricos y episodios de “E! True Hollywood Story” estoy consciente del gasto obsceno y los riesgos desmesurados que representan las cirugías plásticas. Pero si a mis 14 años yo hubiera visto a una chava bonita y rica, con una vida lo suficientemente escandalosa como para aparecer en televisión, que se puso implantes de seno y se hizo una rinoplastia y que momentos antes de entrar al quirófano pensó “Dios mío. Yo podría morir por esto. No importa, habrá valido la pena. Prefiero no despertarme nunca más que verme cómo me veo ahora”, hasta yo hubiera tenido una visión completamente distorsionada de la realidad. Y me conmociono semana a semana de que no surja de la tierra ningún puño divino, algún rayo justiciero que triture o castigue a Heidi por ser lo que toda mujer no debe ser: superficial, busca-fama, traidora y dependiente de un hombre con cara de sapo.

Tampoco logro entender en lo absoluto el concepto de paternidad de las nuevas generaciones Mtv. Hombres y mujeres mayores, supuestamente maduros, que aceptan ser grabados y firman formularios de autorización para que continentes enteros los vean ser humillados por sus hijas maleducadas y desconsideradas en “My super sweet 16”. No se trata tanto de los gastos exorbitantes en la fiesta, el vestido y los regalos, sino más bien sobre cómo esas niñas son irrespetuosas en todos los sentidos y aún así consiguen el convertible del año al final. Si yo me atreviera a exhibir un 1% del descaro de esas mocosas sería fajeada, enviada a una escuela militar, nadie volvería a tener noticias mías en los próximos cinco años y me lo merecería. Y el otro programa en que los padres escogen posibles pretendientes para su hijo o hija porque detestan a su pareja actual me suena a un relato risible de ciencia ficción. El novio no deseado insulta –literalmente- a los señores la media hora que se tiene que sufrir viéndolos ver al otro en sus citas, y seamos sinceros, esto es casi una regresión a que el concepto de matrimonio arreglado sea aceptable otra vez. Traté de imaginarme hace 5 años, las cámaras de Mtv en mi sala, mis dos padres sentados, mi ex novio calladito y con cara de pollo comprado y yo saliendo con tipos con el sello de aprobación paterna. Hubiera sido el episodio más aburrido de la temporada.

Yo rogaba por justicia en la reunión de “I love New York” porque Bret Michaels en su show se había quedado con la chava correcta, pero después terminó con ella, y creía que el universo se iba a balancear haciendo que New York terminara con Tailor Made una vez terminado el programa. No que el arresto-en-espera de Buddha era el hombre ideal, pero por lo menos no habría quedado como héroe el lambiscón e interesado de su oponente. Pero así fue: se quedaron juntos. ¿Qué estamos diciendo como seres humanos? ¿Que es correcto ser tramposo mientras resultes ganador? ¿Adónde vamos a parar?

En mis años de escuela y mitad de secundaria tenía restringida la televisión a una hora diaria de lunes a jueves, libre los viernes y sábados y los domingos se prohibía después de las 7 de la noche. Y no teníamos cable. Probablemente mi adicción a la tele sea una manera de compensar por todo lo que no pude ver en esos años. Yo criticaba esa imposición alegando que tenía el criterio suficiente para no afectar mis responsabilidades por las distracciones, y eso estoy segura que lo podía hacer a esa y a cualquier edad. ¿Pero tenía el criterio para no convertirme en un monstruo como el que iba a acostumbrarme a ver en la pantalla todo el tiempo? Es la incógnita con la que tendré que vivir el resto de mi vida.
Según el test para promocionar la nueva temporada de "Dexter" (que nunca he visto por cierto), tengo un 0% de instinto asesino: "Congratulations. Your responses indicate that you are completely normal. Almost too normal. What are you hiding, you psycho?"
Estoy un poco decepcionada con mis resultados...
Para compensar por la falta de post sobre la próxima reunión escolar, los dejo con las posibles fotos que me hubieran tomado para mi anuario, si tan sólo hubiera nacido unos cuantos años o décadas antes. Esto es una etapa, lo prometo, pero también dejo el link ;)














La moraleja es que estoy bien situada en la época en que nací, sin embargo, esta es mi favorita. Sólo es cuestión que el peinado se vuelva a poner de moda.
Hace unos días me llegó al correo otra convocatoria más para hacer una reunión de ex compañeros de mi clase. Si quiero asistir tengo que confirmar mi presencia, antes de este sábado en la noche. Así que igual que el año pasado, he estado profundamente atormentada sobre qué decisión es la correcta, si quedarme en casa o ir. En primer lugar, no entiendo mucho el disfrute de este tipo de reuniones cuando no me llevo regularmente con el 90% de ellos en esta etapa de mi vida. No es la distancia la que nos ha separado, porque entre ellos se llaman cuando andan de visita en Honduras, y los que han quedado también interactúan entre sí; de hecho, con algunos de los restantes he tenido rencillas formales, que muchos años después no creo que valga la pena continuar, pero tampoco es motivo para restablecer la comunicación una vez que han demostrado el tipo de amigos que fueron. Sin embargo, los conflictos son contados, por no decir únicos y específicos, porque también están todos aquellos con quienes perdí contacto, pero que aprecio y quiero muchísimo por la historia que compartimos, las aventuras que vivimos. Lo que nos sucedió fue que el cambio de escenario implicó nuevos intereses y como es bien sabido, a veces los intereses consumen la mayor parte del tiempo: mi vida se ha limitado a mi entorno inmediato, con todo lo que eso significa, lo que me lleva a la verdadera razón por la que no quiero ir a esa reunión.

