“To the person in the bell jar, blank and stopped as a dead baby, the world itself is the bad dream.”


No sé qué tan común sea en el resto de los individuos el sumergirse en la historia de un libro y relacionarlo todo en base a él, cuando encuentras un personaje en particular que sientes que está contándote tu propia historia, o mejor dicho, cómo serías vos si estuvieras en un contexto determinado. Probablemente sea una extraordinaria habilidad del escritor la que es responsable de esa alienación, o simplemente una subjetividad enfermiza que requiera experimentar dentro de sus límites todo lo que le sucede a otros. “The Bell Jar” es un descenso a los lados más oscuros del alma, que no recomendaría a cualquiera. La historia semi autobiográfica de Sylvia Plath, te seduce lentamente con las aventuras fascinantes de su personaje Esther Greenwood en Nueva York, mientras goza de una beca y pasantía en una revista de moda, el sueño de cualquier chava. Pero ella no es una niña más: es talentosa, inteligente, acostumbrada a las buenas notas y la adoración de sus maestros; tiene un propósito en la vida y un deseo vehemente de trabajar, aprender y experimentar todo para usarlo más adelante en su obra.

Cuando la emoción de la actividad se desvanece, y es tiempo de regresar a casa, una gran nube de depresión se cierne sobre ella. No es anhelo de la gran ciudad, no es que le haga falta su padre que murió cuando ella tenía nueve años, ni siquiera son conflictos con su madre. Pero la tristeza la consume, y una vez que la ha invadido por completo le succiona la capacidad de sentir, dejándola como un gran traste vacío. A estas alturas el lector está capturado por completo: te ha arrastrado en su corriente inclemente, y sólo te dejas llevar. Esther empieza con pequeñas manifestaciones: insomnio, lo que la lleva a pastillas para dormir, consultas con psiquiatra… Pero después de las terapias de electroshock no hay vuelta atrás. Ahora son intentos de suicidio. Uno esperaría un relato exagerado y dramático de una criatura consentida que lo tiene todo y que sufre por naderías, pero no es el caso. La narración es irónicamente poética y estoica a la vez. Todo es comprensible, inevitable, está en su lugar. Por eso no es sorprendente cuando la protagonista se mete en un hueco en el sótano de su casa, cubre la entrada con leños y engulle casi 50 pastillas para dormir.

Esther se levanta está en un hospital, hinchada y deforme. Uno sufre, por que ahora ella se comporta de manera impredecible, como si de verdad se estuviera volviendo loca. Gracias a una escritora famosa que la conoce, es llevada a un sanatorio de buena reputación. Vuelve la terapia de electroshock, pero ahora no es tan traumática. Una compañera suya sí tiene éxito en su intento de suicidio, y su muerte funciona como un pequeño vistazo a lo que pudo haber pasado si las cosas hubieran sido diferentes. Las cosas mejoran, pero siempre queda en el aire la posibilidad de que el día de mañana no lo estén. No es que ella pueda hacer algo para evitarlo, ese tipo de Náuseas se presentan de forma súbita y sin avisos, así que da lo mismo levantarse y tratar de hacer lo mejor que se pueda.

Para los que conocemos la historia de Sylvia, sabemos que la sombra la cubrió por una última vez, la noche que dejó abierta la estufa de gas y se encerró en el cuarto. Al resto de nosotros sólo nos queda sostener nuestra campana de cristal el mayor tiempo que podamos mantener nuestros brazos suspendidos en el aire.

Cuando los planetas se alinean correctamente, el internet de Claro funciona a la velocidad de la luz, Herminio tiene internet de Claro, y Herminio es tan amable en suplir mis necesidades de piratería. Estamos en temporada de discos nuevos, y ayer tuve la oportunidad de escuchar tres de ellos que ni siquiera han salido a la venta aún: los lanzamientos de Santa Tori Amos, Santa Bjork y, en proceso de canonización, Feist.


