http://www.nytimes.com/2006/07/30/magazine/30brand.html?pagewanted=1&_r=1&th&emc=th

Lo interesante es investigar sobre si hay un alma detrás de esa búsqueda de satisfacción. En este artículo se enfocan en un grupo de jóvenes que crearon sus propias marcas independientes de camisetas, zapatos deportivos, y otras mercancías, como una forma de contracultura. Son muchachos portadores de un mensaje, pero han descubierto que hoy en día no es necesario pintar, escribir o tocar música para transmitirlo: una camiseta es estandarte suficiente.

Ahora estar en contra del consumismo no es dejar de comprar, es inventar una nueva forma de vender. Las mentes maestras detrás de estos negocios juran que su trabajo es trascendental, importante, y que tienen integridad artística. Y es un negocio rentable ese de comercializar la rebeldía. Muchas de estas marcas han llegado a ser tan populares que sus productos se venden en tiendas de prestigio en Nueva York, Europa o hasta Japón a precios exorbitantes.

El autor se pregunta en qué consiste el estilo de vida o la contracultura que representan, más allá de comprar ropa y zapatos, y al final no termina muy satisfecho con la respuesta. Con justa razón: los empresarios son personas que al buscar su propia autenticidad crean y logran algo, son activos en su búsqueda; pero ser un usuario es un papel inherentemente pasivo, exige cierto nivel de alienación, dejar de tener una mentalidad crítica y cuestionar valores. Poco importa si lo que se consuma sea de origen independiente o popular: el mecanismo es el mismo. Como esos profetas religiosos que probablemente alcanzaron la iluminación por sus propios medios, pero que aquellos que los siguen nunca se les van a acercar por que están recorriendo un camino que no es el suyo, y como no les corresponde, al final sus frutos no tendrán ningún significado.

No quiero sonar tan apocalíptica. Estas últimas semanas me he estado preguntando seriamente si mi renuencia a definirme una imagen es producto de un rechazo filosófico a la superficialidad, incapacidad de tomarme las cosas a la ligera o inseguridad acompañada de un deseo reprimido por encajar dentro de la “cool crowd”. Me fascinan las personas que sólo viven por vestirse bien, tienen preocupaciones irrelevantes y su energía es invertida en aparentar ser algo en vez de buscar quiénes son. Es un extraño morbo: la combinación de desear ser una cabeza hueca para no tener que pensar en otras cosas, y el asco de ver cómo se es capaz de desperdiciar la existencia. Pero yo soy consciente que ese es un solo aspecto de la vida, y que tiene que haber mucho más que eso. A pesar de ello no puedo evitar asustarme ante el panorama general: todo parece indicar que en tiempos como los nuestros el verdadero dilema es el de encontrar la etiqueta con la que más nos identifiquemos y encontrar los accesorios que mejor le combinen.
Odio compartir mi cama. Mi tía está de visita, la pusieron a dormir conmigo y soy una malagradecida al estarme quejando cuando ella me trata tan bien en su casa. No puedo evitarlo: detesto escuchar respiraciones ajenas, tener consideración por sueño que no es el mío, no poder ver televisión en la madrugada, estar restringida de movimiento… Es detestable. Empecé a tener conflictos con mi abuela cuando me hacían compartir la cama con ella. Creí que la iba a asfixiar mientras dormía, como pasó con un pajarito que tuve.

Me joroba que siempre es a mí que me tienen que incomodar las visitas, por que mi hermano tiene un cuarto que parece apartamento de ratas. Mi cuarto actual, el amplio, bonito, iluminado, le pertenecía originalmente, por que cuando nos mudamos aquí hace 18 años, él todavía era la novedad en la familia. En un gesto horriblemente irrespetuoso de la supremacía primogénita, me mandaron a un dormitorio minúsculo, con dos micro ventanas inspiradas en construcciones penitenciarias. (Todavía juro que si alguna vez encuentro el carro del arquitecto que diseñó esta casa le voy a desinflar las llantas.) En un gesto digno de ser imitado por Maquiavelo, un día convencí a mi hermano, mientras dormía, que cambiáramos de cuarto. Cuando despertó, la mitad de sus muebles habían sido transportados a su actual dominio. Ni mis papás pudieron hacer algo al respecto. Pero mi deuda kármica es estar condenada por la eternidad a soportar ronquidos de otras personas.

