La semana pasada hubo una conferencia sobre fortalezas coloniales en Honduras, en el centro para la mujer Ilama, un lugar que funciona como residencia para estudiantes universitarias, pero que también tiene aulas para cursos y capacitaciones, además de una capilla, porque está dirigido por el Opus Dei. Una de mis maestras de la universidad dio la charla, y al terminar, se quedó conmigo y con otra chava más, platicando. Nos mostró el edificio, y en medio del tour, nos hizo La Pregunta: ¿Ustedes son católicas?

La otra chava respondió que sí, lo mismo que yo hubiera dicho si estuviera en mi modalidad “Diles-lo-que-quieren-escuchar”, pero algo en mí decidió ser honesta y decir que no. Expliqué que estoy en una etapa de cuestionamiento y que no asisto a ningún tipo de orientación religiosa. Mi maestra se sintió intrigada por mi respuesta. Ella también pasó por una época similar antes de volver a practicar el catolicismo, y quería indagar más sobre mis creencias o falta de las mismas. Pero no teníamos más tiempo para seguir platicando en ese momento, y me invitó a las clases de doctrina católica que ella imparte los viernes en la tarde.

Salí mortificada de ese lugar. No quiero sentirme comprometida con una profesora, mucho menos por algo tan personal como mis decisiones espirituales, y me sentiría muy mal si ella decidiera tratar de reconvertirme, especialmente porque lo veo como algo difícil, imposible. Pero estuve los días siguientes preguntándome por qué sencillamente no mentí para salir del paso. Tal vez en un nivel inconsciente sí busco alguna guía, una creencia, y esta invitación abriría nuevas e inexploradas posibilidades, como la de volver a tener un sistema de valores, algún tipo de fe, algo que me haga sentir menos desamparada en el mundo. Pensé que yo había atraído esta situación.

Toda la semana me revolvía por dentro la angustia de imaginarme siendo católica otra vez. Sería tan irónico después de todo lo que he tenido que pasar y la gente que me ha hecho sentir mal por no serlo. Puse en tela de juicio todo mi cinismo, mi orgullo por no tener que aferrarme de ninguna divinidad ni de algún profeta para darle propósito a mis actos y mi aparente libertad filosófica pero consecuente vacío existencial. Al final decidí ir y escuchar con una mentalidad abierta, pero con una estricta política de “voy a seguir siendo sincera, a pesar de todo”.

Llegué, justo a la hora, y me entero que no ha llegado nadie, ni la maestra ni ninguna otra alumna. Perfecto, tengo un libro, puedo esperar. A los veinte minutos entra una chava de mi facultad que conoce mi nombre, pero que no tengo idea de cómo se llama porque nunca nos hemos relacionado (me pasa muy seguido). Ella es muy amable y nos quedamos platicando. Veinte minutos más tarde, nos avisan que la maestra sufrió un retraso, que la esperemos. Se supone que la clase dura cuarenta y cinco minutos, pero tenemos una hora de estar allí cuando la maestra llega. Es una señora que yo nunca he visto en mi vida, la otra persona que se turna con mi profesora para dar la clase. A mí me están esperando para llegar a recogerme, e independientemente de eso, no tolero la impuntualidad, y esta la interpreto como la señal más clara de que me encuentro en el lugar equivocado. Por suerte la otra chava tiene que irse también, y yo no puedo/quiero ir mañana a una charla con un sacerdote. La profesora se disculpa, e insiste en que nos quedemos aunque sea para una sesión ultra rápida mientras nos llegan a recoger. Pero hasta de esa me salvo, porque llegan por mí.