Por supuesto, mi primera prioridad fue Tori. Ella me ha hecho sobrevivir los últimos cinco años de vida, y creo que he expuesto lo suficiente sus maravillas a lo largo de este año y fracción del blog. Pero yo puedo ser increíblemente objetiva si me lo propongo, y estoy a punto de demostrarlo. En “American Doll Posse”, Tori encarna a cuatro diferentes personajes, cada una con su propia peluca y vestimenta, que ella explica, son cuatro diosas griegas en versión moderna, y en las que se apoya para poder expresar cosas que no necesariamente son fáciles de decir para ella, en su versión normal. Lo interesante de la carrera de esta pianista, es la evolución que ha tenido a lo largo del tiempo. Ella toca desde pequeñita, estudió en conservatorio desde los 6 a los 13, y desde entonces trabajó como número musical en bares, mientras trataba de conseguir un contrato disquero. Pero le costó bastante, y sólo consiguió uno cuando se convirtió en una rockera de segunda categoría, tratando de emular a Pat Benatar. Cuando eso fracasó, no tuvo otra opción que ser honesta consigo misma, y el resto es historia. Sus discos son bastante conceptuales (aunque sea un concepto que sólo ella entienda); siempre tienen un hilo conductor que le da coherencia a la historia que quiere contar. Desde luego, hay que investigarla a parte, buena suerte al que la encuentre sólo con la música y las letras. Cuando Tori se casó y tuvo una hija, después de varias tormentosas eventualidades que narra en discos anteriores, su música dio un peligroso y extraño giro. El primero fue dejar de componer su propio material y hacer un disco de covers de canciones de hombres que hablan de mujeres, en el que cada canción era una mujer diferente, con su propia peluca y vestimenta. El segundo fue inventarse un alter ego que recorre Norteamérica después del 11 de Septiembre. Y el tercero resultó un producto ligeramente insípido y repetitivo, con unos cuantos momentos brillantes. Así que me crispé por que la idea de este nuevo material eran ahora cuatro alter egos, con disfraces distintos, hablando sobre la cultura norteamericana. Después de escucharlo, respiro algo tranquila. Tori contrató a una banda completa: no más cantante/compositor solitaria. Ahora a los cuarenta años, finalmente se cumple su sueño de ser una buena estrella de rock. Oscila entre la una ternura disimulada y una ferocidad extrema, como una leona indignada por el mundo desbaratado en el que tiene que criar a su cachorro.


El único reclamo que le hago es haberse dejado llevar por la auto indulgencia hasta un nivel que no le permite reconocer la necesidad imperativa de cambiar. Son ciertos detalles: por ejemplo, la forma en que termina sus canciones. En “Scarlet’s walk” todas las canciones finalizan con una nota prolongada de su voz, cuando se han apagado el resto de los instrumentos. Hizo lo mismo en “The Beekeeper” y aquí lo está repitiendo. Y tiene que editar sus discos, urgentemente. 23 canciones son demasiadas, sobre todo cuando hay tantas de ellas que son descartables, o que cumplirían mejor su propósito como lados B. Fuera de eso, me alegra ver a Tori en su cúspide, a gusto con la vida y con su arte.


La fe y la esperanza a veces se encuentran en los lugares más inusuales. Entiéndase en Vanity Fair. El elenco de “The Sopranos”, pero sobretodo su escritor principal y creador, David Chase, dan una cándida entrevista sobre el final que se acerca. Lo más sobresaliente de este artículo de más de 9 páginas, es que te da una perspectiva morbosamente honesta de los protagonistas del oscuro pasado en los que el señor Chase se ha inspirado para dar vida a sus personajes: sus padres. Es un hecho jocoso y conocido que la madre de Tony -que prácticamente justifica la creación de la serie en primer lugar- es una fotocopia de la madre de Chase. Es difícil de creer que esa viejecita aparentemente inofensiva, sea en realidad una víbora cruel, experta en latigazos emocionales, y que encima de todo eso, no sea producto de la imaginación. Lo que no se dice a menudo es que ella era la mitad de un dúo del terror, que su hijo detestó por completo mientras estuvo bajo su tutela, y que sirvió como el modelo a evitar para sus decisiones subsecuentes. Chase se casó justo con la persona que ellos más odiaron y estudió algo que nunca tomaron en serio. Tuvo que recurrir a terapia, por que aún adulto e independiente, todavía seguía estando bajo su influencia psicológica. Hoy en día es un señor mayor, al que todo mundo describe como sombrío y atormentado, pero justamente, ese es el punto de partida de toda su inventiva.