Ni siquiera he podido acostumbrarme al peluche gigante que no tengo otro lugar donde guardar. Hasta él termina en el suelo todas las mañanas. Maldita casa sin cuarto de huéspedes.
Esta es la primera vez en mucho tiempo en la que puedo decir, con sinceridad, que me siento bien con respecto a no estar envuelta en algún tipo de cortejo, o ni siquiera pensar en la posibilidad de uno. Todavía no puedo elegir bien la palabra: ¿estabilidad, conformismo o satisfacción? Me han dicho que todas las personas solteras tratan de convencerse ellas mismas con esa excusa, pero creo que hasta ese estadio ha quedado atrás.

Desde luego, hay un pequeño inconveniente. Llámenlo posición de la Luna, ciclo hormonal, o cualquier otra cosa, hay ciertos días en los que sí siento la necesidad física de un beso. Que no haya lugar a malas interpretaciones, solamente de un beso. Mi boca se vuelve auto consciente, y no puedo evitar andarme fijando en los labios de todas las personas que veo. Encuentro demasiadas objeciones a la simple idea de hacer algo al respecto, así que el mecanismo del deseo tiene tendencia a esfumarse al pasar el tiempo.

(Ya sé que el cuerpo físico asume todos los aspectos de tu mente y emociones que no quieres reconocer, entonces ni modo, es mi cuerpo, así que de seguro he de ser yo.)


Cada 21 años los planetas se alinean de cierta manera que repercuten en un serio despliegue de domesticidad. Hoy me levanté extrañamente hacendosa. Lavé ropa, la tendí, limpié la cocina, arreglé mi cuarto. Estaba sola en mi casa y lo disfruté. Definitivamente insólito. Cocinaría el almuerzo, pero creo que el fin del mundo puede esperar un poco más. A continuación la explicación de por qué son tan extraños los días como hoy.

Mi abuelo era un tipo extremadamente inteligente. Y extremadamente versátil: se dedicó a varios oficios durante su vida, emprendió varios negocios, probó suerte en el extranjero por unos años y regresó para perseguir otras iniciativas. La edad no le quitó ese deseo de redefinirse constantemente, y cuando murió dejó a su esposa encargada de la pequeña tienda que tenía en ese momento. Era el patriarca de la familia: sus seis hijos lo admiraban, respetaban, le temían, hacían todo para complacerlo. Pues un día el patriarca de la familia me dijo que habían ciertas cosas que yo no podía hacer por que era mujer.

Estábamos muy pequeños, mi hermano y yo, y andábamos de visita con mis papás en la casa de mis abuelos. Había un taller de carpintería en el patio, y mi abuelo se dedicaba a hacer reparaciones o algún mueble ocasional por encargo. Mi hermano lo acompañaba en el taller y creaba piezas post modernistas (de esas cosas que sólo los niños son capaces de entender). En esa época, mi mamá estaba enseñándome a bordar. Juntas estábamos haciendo un gran mantel con unas flores de pascua. Era muy aburrido, pero yo lo miraba más como una forma de fortalecer el lazo madre-hija que la oportunidad de aprender una habilidad. Llevé el mísero mantel conmigo en el viaje, pero un día que me harté de estar sentada, salí al patio a buscar nuevos horizontes. Mi hermano y mi abuelo estaban muy entretenidos con sus instrumentos y sus palos y le dije a mi abuelo que yo quería aprender a trabajar en madera. Su magnífica respuesta fue: “No, este es un asunto de hombres. Vaya adentro a ayudarle a su abuela en la cocina o a hacer otras cosas de mujeres.” No volví a tocar el estúpido mantel en toda mi vida. Por mucho que mi mamá me lo pidiera, me lo rogara, me amenazara. Una enfermera amiga suya lo tuvo que completar. Juré jamás aprender a cocinar, lavar, barrer, trapear, y cualquier cosa que me asignaran por ser mujer. Mi mamá trató de reparar el daño con un curso de repostería. Pregúntenme cuántos pasteles he hecho desde que terminé.

Hubo repercusiones. Mi infancia está plagada de peleas por que yo no ayudaba en la casa, por que mi papá regañaba a mi hermano si lo veía en la cocina; desde entonces me obligaron a lavar los platos todos los domingos (condena que todavía me toca cumplir), y me he ganado una reputación de perezosa y aprovechada, por que si no fuera por mi hermano, yo moriría a causa de intoxicación por sopas chinas instantáneas. Un gran porcentaje de mi vida quedó marcada por esa frase, ese menosprecio, ese prejuicio por algo de lo que ni siquiera soy responsable. Me convertí en una feminista versión miniatura. Antes de los diez años el feminismo significaba que tu canción favorita fuera “Girls just wanna have fun”, pero así se empieza. Rechacé por completo la idea de convertirme en un ama de casa, de casarme y sacrificar mi carrera y mis sueños por un marido que tenía gran probabilidad de resultar un pelagatos; y estar biológicamente equipada para ser madre lo consideraba una carga, un castigo. Perdí el respeto por mi mamá, mi abuela, por todas las que se conforman y por los que exigen conformismo. Ni hablar de mi abuelo y mi papá.

