Gabriel García Márquez es un escritor tan brillante, que sin importar un casting que no tiene nada que ver con el libro; las malas actuaciones; los acentos deplorables; los repugnantes chirridos de esa sucia de Shakira que no merece tener la misma nacionalidad que el susodicho (no merece ni el aire que respira); las mutilaciones, omisiones y resúmenes asquerosos a los que sometieron a la historia, es capaz de crear una trama tan conmovedora que soporta que le hagan una película tan horrible.

Probablemente suene como a disco rayado afirmar que una película jamás va a compararse, mucho menos igualarse a un libro, pero hay películas que logran ser un tributo decente a lo que imaginó el autor. Pero esto es un insulto a García Márquez, a la literatura, a la inteligencia humana. Quitando a la increíble mujer que hizo de Fermina Daza, ninguna otra persona tenías las características físicas que requería su personaje, sólo eran un montón de latinos famosos; me extrañó tanto no ver a Eva Longoria rondando por allí, hubiera estado a la altura de cualquiera de ellos. El papá de Fermina Daza es originalmente un hombre gordo, alto, con la voz grave, el carácter terrorífico y además es ignorante, es como un Mel Zelaya enojado, ¿y a quién pone Hollywood para interpretarlo? A John Leguizamo, por supuesto, que parecía más la mascota de la hija que el padre malvado que tenía que ser. Para llegar a ser Florentino Ariza, que se supone que era un hombrecito escuálido, insignificante y feo, Javier Bardem sólo tenía que perder unos cuantos kilos, porque todos sabemos que es naturalmente antiestético, pero ni eso pudo hacer. Y qué tristeza me dio ver a Benjamin Bratt como Juvenal Urbizo, en la historia él es guapo como nunca se ha visto en la faz del planeta.

Personalmente no me parece mala la idea de que la película haya sido en inglés, y no en español como hubiera sido lo ideal. Pero esos malos acentos y la forma en que mezclaban palabras en castellano en medio de los diálogos me hacían pensar en los anuncios de Telemundo, o en los presentadores de Mtv tres, la versión que se enfoca en el público latino inmigrante de los Estados Unidos.

Para aquellos que no han leído el libro, obviamente mi recomendación es que no vean la película, pero si ya lo han hecho o no me quieren hacer caso, por favor, recuerden que todas esas situaciones traducidas a novela mexicana son una versión ultra diluida de lo escrito. Sin las explicaciones y las narraciones suenan como a un montón de cursilerías superpuestas, es tan doloroso. Sin embargo, cuando uno ya se resigna a que esa va a ser una de las peores experiencias fílmicas de la historia, es cuando se le empieza a perdonar y algo parecido al disfrute surge a la superficie.

Pero justo cuando las lágrimas de la emoción atreven a asomarse, empieza a berrear Shakira.
Y exijo mi dinero de vuelta, o la cabeza de esa criatura espeluznante.
Hace mucho tiempo estaba pensando en si tener una sola cosa extremadamente buena compensa por que las demás sean tibias, vacías, insignificantes o hasta desgraciadas en cierto sentido. Pero es evidente lo que pasa cuando esa sola cosa desaparece. No sé si exagero, pero la verdad es que todo el tiempo siento que camino sobre cáscaras de huevo en mis relaciones con los demás: cuidando todo lo que digo, lo que hago, las expresiones faciales, las posturas corporales… es extenuante. Y yo soy una completa partidaria de que por tu salud mental debes ser tú mismo, sin importar que a los demás les incomode, pero he llegado a la conclusión de que lo que temo en realidad no es la regañada o el rechazo de los demás, sino mi propia reacción el día que esto ocurra. La adolescencia tardía es lo peor. Todavía no sé si pertenezco a algún lado, no me puedo relacionar satisfactoriamente con los demás, ni siquiera termino de definirme, o conocerme, si es que acaso es posible. Me trato a mí misma como trataría a un desconocido: con la máxima diplomacia que permite la timidez, y el temor de entablar una conversación profunda que cambie las cosas para siempre. Es una suerte que las vacaciones vayan a terminar pronto, y que todavía siga siendo estudiante: ser adulto me parece aún más aterrador, y prefiero seguir expiando mis culpas a través de los desvelos del trabajo a cambio de calificaciones y los privilegios de ser una mantenida.
El fino arte de empacar consiste en elegir todas aquellas cosas con las que no podrías vivir si de repente llegara un huracán y te dejara incomunicado lejos de casa. La ropa que llevarías puesta si los paramédicos encontraran tu cuerpo en medio de todo el metal derretido en caso de un accidente de bus.