En mi casa tienen esta política de “nunca se habla de nuestros problemas con extraños. Se guardan las apariencias ante todo”. Por eso me resulta tan inspirador darme cuenta que otros han usado las disfuncionalidades de las cuales han sido testigos, como excelente material para la, entre comillas, ficción. Me da un respiro de alivio y me hace soportar mejor la cruz, el saber que se puede crear, a partir de la rabia o la desesperación. Y que todo esto es temporal y eventualmente llegará mi oportunidad de construir mi propio universo, lejos de aquí.
Tengo frente a mí a esta gran masa de enojo. Yo mido 1.60, así que no le cuesta nada ser más grande que yo. Generalmente logro domesticarla, o mantenerla entretenida con trabajo, algunas compañías placenteras, películas o clases de baile, pero sólo requiere de pequeños pinchazos para que las cadenas se liberen y me maneje a su antojo. Yo, la niñita obsesionada por mantener orden y control en su vida, súbitamente ve expuestas las fallas en su sistema de una manera tan obvia y vergonzosa.

No es por que no trate, lo juro. Repaso mentalmente todos mis tecnicismos aprendidos en libros pseudo espirituales, pero nada logra desahogarme. Busco una explicación, un propósito, pero todo suena tan inútil, tan superficial, consuelo barato. Si doy rienda suelta a la furia, dentro de límites que no incluyan maltrato psicológico a terceros, o dolor físico auto infligido, no quedo satisfecha. La bestia se alimenta aún más a causa de esas privaciones.

Lo más irónico de todo esto, es que no tengo escape posible. Tengo que enfrentar esta situación bien alerta y consciente: optar por alguna distracción decadente sólo implicaría soportar por más tiempo esta dependencia que aborrezco. Así que estoy atada de manos y pies, condenada por dos años más.
Hay pequeñas burbujas en las que eres capaz de trascender tus paranoias y preocupaciones.

Utilizas tu cuerpo, pero no es lo más importante: lo más importante son las sensaciones que éste transmite. Te envuelve el sonido, tú eres su esclava y debes obedecer. (Esa es una experiencia completamente nueva para todos aquellos acostumbrados a la ilusión de que somos los que decidimos nuestro destino.) Automáticamente el mundo desaparece. La necesidad de aparentar ser algo en especial no tiene cabida.

Tu condición de ser humano se expande a fronteras lejanas: tus brazos son cúpulas, bandejas o las siempre populares serpientes. Tus caderas son martillos, de un punto; de dos; de tres; si eres profesional, de cuatro. En el momento menos esperado, debes convertirte en una moneda que no se decide caer al suelo y se tambalea peligrosa y rápidamente.

Es un éxtasis sin ataduras filosóficas, por que a esto no puedes adjudicarle los compromisos de tus otras felicidades. Esto no te va a mantener, no te da una identidad y no cumple con ese terrible concepto de la “vocación”. El estado alterado de conciencia dura únicamente ese momento y no promete nada después.

La libertad es inmensa, la energía es palpable, está a un punto de ser visible.

Eres la única persona en el universo, la única relevante en todo caso.

Utilizas tu cuerpo, pero no es lo más importante: lo más importante son las sensaciones que éste transmite.