Recuerdo perfectamente cómo me sentía el día de mi graduación: dichosa por haber terminado el colegio, emocionada por todas las posibilidades que se me abrían, segura de que mi vida iba a ser increíble, un sinfín de sucesos que me llevarían a un lugar donde pudiera aprender lo necesario para tener una existencia acorde a mis expectativas, mis reglas, mis sueños. No podría explicar bien de qué forma me terminé sumergiendo en el hoyo del que siento que no he salido en 6 años y que me parece que nunca voy a superar. Siento tanta vergüenza por encontrarme donde estoy, haciendo lo que hago, en la situación en la que vivo. Jamás pensé que todo este tiempo transcurriría tan lento y tan tortuoso: honestamente creía hace 6 años que tomaba la decisión correcta al estudiar aquí, quedándome en mi casa. Pero ni mi increíble carrera, ni mis buenas notas, nada justifica todo lo demás; nada importa, nada tiene valor o sentido. Hago intentos conscientes por mentalizarme que todo es temporal, que el fin está cerca. Leo libros, tomo medicinas, salgo a distraerme, pero no importa: tengo una imagen tan clara de dónde debo estar y me siento tan impotente al ver que tengo 23 años y sigo sometiéndome y aguantando como cuando tenía 15 o 16. Es injusto que personas que sí desean vivir se esfumen de maneras ridículas o accidentales cuando yo cargo la vida como ese peso del que no me logro liberar. Sin pensarlo un instante ofrecería cambiar de lugar si estuviera en mi poder. Así que no veo la utilidad de mi presencia ese día. No veo la utilidad de mi presencia en ninguna parte. Quisiera esfumarme y nunca volver a aparecer.
Tengo mucho tiempo de estarme preguntando cuál sería el equivalente en otras carreras a la Expo Construye para Arquitectura. No es la Feria del Libro para Letras, porque no hay nada en venta, no es Fashion Week para los estudiantes de Diseño de modas, porque tampoco se muestran obras nuevas e importantes… Probablemente no haya nada comparable, pero la emoción por pertenecer a una carrera y celebrar por ello sí ha de poder entenderse. La Expo Construye es un evento anual que se realiza en algún hotel de la capital, en el que se invitan a varias compañías que se dedican a la venta de materiales, sistemas constructivos o a la construcción pura a que instalen un stand y promocionen sus productos. Se organizan charlas instructivas, y toda la cuestión es gratis y abierta al público en general. La generación que llevó Materiales de Construcción 1 con --- tiene como tradición asistir a este evento, ya que como el dichoso arquitecto no hace exámenes ni nada, califica a sus alumnos en función de cosas como dedicarse a recolectar brochures. Su idea original era que cada persona tuviera su propio catálogo de materiales, pero nosotros acumulamos las publicidades y el señor nunca nos pidió el catálogo. Ha de resultar irritante para los pobres ingenieros que se aprenden de memoria sus discursos promocionales tener que gastar sus habilidades y número limitado de hojas y tarjetas de presentación en niños pequeños estudiantes de los primeros años de universidad. Muchos de ellos nos decían que no estaban autorizados a darnos más de un brochure por grupo de estudiantes que se acercaba a preguntar sobre su producto, pero la mayoría era muy amable y se tomaban el tiempo de explicarnos lo que ofrecían, para qué servía y cómo podríamos incorporarlos en nuestros diseños, especialmente porque varios sistemas que se introducen en la exposición son novedosos y la gente o no los conoce o es reacio a utilizarlos en las construcciones. Muchos saben que los estudiantes son presa a futuro, porque cuando uno está empezando es fácilmente impresionable y una persona amable puede resultar totalmente convincente. Por ejemplo, el sistema Convictec consiste en paredes de 10 cm de espesor, con núcleo de poliestireno expandido, malla de gallinero y dos centímetros de mortero que protegen la estructura, a ambos lados. En lugares como Honduras donde nada que no sea de bloque de concreto se considera confiable, esta propuesta a algunos les resulta escandalosa. En esa primera Expo Construye, con unas amigas asistimos a la charla de Covintec, que la daba un ingeniero muy atractivo y que además nos regaló camisetas, lápices y cds. De alguna forma nos sentimos eternamente en deuda con ellos.