Con toda honestidad, no es por ser snob, pero lo primero que elijo son los libros que voy a llevar. Prefiero estar desnuda que aburrida. En esta ocasión, mi selección literaria incluye además una Vogue con Penélope Cruz en la portada y el cuaderno de Instalaciones II para “repasar” antes de Taller III. Después el diario, porque tanta paz en casa de mi abuela debe ser equilibrada con el tormento interior. Luego de lo importante, lo urgente: ropa cuidadosamente escogida para recordarme a quién me la regaló. La cantidad de vestimentas incluye el mismo día del viaje (aunque la ropa para el viaje se elige aparte) y el día extra que posiblemente esté allá, pero no es seguro. Siempre llevo algo para salir en la noche, aunque las probabilidades de que lo haga son ínfimas. También ropa para llevar en misa por si me levanto a las 5 y media el domingo. Lociones que no se quiebren, esmalte(s) de uñas, cepillo de dientes, esos combos shampoo/acondicionador que jamás usaría en mi casa. Hilo dental: no sé por qué cuando estoy lejos lo que más me molesta en el mundo es sentir un sucio entre los dientes y saber que no me lo puedo quitar con un simple palillo.

Le temo a la casa de mi abuela como cualquier persona acostumbrada a su neurosis le teme al psiquiatra. No están mis canales, mi internet, mis amigos para salir. Pero sé que ese lugar me ayuda a aclarar la cabeza, y que por supuesto, veo a mi abuela, con la que tengo milenios de no hablar. Sin duda voy a extrañar mi casa… pero voy a convencer a mi abuela que haga charamuscas y se me va a quitar. ¿Pero y las otras cosas que extraño, cómo las remedio?

De todos los experimentos sociológicos que MTV ha desarrollado hasta ahora, debo decir que “The X effect” es sin lugar a dudas el más cruel de ellos. A una pareja de ex novios los invitan a un hotel de lujo a pasar juntos el fin de semana. Sin que ellos lo sepan, sus novios actuales están también en el mismo hotel, espiándolos, ya sea viendo por televisión lo que hacen –sin audio- o escuchando lo que dicen, sin imagen. Ponen a los ex novios en todo tipo de situaciones comprometedoras como hacerlos dormir en la suite de luna de miel debido a “reparaciones imprevistas de mantenimiento”, o con actividades del tipo aprendan a aplicarse mutuamente pintura corporal. Han pasado muchas veces que los ex reviven los sentimientos pasados y aprovechan la oportunidad que se les presenta. Pero al final de los 3 días se les revela que han sido vigilados todo ese tiempo y se les pide escoger entre su novio(a) actual o el anterior, para ver qué opinan sus parejas. Incluso ha sucedido que los ex regresan, y el chavo y la chava que han sido traicionados se quedan juntos, para vengarse, según ellos.

Algunas de las principales reglas sobre cómo leer ficción, según Mortimer Adler y Charles Van Doren son “no intentar resistirse al efecto que nos produce una obra de literatura imaginativa” y “no criticar una obra de literatura imaginativa* hasta haber apreciado plenamente lo que el autor ha intentado hacernos experimentar.”

*Supongo que a sus personajes tampoco.