Recuerdo que tenía 13 años y sufría de pánico a la hora de hablar en público. Sufría de pánico a la hora de hablar en general. Fue una de esas neurosis que adquieres con la edad, por que según cuenta la leyenda, yo aprendí a hablar precozmente y no había manera humana de callarme. Iba a entrar a segundo curso y tenía un inmenso deseo de que ese año fuera diferente: como nos habían separado de clase con Bertha, en venganza no nos llevamos con nadie en todo ese tiempo. Salíamos al recreo y nos apartábamos de todos. No hay mucho más que valga la pena mencionar de aquella época. Encontré una publicidad en el periódico que anunciaba un curso para jóvenes donde les enseñarían técnicas de estudio y trucos para vencer la timidez. De repente estaba en un famoso hotel de Tegucigalpa, frente a más de 60 desconocidos, hablando por un minuto (cronometrado), de un tema diferente cada semana. Siendo fiel a mi naturaleza, hice una amiga entre esas 60 personas, y con ella fue la única con la que me relacioné, a pesar de que habían varias personas de mi escuela también. Las técnicas de estudio todavía las uso, sin darme cuenta; sé cómo hacerlo, pero me da mucha pereza estar recordando nombres de gente que no voy a ver en más de una ocasión, y la lista con los nombres y teléfonos de mis compañeros fue una excelente herramienta para molestar por teléfono en la madrugada, cuando me reunía con mis amigas. Eso sí, nació un pequeño disfrute a la hora de tener a una multitud de gente con toda su atención puesta en mí.

Cuando leí en el programa de charlas que nos iban a dar la cura a la timidez creí que mi vida iba a ser mágicamente solucionada. Me decepcioné tanto cuando su receta infalible era hacer todo con “tres veces más entusiasmo!”. Como fiel creyente en el poder de la obsesión para encarar las cosas, decidí convertirme en la niña símbolo de ese razonamiento. El impulso me duró lo suficiente para ganarme el premio de la siguiente semana a la mejor charla (gracias la colaboración de mi hermano menor y sus afirmaciones sensibleras) y para sobrevivir la secundaria. En la universidad, es otra historia.

El curso define la timidez como “excesiva atención de uno mismo”, y el propósito de encarar todo con más energía sería un mecanismo para preocuparte por los demás y dejar de pensar en tus defectos. ¿Es efectivo? Cualquier cosa es efectiva para el que realmente lo desea; en mi caso personal, necesito una nueva justificación, un nuevo método para mejorar mis interacciones sociales, pero más fuerte y/o convincente, algo similar a la adicción a sustancias, tomando como drogas a las filosofías de vida. Mi teoría en este momento es que, desde que leí en algún lado que todos somos Uno, que el Universo está dentro de cada uno de nosotros y que al conocerte a ti mismo conoces a los demás, encontré la excusa perfecta para mi deporte favorito: el narcisismo.

Desde luego que es un deporte de alto riesgo, pero como dije del amor propio, las consecuencias de no practicarlo son aún peores. Todo lo que no se ve de frente, crece en proporciones monumentales, sin que uno se dé cuenta. Especialmente tu lado oscuro. Reprimir los pensamientos negativos puede resultar en arrugas prematuras, un cáncer o en explosiones de cólera, con todo tipo de manifestaciones. Como la del chavo en la masacre de ayer, que dicen que era retraído y reservado. Mi pregunta en este momento es ¿cómo es que no se dan tiroteos en universidades públicas centroamericanas? ¿Será algo realmente cultural, propio de cada país? Por que personas muy infelices hay en todas partes, pero no se oyen muchos casos de niños latinos burgueses que pierdan la cordura a esa escala. Puedo tratar de explicarlo diciendo que sí es algo meramente estadounidense, y culpar a esa cultura “impositiva, autoritaria e irrespetuosa”, como la llamé cuando estaba tratando de entender sus estilos artísticos (estoy consciente que no son todos así, pero colectivamente esa es la regla general), y decir que todos esos acontecimientos son el daño que hacen en otros lugares, devolviéndose al origen. Es muy extraño, por que no siento que eso pudiera darse en la Unah por ejemplo, pero igual, uno siempre se cree a salvo hasta que ya no lo está.
“Los estilos arquitectónicos sólo existen para los que no saben. Para nosotros sólo existe lo que le gusta al cliente.” Todavía no logro entender cómo es que los arquitectos tengan fama de egocéntricos, cuando esta es la carrera en la que tu orgullo es lo que menos debe aparecer. Por una parte, debes trabajar en equipo. El refrán “ningún hombre es una isla” en realidad significa “ningún hombre tiene tiempo de estudiar arquitectura, ingeniería civil, ingeniería eléctrica e ingeniería mecánica al mismo tiempo”. Dependes de miles de pelados que creen que su área de maestría es lo más importante del mundo, y la protegen celosamente, sin embargo, debes lograr una armonía perfecta entre ellos, por que de eso depende tu pellejo.

