25 September 2007

Cuando la balanza se inclina de un solo lado, todo se vuelve tan surreal.

Este semestre el tema recurrente ha sido el trabajo en grupo. Hemos entrado a la etapa de la carrera en que el esfuerzo es tan grande que ahora se comparte, pero si antes idealizaba este tiempo era porque no estimaba lo difícil que es convivir con otros seres, otros egos, y otras agendas en contradicción. Debí haberlo imaginado. En una extraña alineación planetaria, la clase de Diseño es tan bizarra que casi ni hemos diseñado en lo absoluto. Seguimos con lo del concurso para el encuentro latinoamericano de facultades, el eco hotel en Yuscarán. Honestamente, hemos desperdiciado todo el tiempo desde que empezó el semestre, repasando los requisitos para participar, cuando ni siquiera tenemos un proyecto decente con el cual competir a nivel de facultad. ¿De quién es la culpa? Digamos que cuando no se te exigen las revisiones con el látigo al que hemos estado acostumbrados, uno se deja llevar por esa sensación placentera llamada pereza. A pesar de ello, mis compañeras y yo hemos tratado de dibujar algo, tan siquiera a nivel embrionario: nos invade un sentimiento de culpa extraño al no hacer nada. Pero no nos engañemos, nuestra facultad no está lista para competir a nivel latinoamericano. Quiero pensar que a nivel nacional aplastaríamos a las universidades privadas, pero hasta ahora no he tenido oportunidad de confirmar en la práctica que así sería. Puedo decir que comparando planes de estudio, cualquier cosa fuera de la Unah es risible, pero ese es otro cuento.

La clase de Taller 2 es legendaria por dos razones: la cantidad obscena de trabajo, pero las buenas notas que ponen los arquitectos. Mi grupo, de cinco personas por cierto, se miraba prometedor en un principio, pero en cuanto empezaron las tareas y las entregas en las otras clases, todo mundo soltó las riendas, nadie se organizó, y nuestros planos han alcanzado el record de las notas más bajas que se ha visto en la historia de la arquitectura. Pero vamos pasando, así que el drama es de carácter moral, hasta ahora.

Por supuesto que no podía encariñarme con una clase, sin que ella tenga que pagar por ello. He esperado cinco años para llevar Teoría Superior, que dicho sea de paso es sólo una vez a la semana; finalmente logro encontrar a una maestra con sustancia, inspiradora y fascinante que nos reta a ver más allá de un montón de bloques apilados en cajones, y resulta que se va de viaje por un mes! Mi único consuelo es el libro que nos puso a leer, una serie de ensayos sobre estilos y filosofía arquitectónica. Estoy emocionada, tengo que leer hasta cuatro veces cada ensayo porque puede caer en lo indescifrable, pero una vez que lo entiendo es una especie de iluminación. El problema es que los temas son tan rebuscados que el disfrute es difícil de compartir.

Así que las clases… dejan mucho que desear. Pero, ¿qué sería de este blog sin ese constante nudo en la trama? Por supuesto, como mencioné al principio, el otro lado de la balanza compensa todo lo narrado previamente. Lo compensa, lo supera, le da una bofetada, lo neutraliza, lo aniquila.

Y me siento con toda la ligereza e invencibilidad de una niña pequeña, probablemente como nunca me sentí cuando lo era.


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