Creo que me lo más cerca que he estado de aceptar mi condición de mujer se lo debo a Simone y a su “Segundo sexo”. También llegué a entusiasmarme tanto con alguien que creí que sí valdría la pena casarse y perpetuar toda la comedia tradicional de cuidar una familia. Ahora, estoy en una etapa de aceptar lo que se venga, no exigir, ni rechazar tajantemente nada de la vida. Recuerdo constantemente la profecía que me depara una vida de celibato en algún retiro religioso, pero sigo rebelándome en su contra. No me considero feminista per se. Es una etiqueta, una forma de limitarse y he descubierto que los problemas entre hombres y mujeres son más profundos, están en un nivel donde tu género no tiene nada que ver.

En cuanto a lo de vida doméstica, me voy a inscribir en un curso de cocina el último año de universidad, cuando ya no tenga madre ni hermano que me alimenten. Y voy a comprar de esas aspiradoras redonditas y pequeñas que se mueven solas y limpian por donde pasan. La tecnología al servicio de la liberación individual.
En vista de la preocupante alza en la tasa de divorcios, que se ha reportado en los últimos meses, por parte de gente que ha incursionado en los reality shows basados en su matrimonio, mi futuro y desconocido esposo puede descansar tranquilo: las cámaras no nos seguirán.

Un día bromeábamos con Yanis sobre cómo sería nuestra vida televisada: la suya consistiría en él sentado frente a la compu todo el tiempo y el mío sería un reality show de mí sentada frente a la tele viendo reality shows. No espero un crew de MTV tocando mi timbre en ningún futuro cercano.

Es una lástima que ya se me haya pasado la edad de “Quiero mis quince”, y que no existiera cuando fue mi turno de cumplirlos. Siempre he odiado esas cursiladas de niñas que ya pueden vestirse solas, pero que no ponen objeciones a la hora de parecer un gran pompón rosadito en su fiesta. Sí, estoy consciente que hasta el rosado tiene un límite. Yo no quise nada de trajes inflados, vals con mi padre que debería tener prohibido bailar en público, champagne a menores de edad que nunca han probado una cerveza. Ni quería hacer fiesta, pero me gustaba el hermano de mi vecino y necesitaba una excusa para conocerlo.

Si tuviera que recordar enamoramientos trágicos e infantiles, él descansaría tranquilo en el primer lugar. (Ruego por dios que ni él, ni su hermano lean esto, nunca, nunca, por favor.) Mi hermano, yo, su hermano mayor y él, esperábamos el bus a la escuela en la misma parada, pero nunca tuve el coraje de presentarme. Mi colonia es una montaña, yo vivo en el pico, en aquella época sin vecinos con quien jugar cerca. Ellos vivían más abajo, en la sección de varones: son como 3 o 4 casas con niños que sí se reunían a hacer relajo.

Él me gustaba desde que estaba en primer grado. Con mi mejor amiga de aquel tiempo, una noche que se quedó a dormir, le escribimos una carta con un marcador rosado fosforescente, de esos que daban en los menús infantiles de Wendy’s. “Hola niños del San Miguel, somos Marcela y Cinthya… queremos conocerlos mejor… dejen una carta de respuesta en la casa tal…”. Ellos claro que respondieron. Pero ni así empezamos a llevarnos. No tengo muy claro qué diablos pasó cuando nos volvimos a ver. De seguro nos continuamos ignorando mutuamente. Mi pobre hermano tuvo que soportar un porrazo que le di un día que por molestarme gritó “Niño del San Miguel, vos le gustás a mi hermana!”, al bus en el que se acababan de subir.

Muchos años después, conocí al hermano mayor del sujeto, por pura casualidad, un día que saqué a pasear a la fallecida Laika. Yo ni lo había visto y me gritó “Vos sos Melissa García, verdad?” Mi mirada perdida lo hizo seguir explicándose: “Me escribiste una carta hace muchos años”. Y la tierra no se abrió para albergar a mi vergüenza y a mí. Nos hicimos amigos. Pero yo quería conocer a su hermano. Y fue de esas cosas que esperas mucho tiempo por que lleguen, pasan y no resultaron la gran cosa. Pero mi fiesta estuvo pinta.