Miles de veces ocurre que me suceden eventos extraños que podrían tener mucho potencial y al final terminan esfumándose como tiempo perdido. ¿Por qué los atraje en primer lugar? Esa ley de la atracción es toda bizarra.
Para los discursos de graduación de secundaria de mi generación, cada profesor de idiomas escogió a sus alumnos favoritos para que fuera orador. Pascal escogió a Silvio, la profe Nelsy escogió a Lorna, y la profesora de inglés, miss Judith –una de las mujeres más inspiradoras que he conocido en mi vida- no pudo elegir entre Bertha y yo, así que lo hicimos juntas. Con todo el ajetreo del final de curso, los últimos exámenes, la inscripción en la universidad, etc, confieso que terminamos redactando a la carrera un texto meloso y sentimental. Terminaba con una de mis referencias musicales disimuladas y con la afirmación “This is the beginning of a new age, and be prepared: Seconde 2002 is going to take over the world!”. Lo más divertido que es que todas esas cursilerías eran muy sinceras: realmente siento que tuve compañeros con mucho potencial y que fuimos la última (por no decir la única) gran generación del Liceo Franco Hondureño.

No voy a mentir, esa clase era una carnicería despiadada por demostrar quién era mejor, quién sacaba mejores notas, y quién tenía la razón. No llegaba a extremos novelescos, pero siempre fueron momentos de tensión las entregas de exámenes, o enterarse quién había quedado en el cuadro de honor. Como con cualquier grupo de estudiantes de secundaria, se nos podía dividir siguiendo múltiples criterios, no necesariamente excluyentes: los populares y los otros; los estudiosos y los otros; los religiosos y los otros. O poniéndolo de una forma más realista, en esa clase eras niña (y por ende estudiosa y simpática), o de los otros. (Son bromas niños, adonde sea que estén.)


Los profesores de mi colegio han sido lo mejor que pude haber deseado, a pesar de las miles de protestas que va a generar este comentario por parte de mis contemporáneos. Eran exigentes, pero ellos mismos tenían un estándar muy alto para su desempeño. Nunca estuvo de más que muchos de ellos fueran atractivos y te llevaran a hacer fiestas a su casa, donde disfrutamos de la perdición más extrema que puedo recordar en mis 22 años de vida.

Generalmente no extraño el colegio, sobre todo después de que el edificio en el que yo estudié fue demolido justo después que me gradué, sólo para ser reconstruido en una edificación tipo motel. Hasta he desarrollado una variante del Síndrome de Estocolmo en el que camino por mi universidad y experimento algo similar al orgullo y la satisfacción de estar allí. Pero no puedo dejar de emocionarme cuando recuerdo adonde estaba hace cinco años y preguntarme dónde estaré en cinco años más.
NO en el buen sentido.
No creo que exista algo bueno de todo lo que asocian normalmente con las mujeres: su excesiva preocupación por la vanidad, su apego emocional a las relaciones (ya sea por razones biológico-evolutivas o no), su famosa vulnerabilidad e incapacidad de defenderse por sí misma ante las amenazas externas. Son pocas personas con las que platico regularmente que no me hayan dicho que, en el fondo, absolutamente todas las mujeres son paranoicas, neuróticas y necesitadas. Alguien muy cercano a mí acaba de terminar una relación con una chava que ejemplifica todos esos clichés. Yo lo regañaba (amablemente, nada de confrontación), diciéndole que si bien es cierto que uno entra a una relación con expectativas, muchas de ellas son inocentes y generalmente es más dañino no tener esas atenciones que por sí solas no parecen tener importancia, pero a largo plazo son las que definen todo. Luego me enteré que detrás de las escenas dramáticas de la niña, hay acontecimientos pasados que explican su comportamiento. Lo que no dejaba de hacer sofocante la situación, y en última instancia, no quedó otro remedio que dejarla ir.

El llamado de atención se produjo cuando supe que ella y yo tenemos el mismo perfil homeopático.