Pues el chiste de esto es pasar por todos los stands, que las personas te expongan lo que venden y recoger la mayor cantidad de panfletos. A veces a algunos suertudos les dan catálogos completos de productos, pero tengo la teoría de que seguramente no los obtienen por métodos legales. El asunto es muy emocionante, y como comprobé en muchos Diseños pero sobretodo en Taller III, es bastante práctico también, porque cuando te empiezan a pedir especificaciones técnicas en los planos, a veces es necesario poner hasta el teléfono de la persona que vende en tu localidad lo que estás proponiendo.

Pero ahora, a dos semanas de empezar mi último semestre en la universidad, este evento toma matices diferentes, que jamás había contemplado. Ya no hay maestros que me obliguen a ir, voy por iniciativa propia, esperando ver a las compañías de siempre, pero sorprendida por todas las novedades que hay. Una compañía ofrecía las paredes de Covintec, pero ahora incorporaron un entrepiso con bovedillas de piedra pómez y muros perimetrales prefabricados con aspecto de ladrillo rafón. En otro lugar se estaban ofreciendo estructuras metálicas para casas o naves industriales, reemplazando estructuras de madera para ser forradas con panelit. Aprendí que el futuro de las techumbres snobs van a ser las láminas metálicas recubiertas de shingle con forma de teja. Nos reconciliamos con una empresa que instala ventanas y que en las temporadas de pedir brochures para el catálogo de Taller 1 no nos quiso ayudar por lo que la teníamos marcada en la lista negra de “Nunca comprar”: ahora se fusionaron con una tienda de mobiliario modular para oficinas, y venden también cortinas automáticas. Si a alguien le toca construir una piscina, cisterna o parque acuático puede consultarme para recomendarle un excelente lugar. Nuestro proyecto de Diseño 8 tiene que incluir de alguna forma un calentador solar de agua que vimos allí, es demasiado sencillo para no aprovecharlo. Y sacaré mi ficha de Obras II para comparar el costo de mandar a hacer una caja de registro en comparación a comprarle una, pre fabricada, a Amanco.

Nuestra tarde fue genial, porque todavía no nos vestimos como gente que trabaja, pero nuestras caras demuestran nuestro estado veterano. Ahora nadie nos niega nada, todos nos tratan bien y ahora sí me conviene conservar las tarjetas de presentación, por si en algún proyecto se me ocurre proponer algo en específico. Nuestras preguntas son sabias y demuestran la cantidad de años que nos hemos dedicado a ser arquitectos de papel: ¿Cómo se paga? ¿Ustedes se encargan de la instalación? ¿Cuánto cuesta el metro cuadrado de esas preciosas ventanas de PVC en comparación con una más modesta de aluminio? Es como una convención de trekkies, babeamos por cosas que nadie fuera del medio podría entender, como esas muestras increíbles de duchas de piedra, o las cerámicas miniatura con iluminación por debajo. Si la manada de estudiantes de la facu y de otras universidades han dejado todavía algún papelito, o si sencillamente quisieran ir a escuchar los nuevos avances en mercadeo y construcción, la Expo Construye está hasta el sábado en el Complejo Hotelero San Martín. Tal vez me vuelva a dar otra pasada por allí.
No es que me guste particularmente el manga, pero dibujarme era demasiada tentación.



Si en WoW se están celebrando los Juegos Olímpicos premiando a los ganadores de Battlegrounds con Tabards y dragoncitos chinos como mascotas, voy a festejar en el blog con el relato de mi trayectoria deportiva. (De las numerosas crónicas que siguen a continuación lo único que tienen en común es que las dejé en cuanto me aburrí, así que verán que no es un hábito recién adquirido.)


Las primeras clases a las que fui llevada en mi niñez fueron de natación, en una piscina en la Isla, que actualmente es algún pedazo de la calle que lleva al mercado del mismo nombre. Me gustaban mucho las lecciones, sobretodo porque pensaba que me iban a ser muy útiles si algún día quedaba extraviada en pleno océano (que era la razón por la que creía que mis papás me habían matriculado en primer lugar), me caía bien el instructor gordito que tenía y por supuesto, me encantaban los trajes de baño que podía usar.


Dejé la Isla después del fin de semana en que me pusieron a competir. Era un sábado por la mañana y estuve los días anteriores carcomiéndome de la ansiedad. Nadé como si de eso dependiera mi vida y me estresé tanto que salí llorado de la piscina, sin importar en qué lugar había quedado. (Ahora que lo pienso, alguien debería habérmelo dicho, tal vez si hubiera quedado en primer lugar y lo hubiera sabido la historia sería diferente.)