Pero mientras llegamos al desenlace, tratemos de entender el dilema que plantea Simone de Beauvoir en “La invitada”. A finales de los años 30, en París, vive una pareja de artistas, Francisca y Pedro. Trabajan juntos, dirigiendo una compañía de teatro en la que ellos escriben las obras; Pedro actúa en ellas también. Son los bohemios cliché, saliendo a cafés, a bares, discotecas, con sus vidas definidas, independientes y dedicadas enteramente a su arte. Pedro y Francisca están tan seguros de su relación que Pedro tiene ocasionales aventuras con otras mujeres, Francisca lo sabe y no le importa. Según ella la conexión que tienen es tan profunda que nada podría interponerse entre ellos.
Francisca tiene una amiga, Javiera. Es una joven de pueblo, tan impresionada con la capital y tan aburrida de su vida en casa, que se le ofrece quedarse a vivir en el mismo hotel que nuestros protagonistas principales. Es una persona con todos los defectos propios de la juventud: caprichosa, insolente, la vida no tiene sentido si no es exactamente como yo la quiero, no pienso doblegarme ante la necesidad de vivir en sociedad, conseguir un trabajo y atarme a una rutina, prefiero morir antes que comprometerme. Si al principio Francisca se apiada de semejante personalidad romántica, pronto se hastía de su constante criticismo ante todo, incluso del estilo de vida que lleva. Y se perturba aún más cuando aquel que consideraba su alma gemela se siente extrañamente fascinado ante este espécimen contestatario y empieza a descuidarla por estarle prestando atención. Los celos son inevitables. Pero estamos dentro de la cabeza de una mujer que no va a permitirse experimentar algo tan inferior como celos. Pedro le pregunta si desea prolongar esta situación, él no siente nada por esa niña, pero ahora que ella forma parte del cuerpo de actores de la compañía es necesario que trabaje con ella, dándole clases. Francisca accede: “Javiera existía y no había que negarla; había que asumir todos los riesgos que su existencia entrañaba”.

Y aquí entramos al reino de lo que yo denomino “el error fatal”. Entiendo perfectamente la necesidad de Francisca de aparentar que todo está bien, actuar con naturalidad todo el tiempo, queriendo obviar que Pedro pasa más pendiente de esa tipa en las conversaciones; queriendo consolarse a sí misma diciendo que ella lo conoce desde hace mucho tiempo y de maneras que la otra jamás podría aspirar a hacer, como si la anterioridad fuera algún tipo de garantía y la profundidad no fuera fácilmente alcanzable cuando así se quiere. Pero por dentro están las cóleras reprimidas, los delirios y las paranoias que alcanzan niveles alarmantes en los que llega por momentos a preferir abandonar al dizque amor de su vida con tal de no seguir en esa zozobra.

¿Cuál es el problema de Francisca? No haber escuchado a aquel que dijo que cuando uno pelea contra sus instintos es uno mismo el que terminará perdiendo. Por muy irracionales que sean sus celos, estos existen, y si nos ubicamos desde la perspectiva existencialista son tan reales como la persona que los provocan y por eso no se pueden olvidar impunemente. También se le puede acusar de no tratar su vida amorosa con la ligereza y desechabilidad con la que MTV pretende que enfrentemos la nuestra. Y al parecer la desilusión es inevitable, ya sea que uno entre a una relación con toda la seriedad del mundo, pensando en el futuro, o por puro entretenimiento: no existen las certezas.