Llegó el día y no tenía vestido. Ninguno me gustaba, mi mamá estaba histérica. Salimos a cazarlo por varios centros comerciales, y al final valió la pena. Llegaron mis amigos, amigos de mis papás, familia, los típicos colados… Era mejor anfitriona en aquella época, sobretodo en comparación con este año. Estuve bastante entretenida, no sabía bailar en aquel tiempo, pero si recuerdo con exactitud, no había alguien que sí pudiera. Fui una niña normal por una noche. ¿Ven? MTV tenía que haber registrado ese evento.
El mismo año que fui desterrada lejos de Bertha en el Liceo, me tocó sentarme al lado de Victoria y enfrente de Mario Fernando y Rodrigo G. Estábamos atrás de la fila y podíamos platicar sin muchas interrupciones durante las clases. Ellos nos molestaban por que nosotras teníamos la costumbre de nunca quitarnos el suéter, no importa cuánto calor hiciera, y nosotros los molestábamos por que eran niños, y qué mejor razón que esa existe.

A mí me decían que yo le gustaba a Rodrigo, pero yo nunca lo quise creer hasta que un día mi lapicera salió volando de la mesa, y él fue el único, entre un grupito de compañeros, que se abalanzó a recogerla. Fue una revelación: él también me gustaba a mí. Esas eran las declaraciones de amor silenciosas en esa época. Él me perseguía con su pistola de agua por toda su casa, el día que nos invitó a celebrar su cumpleaños; yo lo pinchaba con una punta de compás y le sacaba sangre.

Nunca ninguno de los dos dijo algo al otro. Y él se fue con su mamá y su hermano mayor a Houston al final de ese año.

Algo bueno tiene el Hi 5 y es que lo encontré y me agregó a su lista de amigos. Pero no responde mis mensajes. No me lo tomo personal, por que hace un tiempo me encontré a su mejor amigo que vive aquí y tampoco responde los suyos.

Siempre pasaba cantando “el eclipse no fue parcial” y nunca supe de qué hablaba hasta que me regalaron el disco, mi primer disco de música decente (no el primero que escuché, pero sí el primero que elegí). Así que esa es su canción en mi mitología personal.


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Un día de vacaciones, tenía a varias amigas reunidas en mi casa y nos dedicamos a hacer bromas por teléfono (no hay mucho entretenimiento disponible cuando se tiene 13 años). Yo no sé de dónde saqué la idea, pero yo era una promotora de la Iglesia Judía de la Luz, que avisaba a ganadores, escogidos al azar, que se les otorgaba un viaje, con todos los gastos pagados a Tierra Santa.

Una de mis víctimas me siguió la broma, y empezó a sacarme plática. Era un chavito unos dos años mayor que yo, tan seguro de sí mismo como puede estarlo alguien que no te ve a la cara mientras te coquetea. Nos pegamos un buen rato al teléfono, ni siquiera recuerdo qué pasó con mis amigas ese día. Al final le pedí su teléfono, para volverlo a llamar.

Empezó inocentemente, nos contábamos de nuestras vidas, de mis problemas con mi familia, de su vida en una familia numerosa, de todas las loqueras que se puedan vivir a esa edad. Si mi primer curso de secundaria lo pasé rebelándome en contra de los profesores que decidieron separarnos de sección a mi mejor amiga y mí (por lo que no socializamos con nadie en todo el año), este segundo año fue mi primer intento de encajar entre el grupo de las niñas populares. Ninguna de nosotras había tenido novio –excepto la típica niña destinada a descarriarse, que tiene una hermana mayor y por eso probaba todo primero- soñábamos con tener uno, y hacíamos todo para conseguirlo. Éramos de esos intentos de mujer mayor que se arreglan demasiado y pasan en el mall todo el sábado en la tarde. Ahora me pregunto qué rayos me cruzaba por la cabeza. Pues empecé a hablar seguido con K. Tuve que pasar un embarazoso episodio en que mi mamá lo interrogó como a un criminal, dándome más razones para querer llevarle la contraria y acceder a “ser más que amigos” el día que nos encontráramos.