Me mudé a la piscina Olímpica, donde me inscribí en el equipo Delfines Mayas. ¿Fue una decisión arbitraria o inspirada por el rechazo al equipo de Tiburones, más numerosos y más competitivos, simbólica y literalmente? No tengo idea, pero ellos eran nuestros eternos rivales y de hecho nuestra única competencia, porque otros clubs más pequeños como las Estrellas Marinas eran unos pobres ilusos que jamás podrían alcanzarnos. También llegué a tenerle mucho cariño a mi entrenador, pero mi devoción por la natación venía por temporadas, como verdaderos arranques de inspiración artística, y a veces los honraba con mi presencia en algunas temporadas, para después dedicarme a mis otros intereses por varios meses, hasta años.


Uno de ellos fue la gimnasia olímpica. En primer grado implementaron el taller de gimnasia después de clases, con una entrenadora legendaria, la profesora Edna. Yo entré, más que nada para acompañar a mis amigas, y la inercia de la presión de grupo hizo el resto. Cuando el Liceo se volvió insuficiente fuimos al gimnasio 1 de la Villa Olímpica, que sí tenía las instalaciones profesionales completas. En esto sí llegué a competir varias veces, y gané algunas medallas, pero nunca logré hacer un Split correctamente, ni siquiera con mis huesos todavía no soldados de niña de 7 años. La profesora Edna nos enseñaba rutinas de piso absolutamente geniales, y por muchos años no me caían bien las niñas del María Auxiliadora porque eran de las mejores competidoras, entrenadas por la misma maestra en horas distintas. Di algunos pininos en barras paralelas, podía hacer algunos saltos decentes en el potro, pero la viga permaneció como mi temor nunca conquistado. Sin embargo, siento particular orgullo por decir que yo solita aprendí a dar un salto mortal, saltando en la cama elástica. En realidad no es tan difícil, pero hasta la maestra se sintió orgullosa de mí ese día. Mi vida empezó entonces a oscilar entre natación y gimnasia, hasta que ya un poco mayor intenté volver con la profesora aunque no hubiera nadie de mi colegio para acompañarme, pero en ese tiempo estaba dándole clases a un montón de gringas de la Pinares que creían que yo no hablaba inglés porque no era rubia como ellas y tenían el descaro de criticarme estando frente a mí. Bertha y Silvia eran las únicas talentosas de todas formas. En una competencia Bertha se tropezó en un salto y cayó en un brazo, y no recuerdo si continuó a pesar del golpe o si regresó después a intentar de nuevo la rutina, pero su perseverancia la hizo ganar medalla de bronce y a mí medalla de plata, que difícilmente hubiera conseguido en otras circunstancias.



En quinto grado invitaron a un maestro de karate-do a que diera él también un taller. Mi parte favorita era la meditación del final de la clase, en que él te hacía visualizar que eras un objeto muy, muy pesado, que perforaba el piso, y después una pluma ligera que podía levantarse con un suspiro. Mis ensoñaciones se sentían bastante reales. De allí, tenía conflictos con tener que gritar en algunos movimientos y tener que pelear contra un oponente; las rutinas eran pan comido. Un día nos colocaron en 2 filas, una de ellas permanecía en su sitio y la otra iba avanzando para que cada quien peleara con alguien distinto por un minuto. Sobreviví hasta que llegué donde Jean Albert, un tipo un poco mayor que yo que sí era atlético, además de ser el típico macho alfa. No sé cómo lo logré ni que excusa di, pero me provoqué el llanto y me absolvieron de continuar. Llegué a cinta anaranjada y allí murió ese asunto.



La siguiente etapa fueron los deportes de grupo. Contrataron a una maestra de educación física que había estudiado arbitraje de fútbol o algo así, en Alemania. En las clases yo era de las menos activas porque ya estaba en las etapas de la pereza adolescente, y por lo general la maestra me tenía como un caso perdido. Pero algunos días me daba por participar y prestar atención, y terminé siendo defensa del recién creado equipo de basket de las niñas de mi colegio. Se organizó un torneo entre varios colegios y jugamos en varios lugares; hasta nos dieron un diploma en la Elvel. Pero después de ese reconocimiento sentí que era mejor abandonar esa carrera en su cúspide que verla decaer lentamente. Mi único esfuerzo físico se convirtió en los ocasionales partidos de fútbol en las clases, en los que yo me ofrecía, sorpresa, como portera, para estar en un solo lugar la mayor parte del tiempo, gritarle a todo mundo qué debería de hacer y amenazar con que me iba a ir si las contrincantes se acercaban mucho a mi zona. Y así era.


Recordé esos días el año pasado, cuando una chava de la facu a la que nunca le había hablado y no le sabía el nombre se me acercó muy amablemente y me preguntó: “Marcela, ¿te gustaría estar en nuestro equipo de fútbol?”. Alguien a mi lado emitió una carcajada involuntaria, pero la chava fue tan dulce que no me pude negar. Entrenamos unas cuantas veces en el San Miguel, hasta que las vacaciones de la navidad desmotivaron a todo mundo y el siguiente semestre yo llevaba taller III y no quería saber nada de nadie.