Pero lo más importante aquí es que el que tiene el dinero tiene la última palabra. Veámoslo en una escala estudiantil: olvídense de la teoría o filosofía arquitectónica, cuando vas a clase de Diseño vas a promocionar un producto. Los primeros años vas con tu ingenua fiereza a demostrar que tienes la razón, y después de unos cuantos tropezones terminas entendiendo que tu profesor es tu cliente, y que si él prefiere las cosas de cierta manera, te conviene hacerlas de esa forma. No hay perspectiva de que las cosas mejoren en el futuro: en el “medio” es aún peor. Allí es donde todo deja de ser marketing para ser únicamente prostitución artística.

El proyecto en San Juancito requiere resaltar su historia y legado arquitectónico. En este lugar hay una fusión de influencias coloniales y norteamericanas, pero yo decidí obviar por completo la segunda y concentrarme en la colonial. Las empresas estadounidenses (con la ayuda de nuestro súper prócer Marco Aurelio Soto) llegaron, vaciaron las minas, deforestaron el bosque, y cuando ya no había más por robar, se fueron, dejando un pueblo que nunca más se recuperó, ni siquiera como destino turístico. No quería rendirle tributo a esa gente y preferí resaltar que a pesar de todo, tienen influencia de otros invasores, esta vez europeos, que también vinieron, saquearon y se fueron. Yo estaba en la cúspide de la emoción: estudié arquitectura islámica para incorporar elementos que dieran mayor riqueza formal (y por que estoy obsesionada con la música y la danza árabe ahorita), pero los disimulé para que no pareciera que me salía del tema. Pero mi arquitecto no pudo ser más claro: quiere algo gringo. No sólo eso, quiere que saquemos detalles de las construcciones que están en el sitio y los incorporemos a nuestra propuesta. Si todo sale bien, este es mi último diseño individual. Diseño 6 y 7 son en parejas, y Diseño 8 toda la clase hace un único proyecto. Si todo sale más que bien nunca más volveré a diseñar sola en mi vida y me dedicaré a escribir. Pero si me terminara dedicando a esto estaré sujeta a clientes, e ingenieros, a socios de empresas…
Así que el último diseño de mi vida va a ser una serie de copias sinvergüenzas de cosas ya hechas. Voy a tratar de parir algún tipo de justificación filosófica para esa cultura, para poder convencerme que tan siquiera en lo moral conservo algo de identidad. Y trataré de creer que esto es versatilidad, flexibilidad y no la venta descarada de mis habilidades.
Estos días han sido como sumergirse lentamente en una piscina repleta de un líquido oscuro y viscoso de desconocida denominación o procedencia. Estoy esperando el empujón final en el que mis ojos ya no vean la luz del sol y yo no pueda respirar más. El gran misterio consiste en saber qué tipo de criatura va a emerger de las aguas: algo divino y maravilloso que convierta la desgracia en sabiduría y belleza, o un monstruo asqueroso y repugnante que perpetuará el dolor que ha enfrentado.