Y heme aquí, observando cautelosamente todo lo que digo y hago, filtrando lo aceptable para ser expresado al exterior. He visto cómo terminan las de mi especie, lo encuentro inaceptable y me niego a resignarme a ese destino. La cuestión es que nada de eso cambia la forma en que me siento. No logro arrancar de raíz los síntomas, los escenarios creados en mi cabeza. Como almas en pena, me persiguen las posibilidades malignas. Veo todo frente a mí y no tengo escapatoria, soy una mujer. Adoro serlo, pero aborrezco pensar como una. Me sofoca tanta represión y esta censura interna, pero dejar libre el torrente de sandeces que me atormentan traería consecuencias nefastas.
Ante la perspectiva de daño profundo, me quedo en blanco y paralizada.
Tal vez sí haya algo por qué celebrar este año.



Un año más es un año menos, al final de cuentas.
Ese es el más grande misterio sin resolver al que me he tenido que enfrentar en toda mi vida. Con el planteamiento de esa pregunta, una milésima de vez más, quedaron inauguradas ayer las festividades previas a mi cumpleaños que se acerca. Porque es sabido que en esta casa no se puede tener ningún tipo de celebración o día feriado sin conflicto. Es una de esas sincronicidades redundantes y ridículas.

Sin embargo, debo confesar que mi estado de ánimo sombrío con respecto a ser mayor comenzó mucho antes de que esos justificantes externos se dieran. He entrado oficialmente a la etapa en la que ya no me alegra tener un día completo consagrado a la dicha de haber nacido, y para alguien tan egocéntrico como yo, eso denota una profunda decepción y desesperanza. Este año no estoy emocionada y los planes que tengo no son nada extraordinarios, en comparación con otros años o con los que anticipo cuando alguno de mis amigos está de fiesta. Si por mí fuera, ese día regresaría de mi clase a las 6 de la tarde a meterme a la cama y no salir antes que el reloj marque la medianoche.



Por suerte, hay dos lecciones por las que vale la pena este año que ha pasado. La primera es el descubrimiento de que en realidad sí sé lo que quiero en la vida. Ya no está ese gran vacío y esa incertidumbre sobre el propósito de todas mis acciones. Entendí que puedo estar cómoda con la perspectiva del futuro y lo desconocido, siempre y cuando no esté indecisa sobre quién quiero ser y qué quiero lograr.



La segunda lección importante es que nadie puede darme lo que quiero, aunque en teoría sean capaces, pero no se los puedo exigir. El peso de mis expectativas hacia los demás termina inevitablemente recayendo sobre mí misma cuando les asigno un poder que no tienen/merecen; nunca es suficiente y termino insatisfecha. Esto probablemente me aísle aún más del resto de la humanidad, pero lo cierto es que necesito aprender a valerme por mí misma. Cosas tan sencillas como esperar estabilidad emocional o financiera de mis padres, o atención constante de parte de amigos, han sido ilusiones que se han ido desmoronando una por una, haciéndome alguien más independiente (espero) o tan siquiera realista. Pero como esas represas a las que les arreglas una fuga y el agua se escapa por otro lado, necesito todavía complacer mi insuficiencia de dedicación personal de parte de criaturas externas. Quiero el equivalente moderno a un esclavo, un sirviente, que sólo viva para mí y que no tenga la necesidad de tener una vida aparte para sentirse equilibrado y en armonía. Necesito un gato.
Lo peor es que, en la vida real, Nancy Grace sí es de esta forma.