Pero no todo está perdido para mí. Descubrí mi vocación un año de secundaria en que abrieron una academia de baile tropical que manejaban una hondureña casada con un cubano, una argentina y una experta en punta. Yo no soy fan de esa música, pero después de mi graduación de sexto grado que catalogo como “El peor día que he vivido”, juré que iba a aprender a bailar para no volver a sentirme tan ridícula en un lugar que tuviera disco móvil. Y me encantó: resulta que tenía facilidad, me encantaban todos los tipos de bailes y no tenía que pelear competir contra nadie. Más adelante entré a clases de danza árabe en un lugar cerca de mi casa, pero me tuve que salir por las clases y actualmente la academia va a estar cerrada hasta en diciembre, cuando pienso retomar mis lecciones. Tal vez lo mío sea la expresión y no la carnicería feroz; tal vez bailar es el deporte de los perezosos; al final sólo puedo agradecer por el estado de mi cuerpo a la lotería genética.


Hay que ver que me ha hecho pagar de otras formas.
Mi madre es doctora, específicamente una pediatra, pero desde hace muchos años se dedica también a todo eso que popularmente se denomina “medicina alternativa”, y dentro de ese campo ha estudiado con mayor detenimiento la homeopatía, cosa que he mencionado en numerosas entregas pasadas. La lección primordial que he aprendido al sumergirme de manera amateur en algunas cosas que ella ha investigado es que el cuerpo, en su estado natural, es saludable y capaz de enfrentar cualquier amenaza externa. Sin embargo, nuestras crisis emocionales o patrones dañinos de pensar y actuar son los que provocan las enfermedades, no como un castigo –esto es muy importante- sino como un reflejo. Todo aquello que no queremos enfrentar conscientemente saldrá a la luz en forma física, porque el cuerpo no puede mentir. De allí el simbolismo que cobra cada órgano o miembro. Por eso me encanta el libro de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, “La enfermedad como camino”, que es una introducción a ese simbolismo. Sin embargo, hasta ahora me he dedicado únicamente a hablar de las tendencias negativas en que puede incurrir el cuerpo, olvidando que tiene una base intrínseca de sabiduría que hasta ahora no había discutido, pero que mi amigo Deepak Chopra me recordó. Su objetivo es mostrar cómo nosotros nos comportamos muchas veces en oposición a la naturaleza de nuestro cuerpo, que funciona con un propósito superior al de la satisfacción de cada ente individual, cada célula, en aras del bienestar común. Las células se comunican unas con las otras, sin poder aislarse o retraerse; saben que provienen del mismo origen y aunque se dividan miles de veces permanecen vinculadas. Se adaptan a nuevas situaciones, son flexibles, creativas. Aunque realicen funciones específicas, las combinaciones entre ellas pueden ser diferentes. Se respetan entre ellas porque todas son igualmente importantes, y se cuidan a sí mismas cuando exigen descanso y silencio de forma regular para continuar funcionando de manera óptima. Son eficientes al trabajar con la menor cantidad posible de energía, y esa eficiencia se ancla en la confianza de que lo que necesiten vendrá de alguna forma; no es lo normal para ellas guardar, esconder o atesorar. Su máximo acto de generosidad es reproducirse y transmitir su conocimiento a otros que han de venir a tomar su lugar.

Las enfermedades físicas son alteraciones de ese orden natural, pero son alteraciones que nosotros hemos permitido en nuestras dimensiones emocionales y/o mentales. Lo importante es saber que nuestra esencia es la salud, para que cuando algo aparezca estemos conscientes y busquemos qué es lo que anda mal en nuestras vidas en lugar de delegar responsabilidades y culpar a factores externos. Ahora llegamos al segundo punto: si nuestro estado físico natural es saludable, nuestro estado psíquico original es la armonía. ¿Por qué estamos entonces tan acostumbrados al caos, a la depresión o al enojo? Vivir en situaciones familiares de permanente hostilidad encubierta, de aislamiento ante la sociedad, de sentirse inadecuado para una vida satisfactoria es igual que andar todos los días con dolor de muela, con la vista borrosa o con dificultad para respirar. Y una vez que nos habituamos a la infelicidad y nuestro umbral para el dolor sube de nivel, al cuerpo no le queda otro recurso que manifestarse de nuevas maneras: las físicas, a veces en magnitudes espeluznantes. Dicen que el deseo de cambiar es el primer impedimento para lograrlo, que este se alcanza de manera gradual e inconsciente, sin intención (todavía no entiendo cómo) así que no voy a promover el cambio. Voy a recomendar el cuestionamiento y la observación, ahora que nadie puede alegar ignorancia.

Curiosamente sí tengo un gorrito así... Este es el link.
Desde la perspectiva de un estudiante, existen numerosas características que hacen que un maestro sea percibido como bueno, o por lo menos eficiente. Primero, tiene que poseer algún nivel de carisma, la habilidad, o por lo menos el deseo de trabajar con personas. He descubierto que el mal carácter de un profesor sí representa una preparación al mundo real, donde extrañamente los impulsivos y explosivos terminan en posiciones de poder y uno debe saber tratarlos, lidiar con ellos y no dejarse influenciar por sus actitudes. Pero debe existir una clara diferenciación entre carácter difícil y misantropía pura, y no se debería permitir a los que cuentan con esa segunda característica estar en contacto con alumnos.