Decidimos conocernos al fin. Tentando al destino, fuimos al cine del mismo centro comercial donde antes tenía la clínica mi mamá. Le mentí diciendo que iba con una amiga, que ya estaba advertida en caso de llamada inesperada. No sé cómo lo reconocí, pero supe que era él. Me pareció extraño, no feo, ni guapo. Se vestía con ropas muy holgadas, tenía una nariz aplastada y el pelo demasiado liso. En el cine saludó a un tío suyo y quién sabe qué adjetivo utilizó para presentarme. Por demasiado tiempo he querido borrar todo este episodio de mi cerebro, y hasta me deshice de los diarios que lo mencionaban, así que hay demasiadas lagunas en este relato. Vimos “Toy Story 2”, por que tener 15 años no lo inmunizó de tener preferencia por los dibujos animados. Nos tomamos de la mano lo que duró la cinta, así que no la recuerdo en lo absoluto. Cuando terminó nos fuimos a sentar en las gradas, justo al lado de la clínica, de donde mi madre ya se había ido. En un momento me pidió permiso para besarme. Qué educado, pero era mi primer beso. Él era todo un experto, ya había tenido novia, y no sé cuántos coqueteos, aventuras, amistades con derecho, o quien sabe qué cosas más. No me imaginaba tener un previo aviso: no quería pensar. Si lo hubiera hecho sin que yo pudiera razonar antes al respecto, tal vez no hubiera sido tan malo, pero me puso nerviosa: dio espacio para la anticipación. Le dije que no.

Nuestro noviazgo telefónico siguió su curso normal (conste que no fue hasta muchos años después que me enteré de los tipos de conversaciones que se pueden llegar a tener por teléfono. Nosotros fuimos bastantes inocentes al respecto), y el asunto del beso se convirtió en un fantasma sobre nuestra cabeza, hasta la segunda vez que nos vimos. Fue en una fiesta en casa de un amigo de la niña precoz que ya mencioné. La casa parecía salida de una serie gringa: típico hijo mimado que los papás dejan solo los fines de semana y que invita a sus amigos decadentes a bailar, a beber y a tirarse a la piscina.

De seguro bailamos, aunque no estoy segura, pero es lo normal en semejantes situaciones. Le presenté a mis amigos, que como buenos cómplices me dejaron sola con él. Desde luego que alguien bebió de más y empezó a hacer escándalo, lo que atrajo a la policía. Para resguardarme del peligro, K. me abrazó, y siguiendo el consejo que obtuvo de mi hermano menor (con el que también platicaba), juntó sus labios contra los míos sin que yo pudiera reaccionar. Nunca he podido determinar si no me gustó el beso, si no me gustaba él, o si la culpa de mentirle a mis papás era demasiada, pero aborrecí ese instante, y a estas alturas de mi vida tengo pesadillas con eso. En un momento sentí su lengua. Quería morirme del asco. Fatal. Cómo me escapé de eso, y cómo se fue sin repetir su hazaña son misterios de mi pasado.

En la siguiente llamada le dije que no quería volver a hablar con él ni volverlo a ver. Por supuesto que se enojó y se desquitó continuando sus pláticas con mi hermano y prometiéndole una dotación de videos porno. Años después trató de limar asperezas y yo no quise, mi arrepentimiento era demasiado, pero la repugnancia era mayor. El primer año de universidad me lo encontraba en los pasillos, yo ni me molestaba en saludarlo. No estoy muy feliz de cómo se dio ni de cómo terminó todo, pero son de esos deslices sin remedio. A veces ni siquiera siento que eso realmente lo viví. Es más bien un espejismo, una de esas malas novelas de Corín Tellado que uno se arrepiente eternamente por haber malgastado energías en voltear a ver.
En una de las preguntas del segundo examen de Astronomía, tenía que describir cómo obtener el valor, en km, de una unidad astronómica. La respuesta correcta era cómo, por medio de la observación y con geometría, se había encontrado ese número, pero yo, por alguna razón extraña entendí otra cosa. La masa de un objeto celeste tiene relación con el período de traslación y la distancia a ese objeto, de un satélite que orbite a su alrededor, así que de genia, y como la distancia del Sol a la Tierra es 1 unidad astronómica, utilicé la masa y el período de la Tierra en la fórmula, y haciendo un despeje todo complicado acomodé las cifras para que diera el resultado que me pedían. Haciendo el cálculo estaba incorrecto, pero como fue la última pregunta que contesté, no tuve tiempo de encontrar mi error. Cuando salgo del examen le cuento muy orgullosa a Yanis todo mi razonamiento. Pero no pasó mucho tiempo antes de que me bajara de la nube, por que me dijo lo que realmente tenía que haber hecho, y que además mi súper fórmula estaba mala: necesitaba la masa del Sol y no de la Tierra.