El recuerdo más vívido que tengo de que algo andaba mal fue alrededor de mis doce años. Después de una pelea entre mis papás, mi madre trató de distraerse llevándonos a mi hermano y a mí a la fiesta de quince años de la hija del mejor amigo de mi papá. Regresamos a la casa y parecía que un huracán había destrozado el lugar. Todos los adornos, platos, cuadros, objetos cerámicos y de vidrio, todo lo que podía quebrarse, estaba en el suelo hecho añicos. No teníamos duda de quién lo había hecho. Empezamos a ordenar, mi hermano llorando y yo recomendando un divorcio rápido y sin dolor.

A la mañana siguiente los adultos nos reunieron, diciéndonos que éramos lo que más querían en la vida, blah, blah, blah. Y siguieron como si nada. Creo que ese fue el principio del fin para mí: nunca más he vuelto a creer.

En la siguiente ocasión no fueron platos lo que se destruyeron. Fue un televisor con un disparo.

O cuando una gran pierna de cerdo fue lanzada al otro lado de la cocina.

Hoy mi abuela somatiza con una enfermedad repentina, el hecho de que su hijo sea un completo desastre y su nuera se esté dando cuenta que probablemente no sea una buena idea permanecer a su lado.

Pero como le dije a un amigo: ruego por soluciones definitivas. Ruego por siete jinetes que toquen las trompetas del juicio final; llamaradas de fuego que exterminen a los impuros y el suelo bajo nuestros pies se tambalee en un terremoto inclemente que no deje nada en pie. Que llueva hasta que ninguna esperanza tenga el descaro de querer alzar su voz y al final de toda esa destrucción no quede otro camino que no sea el inexplorado, el de empezar de cero, que sólo sobrevivan aquellos que van a mejorar la especie y nos olvidemos de que alguna vez existieron criaturas indignas de compartir nuestro oxígeno. Por los siglos de los siglos.

Amén.


Tanta ternura me ha dejado sin palabras.
Hubo un momento en la conversación, por teléfono, en la que se dio la ruptura de mi primer noviazgo, en la que el sujeto en cuestión me habló de la reacción de sus padres cuando les hizo saber su intención de terminar conmigo. Ellos lo apoyaron y le dijeron “ella nunca se integró a la familia”.

Hoy escuché ese mismo reclamo de la boca de mi propio padre. Me dijo que hoy había sido el día en que se dio cuenta que yo me sentía con la libertad de hacer lo que quisiera, al margen de lo que ellos pensaran o aprobaran. Yo arreglo las cosas como mejor me resultan a mí, según mis intereses, y que los demás me tienen sin cuidado. Aseguró que ese problema a la hora de integrarme era resultado de la mala crianza que él y mi madre me habían dado y que yo voy a tener que lidiar con él, en el futuro.

Me fui sin permiso al cine, eso fue todo lo que hice hoy, pero de alguna forma eso degeneró en una pelea entre mis padres. Como resultado de todo, dicen que se van a divorciar. Hago énfasis en el “dicen” por que no es la primera vez que esto pasa. Todo es un ciclo que se ha repetido incontable cantidad de veces.

Quisiera decir que no me afecta. Que soy tan madura para entender conflictos entre parejas con más de 25 años de casados, y que logro separar perfectamente las áreas familiares de mi vida del resto de ellas, pero estaría mintiendo. La semana pasada tuve que pedir un poco de distancia, y no ser incluida más como factor de desahogo para ninguno de mis padres. Pero entonces tienen razón. Pedir madurez para que los conflictos se resuelvan sin incluir a terceros probablemente sea velar por mis intereses. Estar consciente de que este tiempo es limitado, que no todo el tiempo voy a vivir aquí, con ellos, y que tengo que hacer lo mejor que pueda ahora, para que mi futuro sea el que sueño tener, ha de ser signo de no poder integrarme a una familia.