Un profesor debería ser disciplinado y organizado. La docencia no es un área donde sea aceptable la improvisación en cuanto al programa de la clase, pero no sólo se debe planificar, se debe cumplir con esa planificación. Parece algo tan obvio, pero en la práctica no siempre se cumple: un maestro debe ser puntual, no faltar, y permanecer la completa duración del curso en el aula. Abundan los maestros que no llegan y no avisan, o que llegan todos los días pero sólo se quedan cinco minutos y creen que han cumplido con su deber.

La principal exigencia que se le debería de hacer a estos individuos es que disfruten lo que hacen, que sean capaces de transmitir ese gusto a otros seres. Los maestros son guías, y deben formar personas autónomas, independientes, que investiguen por su cuenta más de lo que se les dice en clase. Pero eso no debe convertirse en excusa para que no hagan su trabajo, como aquellos que ponen a los alumnos a hacer exposiciones que cubren todo el contenido. Muchos de los maestros son buenos, pero los cursos son pésimos, porque en vez de escuchar al experto uno debe tragarse a un tipo que no expone bien y no quiso investigar adecuadamente.

Lo justo es que cuando uno empieza cualquier cosa, queden establecidas desde el inicio las reglas que cada quien debe seguir. El maestro debe explicar su forma de trabajar, la manera en que espera que participe el alumno, y desde luego, el método en que va a ser evaluado. Pienso que debería ser requisito para dar clases poseer algún título en pedagogía, haber cursado por lo menos un seminario rápido, haber leído un libro al respecto, cualquier cosa que haya dejado como lección un método, una forma objetiva para enseñar y evaluar, ya que un buen profesional no siempre es un buen maestro. De hecho, personas muy exitosas en su campo pasan a veces tan ocupadas y distraídas que son inútiles en un aula. De la misma forma, no creo que se deba permitir que personas muy mayores den clases. Para que eso sea aceptable, tienen que tener mucha lucidez, porque es tedioso estar con un señor que ya no posee el dinamismo para hacer interesante una hora con él. Muchas veces son señores que hacen las cosas como les gusta porque a esas edades se sienten con la potestad de hacer lo que quieren, independientemente de si es lo que se les pide. Tampoco suelen estar actualizados con los requerimientos actuales que debe poseer un alumno, y todavía siguen con métodos antiguos u obsoletos.

Se puede decir, en general, que si una persona, enfrentándose a una situación real sabe cómo manejarla con una serie de pasos que se aprendió en una clase, su maestro ha tenido éxito. ¿Pero con qué condiciones debe contar este maestro para que pueda rendir adecuadamente y logre con ese objetivo? Pregunto esto porque terminamos finalmente de visitar cada aula del edificio 1, y estoy indignada con las condiciones que enfrentan las carreras de Ciencias Sociales. Los alumnos reciben clases en los cubículos, a veces en el patio, en las gradas, como había mencionado anteriormente. Pero me doy cuenta que en mi facultad, donde sí tenemos salas con mobiliario decente, en un piso en el que no se desperdicia el espacio en oficinas administrativas, ni asociaciones de estudiantes, hay muy pocos maestros que reúnan todas las características que mencioné como ideales. Entiendo que es mucho pedir que todos los profesores sean excepcionales, pero no se les pide grandiosidad, se les exige responsabilidad, y muchos de ellos no cumplen. ¿Qué excusa tienen en mi facultad para aceptar gente que no llega a clases, llega tarde, o llega por poco tiempo; gente mayor que no hacen exámenes pero que tampoco ofrecen alternativas de evaluación, que básicamente se inventan las notas; personas que no explican a los alumnos lo que se espera de ellos, pero que los sancionan si no hacen lo debido; maestros que no enseñan correctamente, son condescendientes y visiblemente miserables, que no poseen ningún talento para dar clases? De por sí, clases como (…) son fatales y tienen un alto índice de reprobados, en aulas iluminadas, ventiladas, con sillas, no me imagino cómo serían si tuvieran que sentarse en las gradas del L2, con todas las personas pasando e interrumpiendo.