Ya me imaginaba la puesta en escena de la entrega del examen. El profesor iba a mostrar el mío como el perfecto ejemplo de lo que nunca se debe hacer y de las sandeces que le toca corregir. Tenía unas ganas terribles de escaparme cuando al día siguiente nos dio las notas y nos devolvió los trabajos. Pero no dijo nada. El tipo en cuestión es súper tranquilo, se ve muchísimo más joven de lo que en realidad es, y es todo activo, un contraste espeluznante con el otro profesor que comparte la clase con él.

Pues hoy en la noche astronómica, donde nos dan una charla de algún tema relacionado con la clase, y si está despejado el cielo hacemos observaciones con el telescopio, yo estaba toda frustrada por la fila de gente que iba a ver antes que yo, cuando se me acerca Norman (no le gusta que le digan licenciado), y me dice: “Ajá Marcela, he notado que le gustan las resoluciones algebraicas.” Yanis y otros amigos casi se atoran de la carcajada, y yo me moría de la pena. Primero, me impactó por que sabe cómo me llamo. Nunca pasa lista, somos demasiados en la clase, y la única vez que le dije mi nombre fue para que me diera un punto que me bajó, por error, en el examen. Y encima se acuerda de mi demostración fallida que he pasado las matemáticas y las físicas de mi carrera. Fue tan divertido, no dejaron de molestarme por un buen rato. He garantizado un rincón en su repertorio de anécdotas como profesor.

Me encanta por que generalmente yo no interactúo mucho con mis maestros. Ni siquiera cuando son personas que admiro mucho o de las que disfruto su clase. En el colegio vivía enamorada de mis profesores de francés por que eran demasiado inteligentes, pero ni aún así tenía el coraje de ir a platicar con ellos en un sentido informal. Se sintió tan pinta hacerlo por una vez. Descubrí mi prima llevó la clase con él. Sólo describió una pareja de novios, que estudian derecho y que son buenos alumnos y supe que era ella. Nos contó de las carreras que estudió y sus maestrías. Es tan refrescante ver a alguien que estudió matemáticas, física y astrofísica pero que tiene una personalidad tan ligera y despreocupada. Definitivamente no hay que tomarse las cosas en serio.

Qué zoroilo, parezco niñita, pero hoy estoy feliz por que el profesor se sabe mi nombre. Por cierto, lo de Normancito es por que cuando enciende su computadora así tiene marcado como el usuario, no crean que es que yo le digo así.

Libertad con respecto al tiempo. Aceptar que he creado para mí y frente a los demás una imagen de lo que soy. Y que encima de eso la saturo con aspiraciones de lo que quiero llegar a ser. Pero tener una imagen es estar eternamente condenada a sufrir cuando los demás la maltraten o a rebosar de júbilo cuando la acepten. La oscilación más masoquista de la condición humana.

Todo aquello en lo que quiero convertirme me amarra al “tiempo psicológico”: el mañana que probablemente nunca va a llegar. Existo hoy con la esperanza de que algún día las cosas cambien, que la gente sea diferente, que se acaben el tedio, la angustia, y que todas las cosas que no tolero en este instante se esfumen sin dejar rastro. Está demás decir que eso nunca va a pasar. El tiempo no cura las heridas, sólo acumula otros bagajes encima de ellas, las tapa, te distraes y en el momento menos pensado han pasado 15 años, pero descubres que si sigues el rastro de tus lágrimas de hoy, vienen de aquella fuente que creías hace mucho desaparecida.

Así que no es el tiempo. Ni la “experiencia, el conocimiento, la memoria, el pensamiento ni la acción”.

Estoy tratando de averiguar si asimilar, no entender intelectualmente, ver las cosas cómo son me libera de ellas. Si al ver cuál es mi imagen, ésta deja de existir. Si al comprender que no debo actuar inventando un futuro, el tiempo me va a dejar ir. Según este precepto yo no voy a “llegar a ser” nada. Lo soy en el presente y lo he sido siempre pero nunca he tenido la claridad para verlo. Insisto: no es un proceso de aprendizaje, es quitar la paja de mi ojo ahorita y actuar ya. “Percepción y acción inmediata”.