Como es natural, a la hora de volver a la rutina de los estudios, lo primero que se hace es una composición sobre lo que hiciste en vacaciones. Yo me fui de viaje a un país muy lejano, donde no hablaba el idioma y no conocía a nadie, me encontré a dos tipos muy inteligentes y atractivos y tuve una semana demasiado buena para ser verdad. Tal vez el sentimiento de ilegalidad sí aumentó la emoción: compré cierto libro, utilizando fondos que me pertenecían, cierto, pero que estaban destinados a otros fines (todos aquellos con sistemas auto impuestos y estrictos de organización monetaria alcen la mano). Estaba lejos de mi casa, sola, y con un profundo deseo de hacer algo alocado y decadente. No es que fuera una mujer libre y sin compromisos: tenía al sr. Chopra, a Bourdain y a doña Anne Rice esperando mi regreso, pero ni siquiera los recordé cuando sucumbí a la tentación.
Me voy a concentrar en el que más resalta de los dos, el economista. Un tipo graduado de Harvard, con una maestría en M.I.T., pero que jura ser un pelagatos más con problemas para las matemáticas. Una oveja negra en su gremio, es lo que yo llamaría un economista pop. Las preguntas que todos los mortales nos hacemos, él las responde gracias a su búsqueda minuciosa de datos, su interpretación de estadísticas, una creatividad que no hubiera esperado de los teóricos. Su cómplice es un periodista, al que seguramente le podemos agradecer el tono jocoso y fluido de toda la obra. La combinación es magistral y el libro se podría comparar a una columna de chismes intelectuales: en un momento lees sobre las reformas que se trataron de implementar en el sistema educativo público de Chicago, los pobres ilusos que trataron de desafiarlo y el algoritmo que los desenmascaró; unas páginas después te encuentras con la historia del ascenso y la caída del Ku Klux Klan, y quiénes son sus equivalentes modernos.

Todo era tan bueno que se terminó demasiado pronto. Como si se tratara de algún rito de iniciación, después de pasar por todo esto la vida ahora tiene un sentido distinto. Te fijas en los nombres de las personas y entiendes por qué se llaman así, tienes un argumento más para estar a favor de la legalización del aborto en Latinoamérica, ahora prestas atención a todas las decisiones que tomas y los incentivos detrás de ellas. (Otra lección, no menos despreciable, es que sí se puede cocinar mal el pollo.)


¿Quién iba a pensar que la economía podía ser un excelente tema para lectura de escape y relajación? Regreso hoy a la facultad con energías renovadas. Este libro ha sido el mejor threesome que he tenido en mi vida.
Lo que me mata de la risa es el sentimiento de culpa que acompaña entender este clip.

Ahora que terminó American Idol, puedo rendirle un tributo a mi concursante favorito:



Claro que es broma, la final debió haber sido entre Lakisha y Melinda. Si tan sólo hubiera justicia en el mundo.
Mis ojos están hinchados, el interior de mi nariz y garganta arden, mi cuerpo se siente como un punching bag en manos de Mike Tyson, mi voz es el equivalente femenino de Barry White hablando frente a un ventilador. La gripe es la mejor forma de celebrar el inicio del período corto. Eso y el feriado por el día del estudiante, que retrasa mis clases de la universidad para el miércoles. Pero no pude librarme del curso de Autocad. Descubrí que el dolor de cuerpo te agrega velocidad al caminar, y con mi voz de trompeta desafinada le pregunté al taxista si pasaba por el Maya. “Súbase”, me ordenó. El tipo tenía algún tipo de compulsión o ADD, pero no dejó de sonar la bocina en todo el trayecto. Iba a la suficiente velocidad para que todos temiéramos por nuestras vidas, pero a él le debo haber llegado a tiempo. Yo de ingenua pensaba que los taxis colectivos tenían paradas específicas, como los buses, y casi llegando al centro, estuve a punto de lanzarme del vehículo en movimiento, porque tenía que haber salido cuadras antes y no avisé.

El arquitecto que es instructor del curso es un tipo tan tranquilo y tan adorable. Cuando se presenta no se hace llamar “arquitecto”. No encuentro otra explicación a ese fenómeno que no sea un nivel de humildad que no creía posible.

Me siento tan adulta, moviéndome en la ciudad por mi cuenta. Pero sólo regresé a mi casa a pedirle a mi mami que me inyectara. Los 22 años serán celebrados simbólicamente nada más.
Sí, conozco a TANTA gente que podría beneficiarse si esto fuera cierto.