La mediocridad en la carrera de arquitectura es inexcusable, y sin embargo es lo que más abunda. Por supuesto que hay excepciones, maestros como el de Organización de Obras II, Estática, Teoría II, Teoría Superior, Historia II, son personas que han marcado una diferencia en la vida de varios de mis compañeros y en la mía. Son inspiraciones para continuar en la carrera, para anhelar trabajar algún día. Muchas veces he dicho, con toda la honestidad del mundo, que si no hubiera llevado el tercer proyecto de Diseño 1 con el arq. - , me hubiera salido de esa carrera, decepcionada por la mala calidad de los maestros anteriores, que me habían hecho creer que la de la falta era yo, cuando en realidad no había sido guiada correctamente. Me abruma la vergüenza, la pena que deberían de sentir esos profesores, de estar en tan buena situación y que den clases tan malas. Probablemente los privilegios de los que gozamos sean resultado de la numerosa manada que somos como estudiantes, me consta que también han sido el producto de algunas administraciones pasadas que han velado porque financiemos esos privilegios, pero que no sería posible si fuéramos pocos. Ahora está la cuestión de saber si somos muchos porque la gente entra ilusionada por llamarse “arquitecto” y ganar mucho dinero, como se les ha hecho creer, o porque las otras carreras, como las de ciencias sociales, están tan mal que nadie las quiere estudiar.

Hasta yo estoy impresionada de todo lo que me ha hecho ver estas 40 horas de trabajo comunitario…
Encontré un excelente instrumento para no volver a desperdiciar dinero en salones de belleza: el Seventeen.com Salon!!
Los cortes cortos son excelentes para ensayos de color: De vez en cuando, voy a necesitar algún peinado elegante, para fiestas de noche:

Pero extrañamento, los estilos largos se sienten menos artificiales. ¿Moraleja? Dejarme crecer el pelo :P



Este está inspirado en New York (la de VH1)


Permiso.... Tengo algunos tintes que ir a comprar....
Hace poco en la universidad se crearon tres nuevas facultades: Ciencias, Ciencias Sociales y Humanidades y artes, en donde quedó adscrita la carrera de Arquitectura. Como requisito para la graduación es necesario cumplir 40 horas de servicio comunitario, que la ex directora de la mencionada carrera y ahora decana de toda la facultad nos asignó. Con el propósito de que algún día se puedan reunir en un mismo edificio a todas las carreras pertenecientes a una misma facultad, es necesario hacer el diagnóstico de adónde están ubicadas en este momento, qué aulas están usando, y a qué problemas se enfrentan actualmente. Allí entramos nosotros con nuestras fabulosas habilidades para entrevistar a todos los jefes de carreras; hacer una revisión de todas las aulas, para determinar el estado de todos sus componentes (paredes, piso, ventanas, iluminación, tomacorrientes e interruptores), y desde luego sus medidas; para finalizar -si es que algún día el jefe de Registro atiende a nuestra solicitud de la carga académica del primer semestre de este año- con un cuadro que determine el uso que cada carrera le ha dado a cada aula.

Mi grupo se está enfocando en la facultad de Ciencias Sociales, que tiene la mayor parte de sus carreras en el edificio 1, con la excepción de Psicología y Periodismo, que están en el 4A. El primer señor al que entrevistamos fue al Jefe de Psicología, un tipo muy tranquilo y agradable, con quien conversamos por un buen rato de cosas que incluso no tenían que ver con nuestro trabajo. Aunque ellos comparten clases con Lenguas Extranjeras, tienen muchos laboratorios y centros de atención que han adecuado con su propio presupuesto, y al parecer su situación es estable. Cuando finalmente logramos atrapar al elusivo Jefe de Periodismo, nos contó que ellos también tienen muchas aulas especiales, que incluyen un estudio de televisión y otro de radio, y que a decir verdad, no tienen tanto problema de falta de espacio. En realidad están en la gloria, en comparación con todo lo que sucede en el edificio 1.

Entrevistar a todas las jefas de carreras y coordinadores, ha sido todo un desafío a la moral. Todos ellos se quejan de que las aulas son insuficientes para sus clases; al parecer, al inicio de cada semestre es una matanza entre ellos para ver quién se queda con cuál y a qué hora, y nunca coinciden en reparticiones justas para todos. Eso provoca interesantes reacciones. El licenciado de Psicología nos explicaba que en algunos laboratorios ellos estudian la manera en que un mismo estímulo provoca consecuencias diferentes en los sujetos, y lo comprobé cuando entrevistamos al jefe de Desarrollo municipal y a la jefa de Ciencias políticas. Actualmente, lo último es una simple sección, que se encarga de la clase del mismo nombre y de Derechos Humanos, ambas asignaturas optativas. Pero con las nuevas reformas se piensa abrir la carrera de Ciencias políticas. Al parecer acusan a estos maestros de ser izquierdistas y los han discriminado hasta más no poder. No les dan suficientes aulas, los están obligando a quitar un parcial de todo el contenido para que las clases ahora sólo sean tres veces a la semana en lugar de cuatro, como están programadas originalmente, y hasta quieren que sea parte de la facultad de Derecho, donde tendrían que readecuarse al enfoque que ellos imparten. La licenciada nos habló por más de dos horas, sobre cómo ella ha logrado, sin apoyo de las autoridades universitarias, abrir y dirigir una maestría, trayendo catedráticos de la universidad de La Habana, con su propio dinero. La universidad no sólo no le reconoce todos esos gastos, la están investigando y corre el riesgo de perder sus prestaciones y los ahorros de toda su vida, por haber hecho eso. Para rematar, cuando abrió la maestría, la facultad de derecho abrió otra muy similar a esa, esta vez con apoyo logístico y financiero de la universidad, para dejar claro que a ellos no se les ayuda por sus tendencias “comunistas”. La señora dirige todo desde un cubículo miserable, que comparte con otros maestros. Y en ningún momento sonó frustrada y amargada, más bien estaba muy contenta porque finalmente va a graduarse la primera promoción de esa maestría.