Así que es ahora o nunca. Me siento. Observo.
El verdadero peligro de perder contacto con el mundo exterior y atiborrarse de series, películas y libros es querer que la gente sea tan exótica, dramática e interesante como te han enseñado a esperar que lo sean. Entendemos como “grand gesture” aquella acción grandiosa e inesperada que hacen algunos individuos para demostrar sus sentimientos, a pesar de lo ridículo que pueda parecer desde un punto de vista externo. Ayer me dijeron “nada te hace reaccionar”, y probablemente sea cierto. Por que estaba pidiendo un gesto al que no pudiera poner objeción, lo obtuve y tampoco fue suficiente. Probablemente por que no era el que quería, ¿pero no es esa una característica de ese tipo de comportamiento? ¿Lo imprevisible?

Necesito que se acabe esta duda, este caminar sobre una capa fina de hielo.
Qué mala onda. Es sábado en la noche y todo mundo anda vagando. Yo quiero salir, pero no tengo con quién y debería de estar estudiando para Astronomía. Quitando el pequeño inconveniente de con quién, tampoco se me ocurre adónde ir. El sólo pensar en ir al cine sola me atrofia la respiración, pero de todas formas, para ir a ver Garfield 2 o Poseidón, mejor me achicharro en el sofá con Saturday Night Live. Qué aburrimiento.
Juro solemnemente que no volveré a pelear con el Universo.

Me he dado cuenta que la chava que nos dejó plantadas a Deysi y a mí para ser nuestro grupo en Diseño 3, no habría sido lo que esperábamos. Los tipos de los que viví enamorada por muchos años y que me lamentaba que nunca hubiese podido darse algo, no resultaron ser tan impresionantes como yo los creía. Y si no me fui a estudiar al extranjero a los 17 años como siempre soné, es por que lo más seguro es que me hubiera convertido en algo que no me gustaría ser.

Si le quito a la vida, las personas y a mí misma todas esas expectativas, tal vez no quede esa imagen de alguien que trasciende de su cuerpo por tanta felicidad, pero es cierto: no puedo añorar sólo un aspecto de la vida y renegar del otro. Es todo o nada.

Definitivamente hay algo que sabe mejor que yo lo que me conviene. Y no lo volveré a contradecir.
He's a merman, doesn't your need your voice to cross his lands of ice.


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La mejor manera de recordar que todo es posible y que hay seres demasiado increíbles, pero que son reales, es escuchar a esta chava. Kaki King hace unas cosas fascinantes con su guitarra. Está a punto de sacar su tercer disco, y esta es una de sus nuevas canciones. Es muy sencilla comparada a otras de sus discos anteriores, pero es tan feliz y se ve tan tranquila tocando que creo que transmite esa paz, esa "sabrosa" sensación de estar en un momento sin pensar en el pasado ni anticipar el futuro.
Hay una ley matemática que determina, en unidades astronómicas, las órbitas de los planetas del Sistema Solar. Consta de una operación matemática: a = (n+4)/10, y una sucesión de números, donde n = 0, 3, 6, 12, 24, 48, etc, es decir, el doble del número anterior.

Los resultados son los siguientes:

A simple vista se ha encontrado un principio que demuestra que hay un orden en la caótica y azarosa creación del Universo. De esta forma se puede encontrar incluso la órbita del cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter.
Pero justo cuando podía descansar en la comodidad de que hay una Fuerza Superior detrás de todos los procesos, aparece, cómo no, un Pero. Un error, un dato que no cuadra.

El cálculo que debería resultar en la órbita de Neptuno, nos da en su lugar un aproximado de la de Plutón, que según varios científicos ni siquiera debería ser considerado planeta (sino un asteroide del Cinturón de Kuiper. Hay discriminación hasta en un nivel galáctico). No hay forma de explicar por qué Neptuno no encaja.

Puede que este sea otro intento humano fallido de explicar fenómenos basados en probabilidades. O un chiste divino. Hacer todo siguiendo un patrón determinado, pero dejar un sencillo detalle que desmorone todo el razonamiento. Justo lo necesario para que crean, pero con espacio suficiente para que no sea una certeza. Una forma de probar su fe. Sería listo ese dios, muy listo.

Today it's the birthday of these three persons:
the Dalai Lama, Frida Kahlo, and George W. Bush. I don't know what to think except poor Dalai Lama and poor Frida Kahlo.


My horoscope for today:
"An unexpected white knight is looking to come to your rescue in a financial, creative, or vocational venture, pick you up on his charger, and carry you to safety. Who'da thunk it?"