Contrario al efecto que pretende generar, "Supersize me" sólo me da hambre y más ganas de comer en Mc Donald's. Tal vez debieron simplemente mandarme este link para ser curada... por un rato.
Lo confieso. Ahora es una adicción crónica. Todas las noches, después de leer, me quedo despierta hasta media noche para ver el programa más naco del CNN gringo (el más vulgar de todos los que existen): Showbiz Tonight. Como expliqué en una entrega anterior, todo comenzó como una forma inocente de despejar la cabeza después de una ardua noche de trabajo, pero ahora en vacaciones no tengo excusa. Estoy perdida y no tengo remedio.
Tengo unos cuantos años de ser una ávida devoradora de programas de farándula (no voy a contar mi historia, tengo suficiente culpa publicando esto aquí), y tengo que decir que esta es la primera vez en la vida en que me caen mal los presentadores, y aún así no puedo dejar de verlos. ¿La solución? No es dejar de ver (cómo sé que la lógica y todo mundo me va a decir), es escribirles una carta, por supuesto! La presento a continuación.

Coming from a respected network like CNN, I would expect every program to be treated with the same amount of objectivity, seriousness and respect to the viewers that this channel is known for. Sadly, I’ve been deeply mistaken. “Showbiz Tonight” is indeed the most provocative show of entertainment in television, if by “provocative” you mean partial, exaggerated, and full of personal opinions by your hosts, formulated to numb the critical abilities of the public. Take for example your coverage of the incarceration of Paris Hilton: I personally dislike her and her work, and nonetheless I feel disgusted when I see your journalists -who their mission is to report the news as they are, without taking sides in the matter in question- blatantly attacking, condemning and making fun of her.

Others entertainment news shows are so ethical in their reporting of famous people falling into disgrace. Why would you want to boost your ratings up showing your staff in unprofessional and ridiculous ramblings about how they feel about a person, when we the viewers don’t care about your judgment? We want to know the facts, and decide on our own what to think of them.
Marcela G.
Quisiera que el dundo de A.J. Hammer la leyera y me respondiera. Zoquete ese!
“… when there are a lot of people willing and able to do a job, that job generally doesn’t pay well. This is one of four meaningful factors that determine a wage. The others are the specialized skills a job requires, the unpleasantness of a job, and the demand for services that the job fulfills.

The delicate balance between these factors helps explain why, for instance, the typical prostitute earns more than the typical architect. It may not seem as though she should. The architect would appear to be more skilled (as the word is usually defined) and better educated (again, as usually defined). But little girls don’t grow up dreaming of becoming prostitutes, so the supply of potential prostitutes is relatively small. Their skills, while not necessarily “specialized”, are practiced in a very specialized context. The job is unpleasant and forbidding in at least two significant ways: the likelihood of violence and the lost opportunity of having a stable family life. As for demand? Let’s just say that an architect is more likely to hire a prostitute than vice versa."
Es un hecho irrefutable que la verdadera esencia del ser humano puede ser vislumbrada únicamente cuando se encuentra en estado de turista.
La maravilla de no tener un horario, y de estar extraviado en tierras foráneas. Hasta la arquitectura se disfruta mejor. Se es incapaz de crear lazos duraderos con las personas que uno encuentra (y las que vienen de tu lugar natal cobran un nuevo sentido), por ende la timidez se disipa. Los parientes ya no son una carga: representan un respiro de familiaridad en medio de todo lo exótico.

La comida tiene una nueva dimensión también, no sólo por la novedad, también porque no hay dieta o sentido común que valga. Volvemos de nuevo a la teoría de que todo sabe mejor cuando se está descalzo; de cómo que cada plato refleja la idiosincrasia de su ciudad.

Se evita pensar en que dentro de poco hay que regresar al mundo real, es decir, se vive en el presente.

Sin embargo, hay ciertas cosas que son iguales en todas partes: cualquier tienda que tenga música cristiana de fondo sencillamente está espantando a los clientes.

No hay forma de cocinar mal el pollo.

No es recomendable comer palomitas con extra queso y zambos salsa verde antes de un trayecto en bus de cuatro horas.