“Hemos tratado de edificar nuestro amor más allá de los instantes, pero únicamente los instantes existen con seguridad; para el resto se necesita fe. ¿Y la fe es coraje o pereza?”
Yo creo que si yo fuera hombre y no tuviera una novia, amiga o por lo menos una conocida soportable con quien bailar, no tendría razón alguna para ir a una discoteca. Pero me imagino que muchos encuentran suficiente la oferta de vodka y ron a 1 lempira por toda la noche. En las primeras horas, cuando todavía nadie baila, se forman estas filas periféricas a la pista, de machos con aspecto hambriento, solitario y desesperado, sosteniendo un trago en la mano, al acecho de algo interesante. Poco a poco algunos aventureros se atreven a empezar con las danzas, generalmente son las parejas y chavas que bailan juntas. En esta etapa se recomienda beber un poco para obviar el hecho que todo mundo puede observarte a su gusto, puesto que la multitud todavía no te da anonimato, y cualquier plan de subirse al cubo de madera en medio de la pista cuyo único propósito es que cualquier valiente se suba a bailar (que nunca lo he hecho, pero me imagino que se tiene que probar de todo en la vida) queda postergado para una siguiente ocasión cuando uno de tus primos llega a saludarte. El lugar se llena, pero el público masculino no disminuye, al poco tiempo se esfuman y pierde importancia. Hasta que uno de ellos toma como misión personal el reivindicar a su manada: un tipo con peinado, ropa, zapatos, lentes de sol, joyas y hebilla de faja à la Daddy Yankee, se sube al susodicho cubo a menearse. Se quita la camisa, pero lleva una camiseta sin mangas. Gritos femeninos llenan el lugar. Y yo diciendo que eran los hombres los hambrientos y desesperados. Por favor que no se quite el resto de la ropa, por favor. Es un espectáculo desastroso, pero tiene que ser visto! De reojo, claro, hay que tener modales ante todo. El tipo baila y me parece un prodigio gravitacional que no se deslice (más tarde me enteré que me perdí justo ese momento). Una chava se sube con él, y empieza la parte que Emily Post no me dejaría narrar. ¿Dónde están las abuelitas de estos majes? Se baja la tipa, y se acerca un guardia del lugar a decirle al chavo que por favor se vuelva a poner la camisa. Creo que eso le hizo perder el mojo, porque después de eso nadie más le prestó atención. Irónicamente, se baja cuando ponen una canción de su ídolo y se reúne con su sector demográfico. La noche transcurre, sin ningún otro evento significativo, teorizando sobre si la gente realmente disfruta el dolor de oídos por el volumen de la música y el picor de los ojos por el humo de cigarro, sobretodo esos pobres tipos solos y angustiados, pero quién rayos los manda a ser tan viejos y venir a lugares así, hasta que veo que uno de ellos es un profesor de mi colegio, que no es soltero sin compromiso. ¿Qué sería lo educado en esta situación? Acercarme a saludar e intentar disimular que tengo muchos años de no hablar francés con todo el ruido del ambiente. Pero ya tengo demasiado de saber de las vidas oscuras y perversas de los profesores que conozco, lo mejor es terminar la noche con las carnitas que venden en la entrada, bajo la lluvia.
- Un carro. Cualquier carro, en esto sí no tengo preferencia. Cualquier cháchara con 4 ruedas que no necesite empujar para que arranque me haría extremadamente feliz. Lo que sea con tal de no estar a merced del transporte público, paterno o el caritativo.

- Una computadora XPS M1730 World of Warcraft, edición Horda. Yo creo que si tuviera pisto sería de esas snobs con una laptop para cada día de la semana, o por lo menos una para cada actividad (jugar, trabajar, escribir), pero esta sería mi favorita de todas ellas. Yo sé que en menos de seis meses sus 2 GB de Ram, 512 de tarjeta de video, 160 GB de disco duro y procesador Core Duo de 2.2 GHz van a estar completamente obsoletos, pero no me importa, lo que yo quiero es que mi compu tenga en la carátula y en su mochila el símbolo de la Horda… Tiene hasta una pantallita junto al teclado para mostrar los stats del juego. Lo único malo es que no las hacen rosadas.

- Un Sidekick 3, edición limitada, diseñado por Diane von Furstenberg. Un celular con un teclado casi completo, color negro y con dibujos de labios rosados. Suspiro tanto por este que no tengo prisa en cambiar el que tengo porque sé que ningún otro jamás va a ser tan bonito.

- Un perro robot. Siendo realistas dentro de todo el delirio, a la espera de uno real, sería genial tener un perro mecánico. Aunque solo fuera un pinche iDog, o si de veras se pudiera, un Aibo, o similar.

- Un televisor gigante, gigantesco. Bueno, una pared entera que haga de pantalla de televisor, con un Tivo para poder grabar los programas que no me da tiempo de ver, y un dvd player para ver las temporadas completas de Nip/Tuck, Gilmore Girls, Entourage y Clarissa lo explica todo.

Nadie puede acusarme de no ser ambiciosa…