Volunteers? Anyone?
“Hay una razón obvia para estudiar nuestro sistema solar pues representa nuestro más próximo entorno en el universo, y a efectos tanto de curiosidad como de autoprotección debemos familiarizarnos con nuestro entorno. Al explorar los planetas que hay alrededor del Sol, estamos pavimentando el camino para su colonización y utilización futuras.”

Es un extracto del libro que tenemos que estudiar en Astronomía. Un estadounidense escribió esto, fue lo primero que pensé. No son los únicos que actúan así, pero no hay mejor forma de celebrar su independencia que recordando su innato deseo de aprovecharse de lo que no es suyo y de querer enriquecerse a cualquier costo. Sé que no son todos los norteamericanos, y por eso no soy tan xenofóbica como varios amigos míos, pero reconozco la participación protagónica de su país en la deplorable situación mundial. A pesar de todo, he llegado a entender que naciones como la mía se encuentran en estos laberintos sin salida por que los dirigentes la han vendido sin ningún escrúpulo y el pueblo no ha hecho nada por impedirlo.

Los norteamericanos son tan peculiares. En los libros de historia del arte son los últimos en aparecer (estudié en el Liceo Franco, probablemente eso tenga algo que ver), son famosos por su cultura materialista, superficial, obsesionada por el sexo y tienen tantos vicios que es sorprendente que gente de todo el mundo los imiten constantemente. Eso a primera vista. Al ahondar en cualquier texto de historia o de economía se muestra lo verdaderamente horrorosos que han llegado a ser. No puedo decir que me alegran las demostraciones desmesuradas de odio que les hacen los árabes, entre otros, pero no pueden ser tan ingenuos y actuar sorprendidos como si no entendieran por qué todo eso está pasando.

Estoy de acuerdo con que el nacionalismo es una de las causas de la guerra. Identificarse con un país, una religión, o una cultura, implica estar en desacuerdo con el país, religión o cultura opuesta, y al proteger tus intereses, no se propicia un terreno para la coexistencia armónica. Pero pensar en una sociedad global, sin fronteras, es incursionar en el terreno de la ciencia ficción.

Más adelante en el texto de Astronomía: “Sin embargo, antes de que los humanos podamos hacer uso práctico de los planetas, debemos sobrevivir por lo menos durante el próximo siglo sobre la Tierra.” Gringo definitivamente, pero optimista: sueña con que la humanidad va a durar un siglo más.

El nacionalismo en su expresión más enferma: el presidente del instituto Ayn Rand, orgulloso de que su patria lanzó las bombas en Hiroshima y Nagasaki

http://www.aynrand.org/site/News2?page=NewsArticle&id=11337



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Me enredé tanto en mis propias neurosis que no sabía por dónde empezar para tener un poco de orden. Estoy intentando regresar. El gran sabio consejo de Krishnamurti: Observa el conflicto. Pues ahí está enfrente de mí, pienso en él a cada instante y a veces siento que me asfixia su presencia, pero si he de tener que aprender a vivir a su lado, pues lo haré. Pero no me voy a estancar más.

Decidí que si mi mente no está tranquila, y mi espíritu mucho menos, por lo menos voy a extenuar mi cuerpo hasta que no pueda pensar o sentir más. Volví a integrarme a la multitud de los que se ejercitan. Me hacía falta todo, desde el perrito minúsculo pero descarado que veo en el recorrido, hasta la mala música del gimnasio. Casi abrazo a la señora que cobra la mensualidad, y quedarme sin aire, por mis tres meses de sedentarismo, fue una experiencia exquisita.

Hoy también marca el regreso de Marcela La Responsable. Mi decadencia tal vez no sea escandalosa, pero bajo mis estándares es alarmante cuando no hago tareas, no me gustan las clases, o paso semanas y semanas sin estudiar.

Extraño mucho disfrutar de la vida, sin tener una razón para ello: sólo levantarme, llevar a cabo las tareas del día y sentir que estoy haciendo algo: que hay días en que el gusto hierve sobre mis poros y otros en los que tengo que escarbar 20 metros para conseguirlo, pero que no importa nada más. Ya ni siquiera se trata de encontrar significado, o algún sentido a todo esto. Por un tiempo quiero tatuarme en la frente las palabras de Milan Kundera: “La misión es una idiotez. No tengo ninguna misión. Nadie tiene ninguna misión. Y es un gran alivio sentir que eres libre, que no tienes una misión.”
eat like a man, man

Los machos cavernícolas comen en Burger King.