Por el contrario, cuando entrevistamos al jefe de Desarrollo municipal y le preguntamos sobre los problemas con los que tiene que lidiar, nos dijo que estaba aliviado porque pronto se va a jubilar, ya que está devastado con la ineptitud y la indiferencia de las autoridades. Esta es una carrera técnica, de dos años solamente, que ni siquiera se nos dijo en la presentación del proyecto que pertenecía a la facultad, pero que estando en el edificio vimos que cuenta con espacios administrativos y aulas propias. Por ser sólo un técnico, no les prestan atención cuando piden equipo: después de cinco años de solicitar computadoras, finalmente les llegaron hace dos meses. Mientras otras carreras tienen centros de documentación, su biblioteca son unos estantes en la secretaría, con algunos libros donados por estudiantes. Por mucho tiempo pelearon porque les asignaran más aulas, y les terminaron construyendo unas, fuera del edificio, al estilo “FHIS”, que tapan las ventanas de otras aulas y por ello han causado riñas con otros departamentos. Tienen una sala de reuniones, que funciona también como aula de clase. El señor hablaba con una mezcla de furia y tristeza que todavía no me puedo sacudir. Nos contó que llegaron al punto en que han tenido que dar clases en las gradas, donde los otros maestros les pasaban al lado sin decir nada, e incluso varias veces les cerraron el portón para que no se pusieran allí.

Otras carreras, como Sociología e Historia, tienen algunas comodidades, como los mencionados centros de documentación, que son como bibliotecas improvisadas. Existe incluso un Diplomado adscrito a Sociología, que ocupa dos aulas enteras, que son probablemente los espacios más lujosos que he visto en toda esa universidad. Son los únicos con cielo falso de fibra mineral, aire acondicionado, sillas acolchonadas, cortinas, data show, mesas caras… La clase de Estudios de la Mujer se ha tomado aulas que sólo ellos pueden utilizar, y les han puesto portón y candado, al igual que Historia, que lo que han hecho es apropiarse de aulas y subdividirlas en tres espacios distintos, donde caben, máximo, seis personas. Pero lo más indignante de todo, es que todas las carreras tienen carencias, en un edificio con mucho espacio desperdiciado. Para empezar, el FRU se ha tomado un aula que les sirve como fotocopiadora, cafetería, bodega y centro de operaciones. El lugar es espantoso, pero el mismo asco no me permitía desviar la mirada de las paredes forradas con fotos del Che y de Fidel Castro, la televisión sintonizada en “Hable como habla…” que presentaba un discurso de Chávez, y a los tipos que deberían de haberse graduado hace varias décadas si no perdieran su tiempo en protestar por cualquier cosa y en hacer afiches. Otra fotocopiadora en el segundo nivel comparte espacio con la asociación de estudiantes del desaparecido CUEG: un lugar más que podría servir para dar clases en vez de usarse como botadero de basura. Y espacios como la sala de Antropología no justifican su existencia si nunca están abiertos, y la jefa de su sección, que también va a ver su clase convertirse en carrera, es más difícil de encontrar que un terrorista anti americano. Llevamos tres semanas en este trabajo y jamás la hemos visto.

Francamente, compadezco a la gente que estudia esas carreras, aún más a los maestros de las mismas. La situación que viven es deplorable durante sus años universitarios, y sus áreas de trabajo no tienen aplicaciones útiles en países como este, donde se les ocupa seriamente pero nadie los toma en cuenta. Y por lo que veo, nada va a cambiar, porque cada quien protestaría por conservar el pedacito de tierra que ocupan. Como nos dijo una señora mientras medíamos los cubículos de Trabajo Social: “Si ustedes nos mueven de aquí, se les van a tirar encima los alumnos, que son los que han pagado por acondicionar todo esto. Ellos construyeron, ellos pintaron. Hemos peleado mucho por estar como estamos y nunca nos vamos a ir”. Por suerte lo nuestro es sólo el diagnóstico, será el grupo que venga después de nosotros y haga la propuesta formal el que tendrá que recibir las pedradas y las quemadas de llantas del FRU cuando se les anuncie que van a tener que desalojar
Esa fue más o menos mi reacción todo el tiempo que estuve leyendo este artículo. Trata sobre los resultados nefastos que producen combinar falta de oficio y mala intención en algunas personas. No tenía idea de todo el submundo que se tienen los malignos en internet.