Hace varios años me di cuenta que se cometen numerosas atrocidades, diciendo que son en nombre del amor incondicional de tu familia. Decidí no dejarme engañar: no se puede querer a alguien cuando le haces tanto daño. O mejor dicho, la forma de expresar ese amor está trastornada, y llevar un mismo apellido no te condena a quedarte hasta ver qué tan lejos se puede llegar. Mi madre escogió a mi padre, y ha decidido quedarse con él miles de veces, probablemente lo haga miles de veces más. Pero yo no tengo a nadie que me escoja a mí. Que me cuide a mí. No es mi culpa si decido hacerlo por mí misma.
No es casualidad que el arquitecto que nos revisa el segundo proyecto de Diseño (un centro de visitantes en San Juancito) haya aparecido en cierta producción fílmica hondureña, en el papel de un profesor que envía a sus alumnos a un pueblo perdido, donde los esperan miles de tribulaciones y en última instancia, la muerte. Las sospechosas similitudes nos persiguieron a los 7 viajeros, durante todo el recorrido por esta aldea a casi 20 kilómetros de Valle de Ángeles, y sólo se fueron acrecentando a medida que pasaba el tiempo. En el cruce a Santa Lucía, mientras pasábamos junto a la casa a la orilla de la carretera, construida en adobe, de un arquitecto de la facultad, empezamos a escuchar un ruido extraño, y cuando se alejó la carcacha vieja que nos perseguía, supimos que era nuestro carro. Se había punchado una llanta.


Moisés no andaba llave de tuerca, así que fuimos en peregrinación a la casa del arquitecto a pedirle una. Pero extrañamente, la llanta de repuesto que había sido revisada el día anterior, hoy casi no tenía aire por que su boquilla estaba defectuosa. El dueño de la casa frente a la cual quedamos varados, se ofreció a llevar a los machos del grupo a un lugar donde pudieran echarle aire temporalmente. Continuamos hasta Valle donde repararon las dos llantas. Por alguna extraña maldición, el instante en que nos subíamos al carro, uno de mis compañeros se mareaba y yo me dormía.
Llegamos al Rosario, dos kilómetros después de San Juancito, una aldea donde vivieron todos los gringos dueños de las minas que hicieron ese cerro una de las zonas más importantes de su época. Cuando las cerraron, ese lugar murió por completo, y ahora el Rosario es un ecoalbergue para los visitantes de La Tigra.

Pero se pueden visitar por fuera las minas, ya sea en los senderos del parque, o en la aldea.



Las casas del Rosario son todas en madera, agringadas, pero muy bonitas. Tomamos miles de fotos, y algunos entraron a las casas en ruinas, pero tuvieron que salir huyendo de un enjambre de abejas africanas diabólicas que el guía del albergue nos había advertido que íbamos a encontrar.
Pudimos ver la primera embajada de los Estados en nuestro país.


Ya en San Juancito, la maldición nos perseguía: sólo había un comedor, con pollo de mala muerte. Esperábamos ver construcciones coloniales, pero en realidad no hay mucho que resaltar. Lo más interesante que existe ahora son las ruinas de la primera central hidroeléctrica de Centro América,


una tienda de souvenirs dentro de un bus, souvenirs que hacen en un taller bien bonito.




Escogimos un terreno para nuestro proyecto. Tendremos que imaginar que esa casa derrumbada desaparece.

Es muy curioso como ese pueblo parece abandonado, pero la gente está muy orgullosa de su historia y hasta de lo que es en la actualidad. Hay una fundación San Juancito para adultos, y una para jóvenes. Nuestro proyecto, que sería el primer lugar que visitarían las personas al llegar a él, funcionaría como un mini museo para que la gente entienda lo que está a punto de ver, y tiene mucho potencial.

El regreso fue digno de cualquier película de terror: Angel venía mareado, y todos en su celular tienen fotos mías en las que aparezco profundamente dormida, con la boca abierta.